viernes, 31 de octubre de 2025

Una casa llena de dinamita

Kathryn Bigelow es una cineasta muy notable que en este nuevo milenio ha estrenado sus películas a cuentagotas, y estamos hablando de artefactos muy potentes, En tierra hostil, La noche más oscura, Detroit... Una media ponderada de cinco años separan sus títulos mayores, aunque tuvo otro par de maravillas en los noventa (Días extraños y Le llaman Bodhi). Dirige como nadie cine de acción con poso, no de mamporros por mamporros. En eso es desde siempre una rara avis en Hollywood, tan rígido en sus encasillamientos (cine de hostias dirige un tío, cine sensiblero dirige una tía).

Desconozco si la filmografía más bien corta para una setentona se debe a un bullying profesional, un carácter difícil o una selección escrupulosa de los proyectos, ya no sigo estos detalles de la carrera de nadie. Pero ha llegado hasta aquí rodando, rodando bien y sin que le falten recursos. En esta nueva Una casa llena de dinamita Netflix pone la pasta para hacerla, un estreno técnico lo más rápido que se permita y al streaming.

Así que ella ha hecho algo que no se resienta demasiado por la reducción de la pantalla en la que la veas. Se pega a la historia, los personajes y el ritmo, eso siempre ha sabido hacerlo estupendamente y el resultado te atrapa y no te suelta hasta el final. 

No es de sus grandes títulos. Tiene un arranque formidable que se desarrolla durante cuarenta minutos con una brillantez que presagia más. Luego deja de sorprender, se instala en la idea inicial exprimiéndola, aunque sigue enganchando por su nervio indudable. 

En cuanto al presidente ficticio de los Estados Unidos, empieza a estar manido recurrir a un afroamericano. Hubiera sido más inquietante mantener su ventana de videoconferencias en negro, con una voz no conocida del público dando vida al hombre con más ojivas nucleares de la Tierra, esa Tierra que naturalmente es nuestra casa llena de dinamita. 

Merece verse, como todas las de Kathryn.

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