Finalmente, colgaron en plataforma de pago la película que con tanto empuje salió a los cines españoles pre-pandemia. Los grandes recursos con los que está realizada Adú y lo solvente que luce en pantalla (localizaciones, fotografía, música, reparto, efectos...), habían desembocado en una notable recepción crítica y de público, cuando llegó el covid y cerró hasta la última sala.
En el primer mundo es un desbarajuste que haya que interrumpirlo todo porque un virus viene arrasando, pero en África la vida puede cambiar un día cualquiera por una simple bicicleta perdida.
La historia de Adú, de las tres que cuenta esta película, es la que importa, la que empieza en esa bicicleta y debió terminar en ella si el guión trenzase bien el portentoso material que maneja.
Ver en infla-rojos las grandes oleadas de sub-saharianos que van a saltar la valla de Melilla anticipa una película dura y bien trabada. Es dura, sí, pero ya digo que le falta un trenzado mejor entre lo que les sucede a los guardias civiles de frontera mientras esperan el siguiente asalto, la peripecia de Adú para llegar a la "tierra prometida" y el español defensor de elefantes sobre el terreno, que tiene una hija drogata de visita y haciéndole de paso unos cuantos reproches por su eterna ausencia del hogar en el que se crió como pudo.
Si el guión hubiese explorado las conexiones, la película sería realmente grande. Pero estas vidas cruzadas se cruzan sin tocarse. Sin influirse las unas a las otras. Quizá es más realista así, pero de vez en cuando conviene acordarse de lo que decía Hitchcock cuando le acusaban de historias poco creíbles: "Ah, mis amigos, los verosímiles..."
¿Qué se nos quiere contar de ese padre, encarnado por Luis Tosar, metido en África y volcado en los elefantes, aparte de su imposibilidad de afrontar otros asuntos vitales de la existencia, como decirle te quiero a la maravillosa Anna Castillo que le hace de hija?
¿Qué le aportan estos dos occidentales desnortados a la aventura terrible y diáfana del niño africano esforzándose por sobrevivir?
¿Qué se quiere destacar de los guardias fronterizos, negligencia, indefensión, insensibilidad, preguntas sobre lo pertinente de la tarea...? Puede que todo eso, pero sólo la mirada dubitativa de uno de ellos es fácil de seguir. Tampoco es significativo para el niño protagonista.
Esa debe ser la verdadera tristeza que la película narra: los sufrimientos indecibles de los que huyen hacia donde estamos nosotros corren paralelos a una Europa que vive de ensimismamientos: sus "causas justas" desenfocadas, sus protocolos de actuación y sus malentendidos pendulares con la culpa.
Adú, su hermana, su amigo Massar... hasta Anna se merecía más.
Totalmente de acuerdo con tu crítica Fercho, ahí estaba yo siempre esperando el momento de la conexión real entre las historias, ese momento cumbre de la película que nunca llegó, ese reencuentro de Adú con la bici de su hermana que se quedó en no más que en cruce en la frontera y la mirada de Massa (que no se si miraba a la bicicleta o a Anna) y que el pobre Adú ni siquiera vio. Luis Tosar el ese papel de defensor de los elefantes que no es capaz de subir a su coche a dos pobres críos haciendo autostop, "¡que se parta el mundo en mil pedazos, pero a mis elefantes ni tocarlos!" podría gritar a los cuatro vientos, aunque lo mejor que hizo fue la lección que le dió a su hija después de despedirse de ella.
ResponderEliminarLo de los guardia civiles fue una pincelada de la realidad en la valla de las cuchillas, pocos medios para los guardia civiles e indefensión para los inmigrantes en un constante (des)equilibrio muy duro para unos y para otros.
Hubiera preferido un final mejor hilvanado que dejara a Adú y Massa con un futuro más prometedor, ya habían pasado mucho los pobres y si la realidad es así o más dura, al menos que la película hubiera terminado siendo más benevolente.
Pues eso, meritoria e interesante.
EliminarLo triste es que contiene lo que necesitaba para ser una obra mayor, pero el guión no termina de cuajar esos elementos tan atinados y potentes.