sábado, 19 de febrero de 2022

Dune

 

Villeneuve es el ejemplo más deprimente de lo que hace hoy Hollywood con el talento foráneo: exactamente lo contrario de lo que hacía en los buenos tiempos. Así, cuanto más lo absorbe (al cineasta, no a su talento), menos queda, película a película, de lo que motivó a ficharle.

Dune resulta un fiasco de dos horas y media. Y, para colmo, se guarda una segunda parte, que imagino de tres horas. En fin, otro megaproyecto rebosante de trascendencia impostada y épica renqueante. Una vacuidad de sonrojo, elevada a los altares taquilleros del siglo XXI.

En esta primera, no dudo de que el visionado en sala de cine pueda justificar algo más ese arranque interminable, que tarda una hora y media en contar quince minutos de asunto. No se necesita más para mostrar el sueño (¿por qué veinte sueños bastando el primero?), el desayuno chorra madre-hijo, el paseo campestre con papá, la clasecita de esgrima, la bruja, la  mudanza, el "elegido" (¡siempre el dichoso elegido!), las instalaciones con gusanos, el escupitajo de Bardem y la invasión "imperator". Caben en quince minutos, ya digo, y hasta la cosa tendría su ritmo y su tensión.  

Por contra, todo necesita ser tan solemne, tan significativo, tan místico, tan susurrante (vaya, no solo en España abundan intérpretes que susurran para ir de intensos), tan lentooooo... Si la primera hora y pico cabe en quince minutos, la otra mitad de la película podría durar media hora. Con guiones así, pero yendo al grano, Dune entraría en una sola película con momentos espectaculares (puede que hasta trepidantes), y mística de baratillo tan comprimida que colaría.

Pero Villeneuve toma el peor de los caminos: contar apenas nada, estirándolo sin compasión. Cuanto más presupuesto maneja, más se emborracha de estética. Olvidando a conciencia que la plasticidad visual debe estar al servicio de la narración, Denis, hombrepordios.

La novela original tiene chicha de sobra para dibujar personajes de empaque (está repleta de ellos), enfrentar cuestiones como la lealtad y la ambición, el poder y la riqueza, la fe y el destino. La mejor prueba es el sonoro pero interesante fracaso de David Lynch al intentarla en cine, allá por los años 80. Le salió desordenada, sobrecargada, confusa, siniestra y a su  modo fascinante. Ahí había un cineasta peleándose con un productor, con el guión y con el montaje, metido en el centro de la pesadilla.

Aquí hay un mercenario aplicado que sigue el manual de lo que parece clave a día de hoy para hacer caja: protagonista molón (con secundarios cuajados y molones), abusiva música étnica (variante desierto), ejércitos opresores del tipo Starwars últimos episodios, lucha acrobática a puñal, algún gadget tecnológico incongruente... cero complejidad. Pura zona de confort para jugones. 

En la segunda parte, surfearán con los gusanos gigantes y lucirá Zendaya

La ofrece HBO pero parece de Netflix. 

3 comentarios:

  1. Ciertamente es demasiado lenta, esa lentitud acompañada de música majestuosa para entre lentitud y música crear escenas solemnes es habitual en muchos directores, uno de los que están más de moda en esa práctica es Christopher Nolan y le está yendo de fábula.
    A mí la película salvo por la lentitud me gustó, pero creo que el visionado en el cine contribuyó bastante a ello y también la infumable y confusa de Lynch, que le dejo a esta fácil el listón.
    De todos modos este es un cine que para que guste tienes que ser fan del género, le pasa como al cine de superhéroes si no te gusta el género, no lo intentes.

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  2. sí que es lenta sííízzzzzzz...

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  3. pues entre dune y el casino, la decisión es fácil (aunque cara)

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