lunes, 28 de febrero de 2022

Cry, Macho, cry

 

A nadie se le perdonan tantas cosas como a nuestros héroes. Para asegurarme, demoré cuanto pude el visionado de Cry Macho, aunque dispuesto estaba a disculpárselo todo al viejo Clint. Por desgracia, tantas y tantas horas de placer cinéfilo  y el milagro de la longevidad profesional de Eastwood no justifican cualquier cosa. Y, como me temía, hay acciones y reacciones que resulta imposible atribuir a un nonagenario, a quienes le enfrentan o le simpatizan. Porque, madremía, qué escurridito está Clint.

Eastwood puede presumir de una dirección rara vez superable y una de las más solventes filmografías del cine estadounidense. Para muestra, la potencia narrativa de las dos anteriores a ésta. En una de ellas, aún hacía de actor. Pero ese papel en Mula le sentó bien, daba igual que se diese el capricho de llevar a unas churris a la habitación (se sobreentendía que para ver y palmear carne fresca, como mucho).

Creo que aquel acierto fue el que condujo a este error. En Cry Macho, con dos o tres añazos más, es un completo anciano y todas las situaciones lo ponen de relieve, hasta entrar en el coche o sentarse a la mesa. No digamos ya si el guión le pretende despertando el deseo a dos mexicanas bragadas. Una de menos de cuarenta y otra cincuentona no más, wey. Con la planta que le aguantaba en Gran Torino, a un par de pasos de los ochenta pero recio, y un poco de auto-parodia a costa de la edad, las energías y las pasiones, aún habría encajado para nuestro deleite de manga ancha.  


Pero el guión sobre el viejo cowboy al rescate del hijo de un amigo (pipiolo que callejea en Ciudad de México), es tan ramplón que contribuye decididamente al patinazo. El chaval mex, su improbable progresión, sus monótonos bandazos, están muy mal escritos. Qué diferencia más brutal con el muchacho asiático de, otra vez, Gran Torino. Pero incluso hay diferencia a la baja con el joven mexicano de Mula. De paso, el sicario disfrazado de guardaespaldas pegón es ridículo. El amor tardío, volvemos a la edad, carece de justificaciones serias.

Las soluciones de guión, en fin, son impropias de lo que Eastwood puede sacarle a cualquier relato bien armado. Además, por encima de todo, luce este libreto un paternalismo gringo más sonrojante si cabe que la vejez: Ciudad de México se zanja con dos callejas de pueblo, una tópica mansión española de cacique y una sucia gallera; no tienen en México veterinarios ni domadores de caballos más jóvenes que Clint; las epidemias sorpresivas diezman a la población como en tiempos de Cortés; los protagonistas esquivan una y otra vez a una policía federal que luego basta con sobornar… Todo así. (A la niña sordomuda aún la estoy rumiando).

Es como si Eastwood hubiera filmado el borrador de un guión mejor “¡ya no puedo esperar a que esté listo, joder!”. Más le hubiera valido aprovechar esas revisiones al texto eligiendo un cowboy aún a tono. Alguien debió atreverse a hacerle una prueba de cámara a Clint cuando estaban en el asunto del casting y plantarla ante sus ojos. Cuando llegas al set del primer día y te ves en el combo, es demasiado tarde. Salvo que Clint hiciese de ese parón y cambio de plan algo honorable y bien humorado. Mucho pedir a esas edades y a semejante grandeza.

Acabemos. Mi héroe ha tenido un desafortunado final de carrera como actor. Si hace algo más (lo que es mi ferviente deseo), que dirija: ese es su gran talento, incluso en ésta.

Vamos, Clint.

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