viernes, 31 de julio de 2020
lunes, 27 de julio de 2020
Los comodines de Netflix: Roma - Historia de un Matrimonio
Os puede parecer una marcianada, pero cuando sé que a Netflix le ha salido un pastel bien cocinado, suelo demorar lo de hincarle el diente. Es como tener el comodín de la llamada, sin usarlo. Rastreas por la plataforma, viendo calidad ya amortizada y vista, o chatarra repetida en veinte categorías, o novedades muy publicitadas que huelen a moda de la peor estofa (un suponer: La vieja guardia, la nueva mierda). Tienes, en fin, muchas papeletas para pegártela, pero guardas tozudamente esos comodines que, como son pocos, te resistes a utilizar aún a riesgo de darte un costalazo por semana.
Sabes que Roma o Historia de un Matrimonio deben resarciste, como lo hizo El irlandés (comodín imposible de reservar). Pero henos aquí en plena hola de calor, mientras la pandemia del covid nos zarandea de forma evidentísima. La reclusión es ahora auto-impuesta y tienes que tirar del comodín de la llamada a cada paso. Así que me he zampado las dos.
ROMA.
Alfonso Cuarón sale de Gravity y convence a Netflix, para hacer una historia hablada en español y dialectos indígenas mexicanos, en blanco y negro y sobre un muchacha de servicio en familia burguesa del D.F. de los primeros años 70. ¡¡Y van y le dejan!! Claro que hubo de asesorar en El libro de la selva, esa netflixidea bienintencionada pero olvidable. Nada sale gratis.
En cualquier caso, Roma es un alarde de sensibilidad, puesta en escena, dirección artística, historia íntima y generacional, momentos escogidos (uno de ellos, atroz y brillantísimo), movimientos de masas, sutilezas y originalidades calculadas. Sólo la canción del incendio queda autoralmente impostada, siendo cicateros.
La historia del barrio, la sirvienta, la madre, la abuela y los niños malcriados pero realistas y hasta entrañables no se rueda ya en Hollywood con esos niveles de verdad. Bravo por Cuarón, que se puso mexicano hasta el tuétano para ganarlo todo. No me fallaste, wey.
HISTORIA DE UN MATRIMONIO
Noah Baumbach será ahora la última revelación de la industria, aunque es de la quinta del aclamado Wes Anderson, pero a mí apenas me sonaba como guionista de Fantástico Mister Fox. Aquí se lo ha montado bien, con la complicidad de Scarlett, que debía estar saturadita de cromas, aparte divorcio real en desarrollo. Adam Driver, que le da la réplica, demuestra también que vale para mucho más que un malo desafortunado en la "desescalada" Jedi según la entiende Disney con la calculadora en la mano.
Tampoco es que Noah invente el agua caliente, nos habla de una pareja rota pero civilizada, de la rama Broadway y Off lo mismo. Así que no sabes con certeza plena si los momentos de catarsis los sienten o los teatralizan. Pero todo rezuma buen gusto, finura de guión, guiños inteligentes (incluyendo los reivindicativos, que en ésta suenan oportunos en vez de oportunistas).
Faltan algunas explicaciones, aunque se las hubiesen tirado a la cara, con o sin abogados (muy bien Laura Dern y Ray Liotta, como suelen). Los motivos del declive sentimental se resuelven un poco esquemáticamente, porque hay apuntes de problemas de pareja que trascienden la abnegación frente al egoísmo o el trilladísimo patinazo sexual del varón.
Pero, en fin, Historia de un Matrimonio es otro comodín de lujo. Con un principio y final muy logrados, y un desarrollo que no trata al espectador como un mero ser clicante. Aunque, eso sí, hoy se me ha puesto cara de recién divorciado: "Y ahora qué".
