La habitación es la película
que le levantó el Oscar femenino a la chica de Brooklyn, la otra gran película irlandesa del año.
Una historia bárbara a la que
precede –en agradecible elipsis- el secuestro de una joven y el aberrante después, prolongado hasta el
embarazo y crianza de un hijo en cautividad. En la habitación del título. Y lo que hay alrededor cuando sales de ella.
El debate sobre porqué –en ese
momento anterior a lo narrado- la chica se queda con el hijo de una relación
horrible es casi superfluo. Pudo rechazarlo de inmediato, pero eligió aferrarse
a la criatura para sobrevivir al horror del cautiverio y el monstruo se lo
permitió. Como a él apenas le vemos, no se saben nunca sus razones, sobre eso,
ni sobre nada. Casi mejor.
La actriz Brie Larson pone
verdad a todo lo que vemos y lo que no hemos llegado a ver sin dar explicaciones
ni exagerar actitudes. El niño Jacob Tremblay está demoledor.
Esa primera mitad de la película,
en la habitación, cuando el pequeño ya cumple una edad en la que es difícil
mantener las fantasías que les han hecho posible sobrevivir a ambos y ser
mínimamente felices y cómplices, es de un talento fílmico sin discusión.
Terrible, cercana, descarnada sin morbo, asfixiante y llena de ritmo interno.
Maestra.
De cómo salen no hablaremos aquí.
La solución del guionista es tan válida como cualquier otra. Después, el mundo.
Quizá sea más previsible lo que allí les aguarda, la parte más “convencional”,
donde cada uno hace un poco lo que le toca, pero la historia aguanta y los
intérpretes ponen todo de su parte para que así sea.
La habitación, en suma,
es una película estremecedora, una trampa cinematográfica de la que es difícil escapar
(aunque me consta que un amigo no llegó a entrar en ella). Lo de las actrices
no merece debate. La irlandesa de Brooklyn está igual de bien, pero su
historia no lacera el alma.
Así empezaba el año, antes de que
los blockbusters lo echasen todo a perder.