miércoles, 30 de septiembre de 2020

martes, 22 de septiembre de 2020

El joven Papa

Paolo Sorrentino y su ego pueden estar satisfechos: la serie vaticana está arrasando en calificaciones y descansa en la mesilla de noche (¿reclinatorio, plataforma...?), de todos los seriéfagos exquisitos equivalentes a cinéfilo descalificado como gafapastil. 

Lo cierto es que sólo he visto la primera temporada, pero me sumo al clan, aunque no soy muy seriéfago y trato de ponerme poco las gafas. Pero a veces siento ese impulso y hociqueo como el que más. Será está vez por identificar lo dicho hasta ahora con lo que trata la propia serie: la pureza intransigente o la cercanía comercial, la tentación o la duda, uno mismo o su ego.

Sorrentino parece el único italiano capaz de todo. Ya no están Fellini o Bertolucci, por nombrar dos modos de ser ególatra talentoso a la italiana manera. Cinecittá agoniza, pero a Paolo y su equipo de prodigiosa carpintería clerical le abre aún las puertas. 

Reparto, vestuario, localizaciones, efectos especiales, luz y musicalidad (además de música), decorados apabullantes como el de la Sixtina,... Todo se desliza en la pantalla igual que si fuese cine. Así se estrenaron los dos primeros capítulos, deslumbrantes, convertidos en película para el Festival de Venecia. Y otros capítulos podrían rozar el mismo Olimpo (estoy pensando, sin ir más lejos, en el que concluye con una madre haciendo malabares con naranjas). 

La serie está llena de diálogos brillantísimos: el Papa con el secretario de Estado vaticano, con el fiel Gutiérrez, con el baluarte-monja conocido como hermana Mary, con el confesor en la azotea, con el primer ministro italiano, con la jefa de marketing papal... Cada duelo de voluntades depara momentos que parecen de Coppola.

Los caprichos sorrentinianos, que los hay (el fútbol, lo onírico, lo intencionadamente escabroso), funcionan esta vez a favor y no en contra. La pasión, el amor y la orfandad quedan diáfanas en una telaraña de humanidades, más plausibles cuanto más claroscuros gozan y sufren.

Voy a por la segunda temporada, que también se colmó de elogios. Y a ti Sorrentino, en fin, lo que más viene al caso: que Dios te bendiga.    

domingo, 20 de septiembre de 2020

Puñales por la espalda


Un buen "cluedo", algo estirado pero pleno de ritmo (y eso que el número de localizaciones es reducido). Con un reparto aplastante, liderado por Plummer de jefe familiar y la sazón propia del caso: un rosario de rencillas, trampas, secretos y afectos en loco tobogán, como suelen gastar los clanes alrededor de una fortuna.

Muchos de los intérpretes del reparto se ríen un poco del estereotipo que habitualmente se les asigna: el avariento, el picaflor, la zen, el atormentado... entregándose al patetismo cómico de lujoso envoltorio.


Y otros se descuelgan con roles opuestos a los que le son más comunes al espectador, regalando recitales de candidez, capacidad deductiva, autoritarismo castrante, maldad calculada... 

En fin. Puñales por la espalda es un divertimento que no se pasa de trillado ni de original, que sabe que un rompecabezas tiene sus límites: el de piezas que caben en la mesa frente al sofá, una noche de lluvia.  



Aquellos sacrílegos años (8)

¿O son estos...? 
Buenas noches y mucha -pero mucha- buena suerte. 
La vamos a necesitar. 
  
 

viernes, 18 de septiembre de 2020

Nadie sabe que estoy aquí

A los espectadores estadounidenses (o abducidos por su manera de contar y mostrar), las películas sudamericanas deben de parecerles cortometrajes estirados a hora y media.

No todas, supongo (o espero): México está tan próximo que no es Sudamérica (¿lo sabrán gringos y abducidos si miran un mapa mudo?). Argentina, el país más europeo del mundo, es particularmente nervioso e impaciente, refractario a las pausas contemplativas, salvo Pampa y Patagonia en plan “poesía visual”. Lo demás de la América hispanohablante, en cambio y frente a la “disneyzación” generalizada… ¡Puf…! Qué aridez narrativa.

