lunes, 7 de junio de 2021

Repescas japonesas

DESPEDIDAS

El Oscar a la mejor película en habla no inglesa de 2008 fue para esta película que vi antes de tener blog y que he redescubierto con las goteras de la edad. No es lo mismo verla con cuarenta escasos, que 12 añacos después. Ni por asomo. Las mejores películas son precisamente esas que vas asimilando en cada década de un modo distinto y todos ellos son útiles al espíritu, aunque duelan.

Las grandes películas japonesas suelen doler. Ésta, que se queda algunos peldaños por debajo de la poderosa filmografía de Japón que todos tenemos en mente (Ozu, Kurosawa, Mizoguchi, Naruse), también duele. Y no sólo porque el tema de la muerte y las funerarias se preste, sino por la sensibilidad que despliega para hablarnos del duelo, de sus rutinas, de los ritos y su conveniencia, de las pérdidas irreparables y hasta del monte Fuji al fondo de la imagen. 

El monte Fuji es a veces a Japón lo que la torre Eiffel a París, recurrente para el encuadre. Pero si la segunda canta a la vida, el primero parece simbolizar la imperturbabilidad de la muerte. Atmósfera, referentes lejanos, silencio o cine, todo cuenta al transmitir los sentimientos de Japón.

Yojiro Takita es un director razonablemente prolífico, que apenas ha trascendido más allá de sus fronteras naturales. Ya sabéis cómo va, si no tienes un Oscar o una Palma de Oro, tus películas no te las distribuirá fuera de casa ni blas. O para cerrar con una broma a tono con la temática: date por muerto.


 UNA PASTELERÍA EN TOKIO

Naomi Kawase juega en otra liga: tiene seguidores y detractores por todo el ancho mundo casi por igual. Pero eso me da que es un revuelo más festivalero y crítico que otra cosa. La japonesa sabe lo que se hace y a quién dirige cada historia, adaptando sutilmente sus maneras para que le funcionen por igual la autoría y el pasteleo.

Y para muestra este bollito AN. La primera mitad de la película, pausada, cristalina, muy japonesa, es interesantísima de seguir en su sencillez extrema: como localización, apenas un tenderete donde se preparan dorayakis y los cerezos en flor circundantes. De personajes, tres y alguna aparición instrumental de relleno, de las que compra un dulce para llevar o tomarse frente al diminuto mostrador.


Después, llega la otra mitad de película, en la que Kawase malgasta con discutibles decisiones de puesta en escena el talento demostrado en la mitad anterior. Se empeña entonces en dar las debidas explicaciones al espectador, pero sin que la imagen aporte lo que le corresponde. Vamos, que la directora se limita a filmar gentes contando penas de manera explícita y acumulativa, ante la mirada compungida de los personajes que les escuchan dentro de la misma pantalla. 

Algo parecido a los dramas personales que nos contaban los personajes de los estudios Ghibli, pero sin bellos dibujos ilustrando el pasado infantil de la anciana o el rifi rafe de tugurio del pastelero solitario.

A Naomi le podían haber aprovechado más las mil horas de Totoro, Ponyo, Chihiro, Luciérnagas y hasta Doraemon que se enchufaría de cría, pero sé que ironizo con eso en plan festivalero beligerante. No me equivocaré mucho si os digo que a los japoneses de distintas edades e intereses que va dirigida esta historia zen, la película les llega y les conmueve. A mí me sobran minutos de anciana despidiéndose y viento entre los cerezos. 

Eso sí, Kawase se redime con un momento final en línea con la más prestigiosa tradición japonesa. Talento demoledor en un escenario anodino y con apenas una frase del actor que lo vertebra todo. Bien de nuevo.


2 comentarios:

  1. Puede que no sea el Fuji.
    Que vemos una montañica nevada en una película japonesa y ya está, va a ser el Fuji.
    Pues mire, a lo mejor no.

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  2. Naomi Kawase es festivalera a más no poder,
    ver su cine fuera de ese ritual con puntito pedante es poco recomendable.
    Kawase necesita ese puntito pedante. A pelo, todas sus pelis se desinflan

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