jueves, 3 de febrero de 2022

La abuela

 
Paco Plaza (director especializado) y Carlos Vermut (guionista autoral), no han llegado a ponerse de acuerdo, aunque apenas se note. 
 
El crescendo es tan bueno, la anciana tan inquietante, su contraparte joven tan bien escogida y los episódicos tan justos (solo con el peso instrumental que merecen), que la historia marcha de principio a fin con pulso excelente, dramático y del otro. 
 
Tiene para avanzar un escenario ideal (ese pavoroso pisazo de rancio abolengo), un bolero malévolo, un smartphone progresivamente "wilson". El asunto es hacia dónde avanza. Ahí se notan los desajustes entre cabezas pensantes, director y guionista. Uno juega a la ambigüedad, a la sospecha, a la inquietud, al puede que sí pero también puede que no. El otro quiere mantener la duda dos tercios del metraje y luego apostar por la taquilla, mal que le pese a la crítica.

El resultado es brillante, pero pudo serlo más. Hay un crack narrativo en el que el espectador debe elegir entre hacerse el descreido (lo que mi padre llama "acochinan al final"), o dejarse llevar por los personajes hacia el duelo de miedos y voluntades definitivo.

En el primer caso, La abuela te producirá un regusto amargo. En el segundo te cogerá de la garganta, gustos y regustos aparte, para demostrar coherencia de género, predestinación sin anestesia y rúbrica musical de puro humor negro.
 
Merece verse, espejito espejito.

2 comentarios:

  1. demasiados cabos sin atar
    y tiempo tuvieron para hacerlo porque es lentaaaa

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  2. le falta miedo creciente de susto o muerte, para inclinarse más claramente por el género al que se acoge necesitaría varios momentos previso al desenlace en los que el terror asomase la patita, en eso se queda corta (aparte de en varias cosas que no se explican adecuadamente y habría sido fácil hacerlo, Vermut y sus hermetismos)

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