Nadie sabe que estoy aquí es el paradigma de película que los consumidores sistemáticos de producto estadunidense (en especial el de ahora), despreciarán por lenta, por minimalista, por innecesaria. Empezando porque una película de Hollywood plantea en el trailer de dos minutos todo lo que la película de Pablo Larraín narra en quince o veinte. Y llevado a cine, que no a trailer, ellos lo contarían como mucho en cinco. 

Claro, eso obligaría después a los guionistas hollywoodienses a rellenar la película de acción (entendida como actividad, no necesariamente como tiroteos), obligando a rocambolear mucho más a la chica, al periodista, al padre, al tío de Memo y al propio Memo. Muy bien, por cierto, en el papel de Memo el actor Jorge Díaz, que paradójicamente es un habitual de series estadounidenses en las que pasan muchas cosas intensitas.

Hollywood intentaría, en fin, que pasasen muchas más cosas, intensitas o no, en Nadie sabe que estoy aquí, cuando en realidad la película chilena dice cuanto hay que saber de cada personaje, y cada uno hace lo que le toca para que esta historia se desarrolle adecuadamente. Las sorpresas, salvo la que nos arruina la sinopsis, están bien repartidas, son las que deben ser y funcionan. Sin subrayados de banda sonora, sin malvados por regodeo. Los hay, pero no carecen de motivos para ser como son.

Por descontado, es muy hermoso el plano final de la película. Sucede cuando la mayor parte del público ha abandonado la sala maldiciendo, o ha vuelto al menú de Netflix, para probar suerte con la última de Charlize Theron, como bella matadora inmortal. 

viernes, 11 de septiembre de 2020

Aquello sacrílegos años (6)

 Como podéis ver y oír, nos vamos acercando....

jueves, 10 de septiembre de 2020

Aquello sacrílegos años (5)

Caza de brujas. 

Gobierne quien gobierne, siempre hay una (como poco) en marcha.

lunes, 7 de septiembre de 2020

Orígenes secretos

Lo que le falta sobre todo a esta película es algo más de pasta, para que ella -la chica- se luzca también en el tramo final, que las trazas de su personaje bien lo merecen, y para que Brays Efe se sacuda el pesado fardo de Paquita Salas y construya con más técnica (tanta como aplicó en su hasta ahora gran personaje). La barba y las camisetas nerd no bastan. Y él sí que tiene material sobre guión para trabajar. Lo de Verónica Echegui sabe a poco precisamente porque ha construido personaje y lo van desinflando sobre el papel sin necesidad ni justicia. Brays funciona bien en el suyo, pero no luce lo brillante que debería.

A Javier Rey le ha tocado el papel menos grato, aunque también pasa eso con el perfil que lo replica en los cómics, ya me entendéis. Resines, Areces y Alterio viven ya en la pantalla por encima del bien y del mal. Les vale con estar para ser. No importa que tengan papeles limitados, casi instrumentales. Les dan cuanta vida necesitan para interesar. 

La historia que cuenta esta película, comiquera a tope, es mejor para iniciados y aceptable para profanos. Rodada con convicción y ritmo, coherencia y retranca, acierta a mi juicio en el tono. Aunque más allá de las carencias de guión para Verónica y presupuesto para alguna que otra pasadita heroíca, hubiera podido apurar, metiéndose en capas más profundas. Está a años luz de Superlópez y se agradece. Pero no consigue lo de Kick-Ass y es una pena, porque podría. 

