viernes, 18 de septiembre de 2020

Nadie sabe que estoy aquí

A los espectadores estadounidenses (o abducidos por su manera de contar y mostrar), las películas sudamericanas deben de parecerles cortometrajes estirados a hora y media.

No todas, supongo (o espero): México está tan próximo que no es Sudamérica (¿lo sabrán gringos y abducidos si miran un mapa mudo?). Argentina, el país más europeo del mundo, es particularmente nervioso e impaciente, refractario a las pausas contemplativas, salvo Pampa y Patagonia en plan “poesía visual”. Lo demás de la América hispanohablante, en cambio y frente a la “disneyzación” generalizada… ¡Puf…! Qué aridez narrativa.

Nadie sabe que estoy aquí es el paradigma de película que los consumidores sistemáticos de producto estadunidense (en especial el de ahora), despreciarán por lenta, por minimalista, por innecesaria. Empezando porque una película de Hollywood plantea en el trailer de dos minutos todo lo que la película de Pablo Larraín narra en quince o veinte. Y llevado a cine, que no a trailer, ellos lo contarían como mucho en cinco. 

Claro, eso obligaría después a los guionistas hollywoodienses a rellenar la película de acción (entendida como actividad, no necesariamente como tiroteos), obligando a rocambolear mucho más a la chica, al periodista, al padre, al tío de Memo y al propio Memo. Muy bien, por cierto, en el papel de Memo el actor Jorge Díaz, que paradójicamente es un habitual de series estadounidenses en las que pasan muchas cosas intensitas.

Hollywood intentaría, en fin, que pasasen muchas más cosas, intensitas o no, en Nadie sabe que estoy aquí, cuando en realidad la película chilena dice cuanto hay que saber de cada personaje, y cada uno hace lo que le toca para que esta historia se desarrolle adecuadamente. Las sorpresas, salvo la que nos arruina la sinopsis, están bien repartidas, son las que deben ser y funcionan. Sin subrayados de banda sonora, sin malvados por regodeo. Los hay, pero no carecen de motivos para ser como son.

Por descontado, es muy hermoso el plano final de la película. Sucede cuando la mayor parte del público ha abandonado la sala maldiciendo, o ha vuelto al menú de Netflix, para probar suerte con la última de Charlize Theron, como bella matadora inmortal. 

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