He demorado mi opinión sobre esta
película deliberadamente, esperando que se posase un poco la polvareda, que era previsible y nadie puede hacerse de nuevas. Contaba con ello
hasta el último mono, los productores no digamos. Porque lo más significativo
de la película, el asunto principal, es la historia de amor de Miguel de Cervantes
con el Bajá de Argel y la condición sexual de El cautivo.
Para eso le
sobraba con los 10 o 12 millones que ha costado hacerla. Pero coincido con la
opinión de Albert Vázquez: “Cuando vas a ver Salvar al soldado
Ryan, esperas que el tema de la película sea la brutalidad de la guerra
y no la diversidad botánica de Normandía”. Las aparentes premisas de Alejandro
Amenábar (el cautiverio en aquel Argel, el magnetismo del futuro genio entre
los prisioneros gracias a su capacidad fabuladora, los intentos de fuga de
grupos liderados por él…), todas sin excepción pintaban estupendas. Pero desde
el primer tráiler y las declaraciones promocionales del director quedaba claro
que la trama iba más allá. Se recreaba en la “diversidad botánica”, incluso se
centraba en ella.
Prejuicios al margen, levantar la
liebre sobre las cosucas que se ventilarían carnalmente en el cautiverio
argelino del siglo XVI y hacerlo en plan molón (sedoso y bien llevado pelo el
del actor, sultán sugerente y tal), con baño árabe incluido y resignadas lágrimas finales del despechado, es una opción cinematográfica legítima, pero con muchas papeletas
para mandarlo todo al garete. Así pasa. Primero, porque en el
imaginario popular, Cervantes y el Quijote son intocables. Y, se quiera o no,
la natural querencia de nuestro cine para apalear los mitos historicistas que
huelan a épica española, orgullo de país y esa clase de cosas asociadas
(inexplicablemente) a malvada soflama de derechas, entra en juego con el punto
de vista del director (más allá de lo sexual), ahondando la trinchera de
inclusivos sin matices a un lado y escépticos descarnados y cafeteros al otro.
En medio el público, que parece estar un pelín hasta los cojones.
Con Amenábar me pasa (salvando
las distancias), como con Ridley Scott: arrancó con tres películas estupendas
consecutivas y, tras la inesperada y oscarizada Mar adentro, pasó
a dirigir con oficio incontestables películas de gran producción, notable éxito
de taquilla y faltas de genio narrativo. “Correctamente grandiosas”, por resumir con cariño. Agora, Regresion y Mientras dure la guerra
son así: meritorias como producciones, pero demasiado calculadoras, en cierto modo
maniqueas, de pizarra. Menores frente a esas “frívolas intrigas” con las que
empezó su carrera. Pura ficción aquellas, de robustos guiones y ejecución
firme. Pero ya que hemos llegado a la
ficción y al modo de ejecutarla, las partes de El cautivo centradas
en el Cervantes fabulador, que son bastantes, lucen más bien birriosas o
desacertadas en su representación. Para hacer eso como pedía el verbo del
literato y la imaginación de sus oyentes directos hubiesen hecho falta 30
millones más. Por la misma razón, los intentos de fuga, que aquí se reducen a
dos, en lo que tienen o debieron tener de acción y riesgo dan algo de penuca.

Amenábar lo ha gastado todo en un
Argel que es al siglo XVI lo que nuestros belenes navideños al Belén del año
cero: una imaginería del XIX convertida en convención, a la que sólo añade el “Herodes
gay” y unos cuantos efebos en palacio y fuera, que espabilen a Miguel y le
hagan sentirse bien con su condición sexual hasta entonces reprimida. De
haberle puesto cualquier otro nombre al cautivo, la película se hubiera
descargado de la responsabilidad de hacer guiños constantes (y malos) al genio
literario del personaje español. Y hubiese ganado en concreción y hondura. En
fin, que la trama “homo” es lo único que funciona medianamente, aunque vista con
el corazón y la pluma de un director acomodado del siglo XXI. Para mezclar la historia
de amantes y el talento de ese particularísimo preso ante
otro montón de españoles desesperados hace falta un guion mucho mejor y, a lo
que se ve, muchísima más pasta.
Porque el drama principal es que
la película, como tal, no funciona. Tiene un ritmo terrible, algunas escenas supuestamente
intimistas son interminables, otras se resuelven apresuradamente y ciertos
momentos, que deberían ser emocionantes, no lo consiguen en absoluto. Por
ejemplo, el reencuentro de Antonio de Sosa (otro cautivo), con su hijo es absolutamente ridículo. O aquel en que los frailes piden ayuda a los muchos
amigos que ha hecho Cervantes en Argel, cosa que nos tenemos que tragar sin una
sola escena previa mínimamente ilustrativa de esa simpatía o gratitud de los
argelinos hacia Cervantes o de comprensión hacia los frailes. Una simpatía y
solidaridad, por cierto, muy del XVI entre cristianos y musulmanes, en una
ciudad dominada por la crueldad de su Bajá, que no obstante rebosa mercaderes gustosos de propiciar el rescate del favorito de semejante sátrapa, sin importarles lo que les pase. De traca.

O esas otras en que el cautivo se
transforma en "Sherezade" contando historias al "sultán", que es quien
depura su arte literario enfureciéndose cada vez que Cervantes recurre a un
tópico (o encantamiento) para hacer avanzar sus narraciones. También le lee El
lazarillo de Tormes, que de paso estaba prohibido por la Inquisición,
pero del que Antonio de Sosa tenía un ejemplar en el presidio argelino. De ese,
de la obra de Garcilaso y vaya usted a saber de cuántos más, en romance o latín.
Que debieron apresarlo con una biblioteca más grande que la de un duque y se la
respetaron por ser Miguel Rellán quien sois. ¡Ni que semejara el viejo
preso de la prisión de Shawshank repartiendo libros en su carrito!
Y aquí quería yo llegar: Cadena
perpetua, otra película de presidiarios, sucede al 90% de su metraje en
un escenario único y no aburre ni un solo minuto. Eso es cine (y cine
mayúsculo). Los personajes encarnados por Tim Robins y Morgan Freeman
hasta hubieran podido ser gays, pues ni tan mal.
Los problemas más graves,
insisto, son cinematográficos. Murieron con las botas puestas es
una completa patraña sobre Custer y una película magnífica. El cautivo,
en cambio, naufraga cinematográficamente, en mi opinión, y eso invita a cebarse
en la crítica con las inexactitudes, errores y licencias históricas
interesadas. Amenábar, en fin, es mejor "inventor" que
"adaptador" o “analista”. En el primer caso se luce como autor de
género. En los otros se estrella por falta de ritmo, espectáculo, amenidad. El
cine de tesis es un horror. Que se lo digan al último Almodóvar.
En resumen: oportunidad perdida
para una buena película romántica, con originalidad en escenario, época y
circunstancias. En cuanto a película sobre Cervantes, es triste comprobar que
en manos de Amenábar nunca hubo tal oportunidad. Quizá es utópico pensar que la
haya, sea quien sea el director.
P.D: En filmafinitty
incluyen como guionista al propio Cervantes. ¡Madre mía! ¡Lo que nos queda por
ver y por leer!