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domingo, 26 de julio de 2020
Ofrenda a la tormenta
Se acabó lo del Batzán, hasta nueva orden comercial (llegado el caso). La tercera cierra el asunto y cuenta con las mismas virtudes y defectos que las anteriores. En especial, destaca la falta de intensidad, propiciada por el exceso de parlamentos informativos, lo que resulta más evidente al ver lo que gana la película cada vez que se abandona el mero discurso investigador. Por supuesto, el problema es más palpable cuanto menos encarnadura tenga el intérprete (ese gringo sin empaque...).
Algunas decisiones de guión son un poco burdas y un par de ellas abiertamente sonrojantes: la deducción de las primeras lágrimas, la confianza completamente desaconsejable en la seguridad de algunos personajes... Aunque la mayoría podrían pasar con un director más hábil, menos funcional. O un reparto de hierro. Es precisamente lo mejor de ese reparto lo que hace verosímil, aunque desconcertante (incluso revisable), uno de los sacrificios finales del film.
En el haber, la solvencia de la producción, evidente en la fotografía exquisita, las localizaciones, la atmósfera y hasta en el abuso de la música de subrayado.
Queda la agridulce sensación de que había mimbres para una excelente serie de 10 capítulos, donde las hermanas de Amaia y su tía se desarrollasen como debían, hubiese complicidades personales veteando la investigación, las pasiones fuesen verdaderamente inevitables, la iglesia y las supersticiones aportasen telarañas inquietantes mejor colocadas (algunas, por desgracia, parecen de fiesta de Halloween)...
Pero además del cambio de formato hubiese sido necesario separarse de Dolores Redondo en algunos tramos (no sé si es que ella podía imponerse por contrato), fundiendo pistas, acortando dictado de datos, ganando en las relaciones, eliminando o desarrollando personajes. Tanto empeño por atar hasta el último cabo, incluso a costa del hecho cinematográfico, y dejan al albur elementos de enorme importancia en la primera (el basajaun) o en toda la trilogía (el consejero del FBI).
Para terminar, una reflexión con miaja de sarcasmo: la prota tiene que estar casada con un estadounidense (inequívocamente demócrata), no hay en Navarra o España entera un hombre a la altura en amor, comprensión y entrega. Marta Etura es la jefa y ha trabajado con el FBI y habla inglés. En no pocos momentos de la historia del Batzán parece que eso le otorga un plus, no de formación, sino de "qualité".
No me extraña, apenas si me irrita: asesinos en serie, celdas de aislamiento y diseño, sectas triunfantes, familias predestinadas a la tragedia de sangre, pistola y linterna sin encender las luces... todo respira referentes de allende los mares, luego qué importancia tiene añadir un FBI y un marido, que hasta venden mejor.
jueves, 23 de julio de 2020
Mark Ruffalo
Me cae bien este tipo. Parece esa
clase de actor con el que te irías de cañas y, probablemente, el revuelo por
entrar en un viejo pub o una tasca de barrio sería rapidito, poco hostil, y al
cabo de cinco o diez minutos se podría charlar con relajo de cosas interesantes
no vinculadas al Cine y hasta hacer coñitas con los parroquianos.
Ahora tiene 52 palos, uno más que yo. Y se tomó su carrera con talento, perseverancia y suerte, aunque la última tardó lo suyo en aparecer. Se fue colando poco a poco en éxitos independientes o de Estudio, de crítica, de público o de ambas cosas, haciendo papelitos o secundarios o coprotagonistas chulos.
Hablamos de los tiempos de Mi vida sin mí (me encantó bailar contigo, qué gran frase final para que un actor la lea en la carta de la amada desaparecida, si tiene la fragilidad y la entereza de Ruffalo). Los tiempos de Eternal Sunshine of the Spotless Mind (en la que Jim Carrey y Kate Winslet, amén del director estrella Michel Gondry y el guionista diva Charlie Kaufman lo acaparaban todo), Collateral, de Mann, Cruise y Foxx (¿se tomaría unos cacharros con Bardem, hablando de sus por entonces tangenciales carreras en "la Meca"?).
