The vast of night ha generado una pequeña polvareda en el mundillo de la
cinefilia por ser rechazada en un montón de Festivales que, o miran demasiado
los nombres de los directores e intérpretes para asegurarse cierto relumbrón, o
han demostrado una ceguera notable. Porque a la larga la película ha cosechado
reconocimientos de calado, en Toronto y en los Independent Spirit.
Sea como sea, lo digan los jurados, Rodrigo Cortés o su porquero,
la verdad es que la película merece más de lo que de primeras estuvieron
dispuestos a darle, que viene a ser la patada.
Es una película barata, pero el director Andrew
Patterson sabe manejarse muy bien para que eso apenas se perciba. Incluso
se permite planos fijos de diez minutos en interior: uno con tres o cuatro
contraplanos que lo refresquen, pero el otro sólo acercándose muy sutilmente al
personaje, que es quien imprime movimiento y tensión a la imagen. Seguramente,
la mejor secuencia de la película, la que prueba la solidez de su guión y de la
protagonista.
La historia, muy de paranoia alienígena de los cincuenta,
hasta con guiño a aquellos seriales cifi en blanco y negro que pasaban en USA
por la tele, es justa, sencilla y directa: Un presentador de la radio local y
una telefonista se topan con un fenómeno inexplicable y tratan de darle sentido
tirando de oyentes, informadores, grabaciones y carreras.
Lo mejor es cómo se cuenta, de noche, mientras el pueblo en
pleno está viendo un partido de basket (que gran arranque ahí, recorriendo la
cancha, las instalaciones y el parking
junto al polideportivo).
Sierra McCormick y Jake Horowitz están espléndidos y todo fluye a puro guión y clima,
hasta los cinco minutos finales, en los que hay que gastar el último cartucho
para cumplir con la expectativa generada, sin pasarse de rosca.
A ver esos aventadores de talento, que se espabilen.
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