Contar las historias como cada historia pide es cada vez más infrecuente
en el cine comercial. No digamos en cualquier película relacionada, total o
parcialmente, con Hollywood (este
Hollywood).
Brooklyn
no es una película barata. Carece de efectos especiales aparatosos, pero se
remite a un tiempo antiguo en el que las gentes de Irlanda emigraban a Nueva York,
por entonces una ciudad próspera y moderna para los parámetros de los años 50. Si
hubiésemos seguido a un chico irlandés, probablemente la película habría
derivado hacia su ingreso en la policía o en alguna banda peleando las cuatro
calles bajo su control. Pero se trata de una mujer sola y joven que va para
labrarse un futuro, discreto y propio.
Estar casado con una emigrante (y haber visto esta película con ella),
me permite certificar la autenticidad y sutileza con la que está contando el
proceso de adaptación. La originalidad de los ambientes, desde la casa de
huéspedes y sus cenas, hasta el novio italiano (distinto por el sencillo
procedimiento de retratarlo tímido y trabajador sin dedicarse a la hostelería),
van sumando ingenio, belleza e interés a la aventura. El guión gira cuando debe
y la irlandesa americanizada nos muestra nuevas facetas de su carácter y
circunstancias, que no desvelaré aquí.
Brooklyn
inventa poco, pero construye personajes con primor (ella está soberbia), maneja
las elipsis como debe hacerse, cuida la puesta en escena y, en fin, cuenta lo
que se propone con sensibilidad y sentimentalismo del bueno. Se llama
clasicismo.
El conjunto da una de esas películas hermosas que ya apenas se hacen,
porque últimamente las historias se cuentan pensando en los clientes de
videojuego con mucha mayor frecuencia que en los espectadores de Cine. A lo
mejor por eso este Brooklyn luce bandera irlandesa.
Si señor. . .
ResponderEliminarIrlanda lo está haciendo francamente bien en cine.
ResponderEliminar