Además, hizo sus pinitos por Broadway en 2006, consiguió dirigir Sympathy for Delicious con
corrección, para entonces 2009, fue lo más interesante de Los chicos están bien (y
eso que se batía con Julianne Moore
y Annette Benning), se coló en Shutter
Island de Scorsese y Di Caprio…
Buenos avances en una carrera de
fondo que le llevó hasta Marvel, Los
Vengadores, Banner y Hulk.
Reemplazaba en el papel de mala bestia de los rayos gamma a Edward Norton, que aún debe estar
mordiendo esquinas de rabia. En la última década, mientras repartía mandobles
en croma y seducía como Banner a Scarlett
-viuda negra- Johansson con su
lado sensible, se apuntó a la estupenda Begin Again y cedió protagonismo en Foxcatcher.
Acabada la saga marvelita, estrenó Aguas oscuras, pequeña,
concienciada y solvente.
No sé cuáles son sus planes, pero
tenemos pendientes unas cañas. Aunque quizá no hablemos especialmente de Cine.
lunes, 20 de julio de 2020
El verdadero tiburón sigue ahí
Tened mucho cuidado. Si esto fuera Amity (por el momento nos hemos comportado como si lo fuera), estaríamos ahora en ese tiburón. ¿Me estoy explicando?
domingo, 19 de julio de 2020
Moviola Marsé
No todas las versiones cinematográficas de tu obra
estuvieron a la altura, Juan Marsé,
pero hay que reconocer que en las protagonistas
tuviste suerte.
La oscura historia de la prima Montse
La muchacha de las bragas de oro
Últimas tardes con Teresa
El amante bilingüe
El embrujo de Shanghai
miércoles, 8 de julio de 2020
La noche de 12 años
Álvaro Brechner, el director, ha cocinado previamente a ésta las notables Mal día para pescar y Kaplan, y algunos cortometrajes que no he visto. Le ha sentado bien a una película de materiales tan delicados y potencialmente explosivos como los que forzosamente deben manejarse en La noche de 12 años. Porque aquí tres tupamaros detenidos (entre los que se encuentra el Pepe Mújica que fue presidente del Uruguay), pasan las de Caín de cárcel en cárcel, de celda en celda, de puteo en puteo durante más de una década.
Hay momentos de escalofrío, propios de milicos del Cono Sur poniéndose malvados por puro gusto, pero no hacen falta demasiados, pues los hechos son de por sí elocuentes. Hasta el absurdo del conducto reglamentario aplicado a una letrina manifiesta a las claras aquel calvario.
En medio del horror desproporcionado que supone el castigo de los vencedores sobre los vencidos, hay tiempo para todo: para imaginarse fuera, para hacer amigos por la mínima, para hablarse a través de la pared, para encontrarse con médicos de diferente catadura y miedo, para volverse loco y recomponerse.
De lo que va sucediendo entre tanto en el exterior apenas se sabe, ese es quizá el déficit de la historia. Pero imagino que consciente, pues los protagonistas (muy bien los tres), viven sumergidos en la oscuridad: una larguísima noche de 12 años.
martes, 7 de julio de 2020
Borg vs McEnroe
A los que nos gusta el tenis, jugado o visto por TV (quién pudiera sentarse en según qué graderíos), nos pasa como a todos los aficionados a algún deporte en especial: recordamos ciertos choques como lo más de lo más.
En tenis los ha habido con mucha épica: el último que recuerdo infartante fue la final de Wimblendon entre Federer y Nadal en 2008. Pero también aquella final olímpica de cinco sets en Barcelona 92, entre Jordi Arrese y el suizo Marc Rosset haciendo un porrón de aces mientras se derretía bajo el sol de España. Los piques entre Arantxa y Steffi. Las palizas de cinco horas de las que era capaz el argentino Guillermo Vilas en la tierra batida. El Wimblendon de la tenaz Conchita frente a la gran Navratilova. Jimmy Connors, Iván Lendl, Boris Becker, Mats Wilander, Andrea Agassi, Pete Sampras, las temibles hermanas Williams... Podríamos pasarnos así todo el blog.
