María Luisa Ponte era una actriz enorme en un cuerpecito de señora
con malas pulgas, como muy de lunes. Cuando se hizo mayor, se convirtió en el
reverso agrio de Chus Lampreave,
pero sé de buena tinta que en realidad tenía un excelente humor personal, lo tuvo
siempre.
Fue pareja de Agustín González durante treinta años y
uno se los imagina ensayando mano a mano su especialidad de personajes
cabreados para la gran pantalla.
Trabajó con los grandes: Berlanga, Ferreri, Fernán Gómez, Camus, Picazo, Armiñán, Miró... El último
fue José Luis Garci, que le hizo el
mayor regalo de su larga y magnífica trayectoria: La hermana tornera de Canción
de Cuna.
Un beso, María Luisa. “¡Pues nos ha merendao!”
Y vamos a don Agustín González. Participó en El mundo sigue, Plácido, Atraco a
las tres, La regenta, La escopeta nacional, El nido, Volver a empezar, El viaje
a ninguna parte, La colmena, Las bicicletas son para el verano, El crack II,
Los santos inocentes, Stico, La corte del faraón, La vaquilla, Belle Epoque,
Los peores años de nuestra vida, El abuelo,… En pocas hizo de
protagonista, en todas estuvo impecable.
Giménez Rico solía decir que era el actor que mejor se cabreaba del
cine español, quizá por lo mítico que se hizo su cura de la mano de Berlanga (lo que yo he unido en la tierra no lo separa ni Dios). También
componía unos malvados, que solían esconder a pobres diablos, absolutamente
memorables.
Pero si se le sigue mejor la
pista (el escritor de El mundo sigue, el ciego de La
marrana, el sensato padre de Las bicicletas…, el servicial
Albajara de Volver a empezar), se verá lo versátil que era don Agustín. En
teatro –doy fe- era un monstruo. Ahí va también para él este pequeño homenaje.
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