viernes, 11 de julio de 2025

Una quinta portuguesa


De Avelina Prat había visto Vasil, que me sorprendió gratamente. Ésta es mejor. Sigue tratando los sentimientos entre pocos personajes bien escogidos y el tema de lo que significa ser extranjero de algo, pertenecer o no, sentirse parte. 

Aquí todo es menos explícito o quizá lo parece, porque el primero que se va aun país que no es el suyo es el protagonista español a Portugal. ¡Qué bien fotografía Portugal siempre, ya que estamos! Hay una luz serena que se agarra a paisajes rústicos con encanto especial, melancolía, cotidianeidad, confidencia, vida.

Manolo Solo está como siempre, todo precisión en un papel difícil que va del asombro al derrumbamiento, del vagabundeo a la curiosidad, del cariño a la intriga. María de Medeiros está elegante y delicada, señorial y triste, simpática y evocadora. Y luego, cuando todo parece  dicho y hecho, irrumpe Branka Katic, en el papel más expuesto, para el giro de guion donde todo se decide y ella lo clava con una frescura centroeuropea auténtica, una honestidad ambigua, un hacerse querer desde lo mínimo.

Todo a un ritmo sosegado que hay a quien le parece lento, incluso muy lento, pero que a mí me resultó el adecuado. Si algo me molestó fue precisamente el corte que revela un salto del tiempo mayor que el de cualquier elipsis. Un tiempo del que querrías saber más: qué otras historias contaría la señora en la copa del porche, qué vida tiene su cocinera cantante al marcharse cada tarde, qué otros árboles plantó Fernando durante ese tiempo sin que se secaran...

Por que esa Quinta, una vez cartografiada, es como para quedarse a replantar indefinidamente.

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