domingo, 14 de agosto de 2016

Brooklyn


Contar las historias como cada historia pide es cada vez más infrecuente en el cine comercial. No digamos en cualquier película relacionada, total o parcialmente, con Hollywood (este Hollywood).

Brooklyn no es una película barata. Carece de efectos especiales aparatosos, pero se remite a un tiempo antiguo en el que las gentes de Irlanda emigraban a Nueva York, por entonces una ciudad próspera y moderna para los parámetros de los años 50. Si hubiésemos seguido a un chico irlandés, probablemente la película habría derivado hacia su ingreso en la policía o en alguna banda peleando las cuatro calles bajo su control. Pero se trata de una mujer sola y joven que va para labrarse un futuro, discreto y propio.


Estar casado con una emigrante (y haber visto esta película con ella), me permite certificar la autenticidad y sutileza con la que está contando el proceso de adaptación. La originalidad de los ambientes, desde la casa de huéspedes y sus cenas, hasta el novio italiano (distinto por el sencillo procedimiento de retratarlo tímido y trabajador sin dedicarse a la hostelería), van sumando ingenio, belleza e interés a la aventura. El guión gira cuando debe y la irlandesa americanizada nos muestra nuevas facetas de su carácter y circunstancias, que no desvelaré aquí.

Brooklyn inventa poco, pero construye personajes con primor (ella está soberbia), maneja las elipsis como debe hacerse, cuida la puesta en escena y, en fin, cuenta lo que se propone con sensibilidad y sentimentalismo del bueno. Se llama clasicismo.

El conjunto da una de esas películas hermosas que ya apenas se hacen, porque últimamente las historias se cuentan pensando en los clientes de videojuego con mucha mayor frecuencia que en los espectadores de Cine. A lo mejor por eso este Brooklyn luce bandera irlandesa.


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