En cualquier caso, nada ha sido tan épico, mediático y cacareado como el duelo Borj - McEnroe, en especial el de Wimblendon 80. De ese va esta película sorprendente e interesantísima, aún sabiendo quién ganó (pero si algún espectador no lo sabe o no lo recuerda, le aconsejo que pase de google).
Borj, el "hombre de hielo" se parecía en realidad a McEnroe, lo que jamás se intuyó en la pista. Y McEnroe era un showman con talento tenístico indudable, que ha dejado su impronta hasta opinando del film: "me hacen parecer un gilipollas". Imagino a Björn y John muertos de la risa en una barra de bar vacío después del estreno. Su amistad es también legendaria.
Lo curioso de esta película es que se trata de lo que vulgarmente se llama un "europudding", con dinero sueco, danés, finés... La versión escandinava de europudding. Se estrenó ya hace año y medio, meses después de pasar por San Sebastián. Pero a los aficionados al tenis nos pasa otra cosa muy común y comprensible: podemos ver el partido una y otra vez.
lunes, 6 de julio de 2020
Ennio Morricone
Ha muerto a los 91 años. Como
dice mi amigo Alejandro, se va la bso de nuestras vidas.
Una tan larga como la suya da
para mucho, y hablamos además de un compositor prolífico, más de 500 bandas sonoras.
En la primera etapa de su carrera
hizo spaguetti westerns a montón, de esos de cine de verano con suelo de cáscaras
de pipas. Pero entre aquellos títulos se agazapaban las grandes gamberradas de Sergio Leone, como Por un puñado de dólares,
La
muerte tenía un precio, El bueno el feo y el malo, Agáchate
maldito. Eran años locos, en los que Morricone componía decenas de
bandas sonoras para toda clase de cosas, y lo mismo entraban spaguettis que La
batalla de Árgel de Pontecorvo,
que Pajaritos
y pajarracos o Teorema, de Pasolini, que La Biblia, de John Houston.
En los 70, mientras se nos iban cayendo los dientes de leche, siguió la misma tónica, westerns a la
italiana, comerciales norteamericanos de usar y tirar (El Exorcista II, Orca la
ballena asesina), clásicos adaptados de Pasolini (Cuentos de Canterbury, Las mil y
una noches) y joyas inesperadas como Novecento de Bertolucci, La herencia Ferramonti de
Bologinini o Días del Cielo de Terence Malick. Estas últimas las descubrimos después, cuando ya empezábamos a elegir películas para ir sin padres al cine y había salas de reposición.
En los 80, el western declinaba,
hasta en su versión sudor y mugre. También nosotros lo despreciábamos un poco, había llegado nuestra cinefilia, anticipándose veinte años al gafapastismo. Morricone, no obstante, contaba con prestigio
internacional más que suficiente para aportar su talento a títulos como La
cosa, Érase una vez en América, La misión, Los intocables de Eliot Ness,
Frenético y, por supuesto, Cinema Paradiso, una de las
partituras más hermosas de la Historia del Cine, perfecta para besar.
Cumplida esa década prodigiosa, como
un compositor no necesita ser un hombre de acción, aún tenía treinta años de
trabajo por delante, mientras nosotros, los de entonces, nos hacíamos mayores, sacábamos carreras, emprendíamos trabajos y viajes, descubríamos el cine subtitulado, teníamos descendencia a la que ponerle con el tiempo películas de Morricone...
