¡La cuarentena da para cada cosa…!
Hasta Proyecto Rampage, el enésimo desmierde de Dwayne –la roca en helicóptero- Johnson, he sido capaz de enchufarme. Después de terminar una
novela de Galdós, que don Benito me perdone.
Y es que hay días que prefieres
ver destrucción exagerada pero fílmica, experimentos de laboratorio con malos
de opereta, futurismos de apocalipsis sin vaselina. A ver si así se puede tomar
distancia sobre los millares de muertos de verdad, las demoliciones evidentes y
las distopías autocumplidas.
De ese modo se acaba viendo lo de
Dwayne y hasta la última de Terminator, que fue grande en su
debut y un mito comercial en su secuela de efectos nunca vistos. Lo demás ha
sido dar tumbos entre las terminatrix (hmmm), el origen de la resistencia
futura y el replanteamiento abracadabrante.
Cameron, que debe andar
necesitado de pasta fresca con los retrasos de sus Avatares y el fracaso (es
un decir) de la excelente pero incomprendida Alita, ángel de combate,
(dirigida por el irregular y a veces sorprendente Robert Rodríguez), ha producido la sexta del hombre máquina. La
sexta, niños y niñas, la SEXTA.
Demasiado tarde para enderezar la saga. La entrega de 2019 es un tremendo montón de chatarra, disimulado con la reaparición de Linda, porque lo de Arnold no es nuevo.
Demasiado tarde para enderezar la saga. La entrega de 2019 es un tremendo montón de chatarra, disimulado con la reaparición de Linda, porque lo de Arnold no es nuevo.
De mamporros bien, tan sofisticados,
agotadores e inverosímiles como manda el canon actual. Las explicaciones entre
unos y otros para darle cierto sentido a lo que pasa, por completo
innecesarias, cuando no abiertamente ridículas. Y no hablemos ya de las desangeladas apariciones de los varios intérpretes españoles que desfilan casi como figurantes con frase.
Destino oscuro, es el
subtítulo de esta entrega de Terminator. Oscuro, oscurito. Para la franquicia negro,
diría yo. Pero, ojo, quizá ha hecho una pasta y están con la siete… Nuestro
destino.
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