Las convalecencias de mucho
calmante dan para estos ejercicios cinéfilo-alucinatorios. Como verse seguidas Barry
Seal (película de Tom Cruise,
dirija quien dirija), y Zeta (película de Costa-Gavras, actúe quien actúe).
La primera es la última buena de
este actor hasta hoy. Cruise es de los pocos que aún van alternando tipos de proyecto. Prioriza, antes de que los años acumulados sobre su
físico lo imposibiliten, el taquillazo acrobático franquiciado. También trabaja
otras tendencias a la moda: rescates desafortunadísimos de mitos tan viejos
como la momia o secuelas de películas mejores como la segunda de Jack Reacher frente a la primera. No
obstante, de vez en cuando le llega a la tumbona un guión de verdad, que
respete su estilo de estrella pero vaya más allá del divertimento esquemático
y los corre-corre de sus superhéroes sin mallas.
Es el caso de Barry Seal. Plena de ritmo, aviones y sonrisa Cruise, pero muy reveladora de los usos y maneras CIA , Contra y Narco, el triángulo letal de los años setenta-ochenta a ambos lados de Río Grande.
La socarronería del libreto le
sienta bien a Cruise, amoral, arrojado y juguetón, al que no le importa en este
caso traficar y perder. Porque Tom será maestre cienciólogo o como putas se
llame, pero también sabe un rato de Cine. Del que vende sin más y del que hace
algo más que vender.
Eso sí: cada día engorda su
currículum y su cuenta con otro título del primer grupo. Diría que su ya larga carrera es una
muestra bastante precisa de la deriva de Hollywood, de los años 80 hasta hoy.
Antes de que Cruise debutara siquiera, Costa Gavras reinaba como gran director europeo de cine político con enjundia y gancho. Buena parte del mérito lo tiene Z, con guión de Jorge Semprún (menuda deriva también la del nivel político, ya que estamos). En ésta, más que socarronería hay sarcasmo. También hablando del poder, sus enjuagues, sus peones y sus víctimas. Con mandamases igual de cínicos y letales que los de Barry, pero con empleo de métodos más prosaicos, como son los revienta-manifestaciones, los radicales de pocas luces y los funcionarios complacientes. Apenas un juez y un periodista se enfrentan a lo inevitable.
Lo más estremecedor en la de
Gavras es lo asequible que resulta dar con la verdad, a poco que se busque tras la versión oficial, acomodaticia y tentadora. Ahora y aquí es igual de asequible e
incómodo, aunque el poder evite disfrazarse de caqui.
La CIA al menos se toma la molestia de quemar documentos, sin perjuicio de que la mierda aflore tarde o temprano.
En todo caso, no hay mucha distancia entre los tontos útiles a uno y a otro lado del charco, salvo la cantidad de billetes que le cuestan al erario y el dinero que hacen ellos por su cuenta. Al final, pagan los inocentes y se libran los que dan las órdenes. Y no queda más remedio que seguir tomando calmantes.
pastis provocadoras las tuyas
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