Átame, El clan de los irlandeses, Hamlet,
Bugsy, La ciudad de la alegría, En la línea de fuego, Pura formalidad, Lobo, El
hombre de las estrellas, Giro al infierno, Lolita, La leyenda del pianista en
el océano, El fantasma de la ópera, Vatel, Malena, El juego de Ripley, Kill
Bill, Malditos bastardos, Django desencadenado, La mejor oferta…
Después de componer para todos los
italianos imaginables, un buen puñado de norteamericanos, ingleses, franceses y
hasta españoles interesantes, Tornatore,
De Palma, Malick, Pontecorvo, Pasolini, Almodóvar, Stone, Polanski… Morricone era "El compositor de bandas sonoras" que más queríamos. Sólo le
faltó El padrino de Francis Coppola,
pero esa medalla se la colgó su compatriota Nino Rota, otro insustituible
compositor italiano.
Éramos aún cuarentones cuando Ennio se plantó en 2016, con
86 añetes, llevándose el Oscar por Los odiosos ocho. Y hasta tuvo tiempo
de salir entre los entrevistados-homenajeados del bello documental Desenterrando
Sad Hill, dos años después.
Uno mira las propias décadas cumplidas y se pregunta cómo ha empleado el tiempo. Ni siquiera puedo presumir de la banda sonora de Orca, la ballena asesina. Solo de haberla visto (y oído).
En fin, la bso de nuestra vida.
Habrá que tirar de vinilo, cds, spoty y lo que venga.
Gracias Ennio, por musicalizar los besos.
domingo, 5 de julio de 2020
The vast of night
The vast of night ha generado una pequeña polvareda en el mundillo de la
cinefilia por ser rechazada en un montón de Festivales que, o miran demasiado
los nombres de los directores e intérpretes para asegurarse cierto relumbrón, o
han demostrado una ceguera notable. Porque a la larga la película ha cosechado
reconocimientos de calado, en Toronto y en los Independent Spirit.
Sea como sea, lo digan los jurados, Rodrigo Cortés o su porquero,
la verdad es que la película merece más de lo que de primeras estuvieron
dispuestos a darle, que viene a ser la patada.
Es una película barata, pero el director Andrew
Patterson sabe manejarse muy bien para que eso apenas se perciba. Incluso
se permite planos fijos de diez minutos en interior: uno con tres o cuatro
contraplanos que lo refresquen, pero el otro sólo acercándose muy sutilmente al
personaje, que es quien imprime movimiento y tensión a la imagen. Seguramente,
la mejor secuencia de la película, la que prueba la solidez de su guión y de la
protagonista.
La historia, muy de paranoia alienígena de los cincuenta,
hasta con guiño a aquellos seriales cifi en blanco y negro que pasaban en USA
por la tele, es justa, sencilla y directa: Un presentador de la radio local y
una telefonista se topan con un fenómeno inexplicable y tratan de darle sentido
tirando de oyentes, informadores, grabaciones y carreras.
Lo mejor es cómo se cuenta, de noche, mientras el pueblo en
pleno está viendo un partido de basket (que gran arranque ahí, recorriendo la
cancha, las instalaciones y el parking
junto al polideportivo).
Sierra McCormick y Jake Horowitz están espléndidos y todo fluye a puro guión y clima,
hasta los cinco minutos finales, en los que hay que gastar el último cartucho
para cumplir con la expectativa generada, sin pasarse de rosca.
A ver esos aventadores de talento, que se espabilen.
viernes, 3 de julio de 2020
Intérpretes fulgurantes 6: María Luisa y Agustín
María Luisa Ponte era una actriz enorme en un cuerpecito de señora
con malas pulgas, como muy de lunes. Cuando se hizo mayor, se convirtió en el
reverso agrio de Chus Lampreave,
pero sé de buena tinta que en realidad tenía un excelente humor personal, lo tuvo
siempre.
Fue pareja de Agustín González durante treinta años y
uno se los imagina ensayando mano a mano su especialidad de personajes
cabreados para la gran pantalla.
Trabajó con los grandes: Berlanga, Ferreri, Fernán Gómez, Camus, Picazo, Armiñán, Miró... El último
fue José Luis Garci, que le hizo el
mayor regalo de su larga y magnífica trayectoria: La hermana tornera de Canción
de Cuna.