Ya digo: pone talentos en juego, sin caer en la cuenta de que hace falta bastante más pasta para alcanzar lo pretendido o lo apuntado. Los orígenes humildes (revisad a Nolan) ya no se llevan, apenas se perdonan. 


domingo, 6 de septiembre de 2020

Aquellos sacrílegos años (4)


Intemperie

Benito Zambrano se ha marcado un western "granaíno", y ceñirse a un género tan evidente, aunque le pongas tu miaja andaluza, le ha sentado bien. Lo villanos son los habituales (para el caso, vale lo mismo un cacique que su capataz), pero el discurso es menos obvio. Podría haber movido a los personajes de década y mencionar otra colonia para el que luchó y habitó en una, funcionaría igual. Porque el asunto es la huida de un chaval del que abusa un cabrón con poder, y su encuentro providencial con un pastor que demasiado bien sabe lo que son las armas de fuego y para qué sirven.


El capataz (Luis Callejo, en su registro víbora), que persigue al niño (muy bien Jaime López), tiene unos pocos secuaces que hacen lo que se les manda, como es común en el género. Y el muchacho, a pesar de intentar primero el robo y después la compra, contará con la ayuda desinteresada del pastor (Luis Tosar excelente, como suele). No se tienen confianza, pero se conocen los remiendos, y por eso acaban formando equipo, hasta con la escopeta. 



El paisaje, como dicta el western, también es esencial en esta película, que por algo se llama Intemperie. El pastor vive al raso, el chaval huye bajo un sol atroz, la gente vive o toma el autobús tartana en llanos polvorientos. Los pozos de agua están casi secos y rodeados de ruina o de abandono. La vegetación es rala, el monte gastado, las casas parecen mexicanas de cuando su revolución. Pero no se fuerzan los parecidos, mucho western se rodó por estos lares y no sólo en los almerienses.


La violencia, seca y directa en la mayor parte del metraje, se presiente pero apabulla cuando llega, también como el género pide. Además hay un último duelo, que sucede en el lugar idóneo, con casa entarimada y vía del tren. Para que se crucen consejos, embustes, desafíos y tiros desde diferentes ángulos de la calle.  Quizá ese duelo peca de una planificación más sofisticada, única secuencia en la que el director es esclavo del género escogido, aunque sale airoso, porque rueda muy bien. 


Intemperie, como siempre en las de Zambrano (incluyendo las menos afortunadas), es interesantísma y se ve en un suspiro. Encuentra escenarios, personajes e interpretes inesperados y bien traídos (no todos, pero por poco). Se arropa con los recursos necesarios para contar lo que propone con solvencia y pulso. Unos cuantos vehículos destartalados, varios caballos, gente humilde y vencida, gente mala, gente de vuelta, gente que empieza a vivir. Todo bien dialogado y bien dicho por unos y por otros, hasta en el par de momentos que le sobran.
 

La película no tuvo suerte en taquilla (creo que se quedó por el medio millón de euros), aunque arrastró cinco nominaciones al Goya y se llevó dos (guión y canción de la Pérez Cruz). Con todo y sus debilidades (pocas y evidentes), es una película que mereció verse en pantalla grande. Sin embargo, una buena tele de plasma puede hacerte apaño para ver el sudor de hombres y caballos, las fogatas y sus sombras.


No siempre se coge un género manido y ajeno y se cocina esmeradamente algo que bien pudo pasar bajo nuestros sombreros y con escopetas de caza, borricos y cabras en lugar de cornilargos, pastores en vez de cowboys, quebradas por desfiladeros. Al final, lo que importa, es quién mata, quién muere y quién sigue su camino.
 

sábado, 5 de septiembre de 2020

Aquellos sacrílegos años (3)

Le prohibieron asistir al estreno de Lo que el viento se llevó, por negra. Fue la primera actriz de su raza en ganar el Oscar, pero no pudo sentarse durante la cena de la ceremonia en la misma mesa que sus compañeros de reparto (ver Green book, muy ilustrativa con estas contradicciones). Estuvo relegada a papeles de criada para los blancos y se ganó así el rechazo de los negros, irritados con el estereotipo e intransigentes con quien lo interpretara. Pero ya lo dijo la propia Hattie McDaniel“Prefiero interpretar a una criada por 700 dólares que ser una por 7”. 

Anatemizar su mejor trabajo es, por cierto, hacerle un flaco favor a Hattie.




jueves, 3 de septiembre de 2020

miércoles, 2 de septiembre de 2020