Ha muerto a los 91 años. Como
dice mi amigo Alejandro, se va la bso de nuestras vidas.
Una tan larga como la suya da
para mucho, y hablamos además de un compositor prolífico, más de 500 bandas sonoras.
En la primera etapa de su carrera
hizo spaguetti westerns a montón, de esos de cine de verano con suelo de cáscaras
de pipas. Pero entre aquellos títulos se agazapaban las grandes gamberradas de Sergio Leone, como Por un puñado de dólares,
La
muerte tenía un precio, El bueno el feo y el malo, Agáchate
maldito. Eran años locos, en los que Morricone componía decenas de
bandas sonoras para toda clase de cosas, y lo mismo entraban spaguettis que La
batalla de Árgel de Pontecorvo,
que Pajaritos
y pajarracos o Teorema, de Pasolini, que La Biblia, de John Houston.
En los 70, mientras se nos iban cayendo los dientes de leche, siguió la misma tónica, westerns a la
italiana, comerciales norteamericanos de usar y tirar (El Exorcista II, Orca la
ballena asesina), clásicos adaptados de Pasolini (Cuentos de Canterbury, Las mil y
una noches) y joyas inesperadas como Novecento de Bertolucci, La herencia Ferramonti de
Bologinini o Días del Cielo de Terence Malick. Estas últimas las descubrimos después, cuando ya empezábamos a elegir películas para ir sin padres al cine y había salas de reposición.
En los 80, el western declinaba,
hasta en su versión sudor y mugre. También nosotros lo despreciábamos un poco, había llegado nuestra cinefilia, anticipándose veinte años al gafapastismo. Morricone, no obstante, contaba con prestigio
internacional más que suficiente para aportar su talento a títulos como La
cosa, Érase una vez en América, La misión, Los intocables de Eliot Ness,
Frenético y, por supuesto, Cinema Paradiso, una de las
partituras más hermosas de la Historia del Cine, perfecta para besar.
Cumplida esa década prodigiosa, como
un compositor no necesita ser un hombre de acción, aún tenía treinta años de
trabajo por delante, mientras nosotros, los de entonces, nos hacíamos mayores, sacábamos carreras, emprendíamos trabajos y viajes, descubríamos el cine subtitulado, teníamos descendencia a la que ponerle con el tiempo películas de Morricone...
Átame, El clan de los irlandeses, Hamlet,
Bugsy, La ciudad de la alegría, En la línea de fuego, Pura formalidad, Lobo, El
hombre de las estrellas, Giro al infierno, Lolita, La leyenda del pianista en
el océano, El fantasma de la ópera, Vatel, Malena, El juego de Ripley, Kill
Bill, Malditos bastardos, Django desencadenado, La mejor oferta…
Después de componer para todos los
italianos imaginables, un buen puñado de norteamericanos, ingleses, franceses y
hasta españoles interesantes, Tornatore,
De Palma, Malick, Pontecorvo, Pasolini, Almodóvar, Stone, Polanski… Morricone era "El compositor de bandas sonoras" que más queríamos. Sólo le
faltó El padrino de Francis Coppola,
pero esa medalla se la colgó su compatriota Nino Rota, otro insustituible
compositor italiano.
Éramos aún cuarentones cuando Ennio se plantó en 2016, con
86 añetes, llevándose el Oscar por Los odiosos ocho. Y hasta tuvo tiempo
de salir entre los entrevistados-homenajeados del bello documental Desenterrando
Sad Hill, dos años después.
Uno mira las propias décadas cumplidas y se pregunta cómo ha empleado el tiempo. Ni siquiera puedo presumir de la banda sonora de Orca, la ballena asesina. Solo de haberla visto (y oído).
En fin, la bso de nuestra vida.
Habrá que tirar de vinilo, cds, spoty y lo que venga.
Gracias Ennio, por musicalizar los besos.
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