Un beso, María Luisa. “¡Pues nos ha merendao!”
Y vamos a don Agustín González. Participó en El mundo sigue, Plácido, Atraco a
las tres, La regenta, La escopeta nacional, El nido, Volver a empezar, El viaje
a ninguna parte, La colmena, Las bicicletas son para el verano, El crack II,
Los santos inocentes, Stico, La corte del faraón, La vaquilla, Belle Epoque,
Los peores años de nuestra vida, El abuelo,… En pocas hizo de
protagonista, en todas estuvo impecable.
Giménez Rico solía decir que era el actor que mejor se cabreaba del
cine español, quizá por lo mítico que se hizo su cura de la mano de Berlanga (lo que yo he unido en la tierra no lo separa ni Dios). También
componía unos malvados, que solían esconder a pobres diablos, absolutamente
memorables.
Pero si se le sigue mejor la
pista (el escritor de El mundo sigue, el ciego de La
marrana, el sensato padre de Las bicicletas…, el servicial
Albajara de Volver a empezar), se verá lo versátil que era don Agustín. En
teatro –doy fe- era un monstruo. Ahí va también para él este pequeño homenaje.
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miércoles, 1 de julio de 2020
Adú
Finalmente, colgaron en plataforma de pago la película que con tanto empuje salió a los cines españoles pre-pandemia. Los grandes recursos con los que está realizada Adú y lo solvente que luce en pantalla (localizaciones, fotografía, música, reparto, efectos...), habían desembocado en una notable recepción crítica y de público, cuando llegó el covid y cerró hasta la última sala.
En el primer mundo es un desbarajuste que haya que interrumpirlo todo porque un virus viene arrasando, pero en África la vida puede cambiar un día cualquiera por una simple bicicleta perdida.
La historia de Adú, de las tres que cuenta esta película, es la que importa, la que empieza en esa bicicleta y debió terminar en ella si el guión trenzase bien el portentoso material que maneja.
Ver en infla-rojos las grandes oleadas de sub-saharianos que van a saltar la valla de Melilla anticipa una película dura y bien trabada. Es dura, sí, pero ya digo que le falta un trenzado mejor entre lo que les sucede a los guardias civiles de frontera mientras esperan el siguiente asalto, la peripecia de Adú para llegar a la "tierra prometida" y el español defensor de elefantes sobre el terreno, que tiene una hija drogata de visita y haciéndole de paso unos cuantos reproches por su eterna ausencia del hogar en el que se crió como pudo.
Si el guión hubiese explorado las conexiones, la película sería realmente grande. Pero estas vidas cruzadas se cruzan sin tocarse. Sin influirse las unas a las otras. Quizá es más realista así, pero de vez en cuando conviene acordarse de lo que decía Hitchcock cuando le acusaban de historias poco creíbles: "Ah, mis amigos, los verosímiles..."
¿Qué se nos quiere contar de ese padre, encarnado por Luis Tosar, metido en África y volcado en los elefantes, aparte de su imposibilidad de afrontar otros asuntos vitales de la existencia, como decirle te quiero a la maravillosa Anna Castillo que le hace de hija?
¿Qué le aportan estos dos occidentales desnortados a la aventura terrible y diáfana del niño africano esforzándose por sobrevivir?
¿Qué se quiere destacar de los guardias fronterizos, negligencia, indefensión, insensibilidad, preguntas sobre lo pertinente de la tarea...? Puede que todo eso, pero sólo la mirada dubitativa de uno de ellos es fácil de seguir. Tampoco es significativo para el niño protagonista.
Esa debe ser la verdadera tristeza que la película narra: los sufrimientos indecibles de los que huyen hacia donde estamos nosotros corren paralelos a una Europa que vive de ensimismamientos: sus "causas justas" desenfocadas, sus protocolos de actuación y sus malentendidos pendulares con la culpa.
Adú, su hermana, su amigo Massar... hasta Anna se merecía más.
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