viernes, 30 de diciembre de 2016

miércoles, 28 de diciembre de 2016

El lado oscuro de la vida

Adiós, Leia. Que la fuerza te acompañe.

lunes, 26 de diciembre de 2016

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Cine quemando rueda


Pues eso. Que un puñado de colegas hemos cocinado un librito sobre Cine Quinqui y lo vamos a presentar la semana que viene, aprovechando un hueco entre el turrón y las uvas. 

No se repartirán jeringas, ni iremos a la librería en un supermirafiori robado, pero lo pasaremos bien.

Eso sí, al que no venga, le vamos a rajar.


martes, 20 de diciembre de 2016

Secuellywood


Un trailer muy inteligente: Todo lo que mola ya estaba ahí hace 30 años (donde antes había lluvia ahora hay polvo solar y han añadido a Ryan). La música, por descontado, lo empaqueta admirablemente. Veremos. 

Una duda tan sólo: ¿Cuántos montajes hará de ésta el ahora productor Ridley? Se le va a acumular trabajo, aunque -eso sí-, puede ser una jubilación más entretenida que mirar obras y dar de comer a las palomas.

¿Sueñan los androides jubilados con palomas eléctricas?

domingo, 18 de diciembre de 2016

Rogue One. Que la franquicia te acompañe

No se si os acordáis de la serie de dibujos japo Mazinger Zeta, ahora que se lleva tanto el revival, pero todos los episodios iniciaban su progresión dramática más o menos igual: Mientras Mazinger andaba recogiendo flores gigantes para Afrodita A y Koji (su piloto) aprovechaba para ir a mear, llegaba un robot malvado pisando fuerte hasta el laboratorio de los Kabuto. El profesor ponía a funcionar la barrera protectora, el robot le atizaba a ésta cuatro piñazos y la barrera se hacía añicos. En esas estaban cuando Koji se metía en la cabeza de Mazinger y todos se enredaban en la zapatiesta. Puños fuera, fuego de pecho y tal.


En una de Starwars pasa lo mismo: las armaduras blancas de los guerreros imperiales no sirven ni pa tomar por culo. En realidad, solo sirven para eso, porque no paran un rayo de arma corta ni un guantazo a mano plana. Aunque decoran desde hace 40 años la galaxia y sus recovecos. Simbolizan la omnipresencia del Imperio y la esperanza de la Rebelión en su vitoria última.

A partir de esa fidelidad a la esencia de la saga, Rogue One está muy bien hecha. La narrativa, los efectos, las idas y venidas, las localizaciones habitadas y desérticas, el encaje de la aventura en su momento del culebrón,... hasta la siniestra recuperación de algún gobernador de gatillo fácil queda aparente (si yo fuese actor en Hollywood, estaría muerto de miedo).


Los personajes están bien traídos y siguen respondiendo, como en la trilogía original, a un híbrido de géneros al servicio del heroísmo, un poco mugriento pero genuino, de los voluntarios a los que la Fuerza acompaña al matadero o a la gloria. Para el caso nos valen el kun-fú y el yapayoga, la deserción y el sabotaje bélicos, la genética ñoña y la zoología creativa. Siempre y cuando salga el tipo del sable para recordar de qué va esto. Y todo ello, bien combinado, da otras dos horas disfrutables en una galaxia muy muy lejana.


A Rogue One le asisten una idea novedosa por clásica y coherente (la misión suicida), muy bien desarrollada, y un mal ya conocido que apenas necesita más detalles que seguir usando la misma arma de siempre, pero esta vez con fundamento. El único "pero" es el limitado carisma de los protagonistas, rodeados por gentes vivas y muertas a las que les basta con estar para darle empaque al decorado. A Felicity Jones le falta un punto de expresividad y Diego Luna se está pareciendo peligrosamente a Sabina

Los de la armadura blanca, por descontado, caen como chinches. 


miércoles, 14 de diciembre de 2016

Cuenta atrás para los premios de cine: Graffiti


Acabo de ver Graffiti, de Lluís Quilez, cortometraje español seleccionado para competir en los Goya y los Oscar. El corto, que apura su formato hasta los 30 minutos, es excelente desde cualquier punto de vista. Ritmo, escenario, historia, intérprete… No se puede hacer mejor.

Pero el mundo apocalíptico parece que sólo es creíble en inglés.  

Aquí también. Aunque me permito señalar que cuando todo esto se vaya a la mierda, lo hará en las ciudades angloparlantes y en las demás. Y para la cantidad de palabras que se utilizan en la película, hubiese servido cualquier idioma, incluso el nuestro.

Le deseo buena suerte en las finales. Perdón, good luck.

lunes, 5 de diciembre de 2016

1898. Los últimos de Filipinas: spoilers a bayoneta


El cine español cultiva la épica poco o nada. Está cuajando un “género negro” con nervio y personalidad que acumula títulos notables o sobresalientes año tras año, en los que muestra una España reconocible y verosímil. Pero el negro no es épico en el sentido estricto. La épica pertenece a las historias aventureras y de armas, dos variantes en las que España cuenta con un pasado inagotable.

Rodar eso aquí tiene obstáculos importantes. El más obvio es el presupuestario (la épica es cara de producir); el segundo es actitudinal, un complejo declarado frente a todo lo que huela a exhibición heroica, que para nuestra comunidad cinematográfica se asocia a conservadurismo rancio o "patrioterismo" sonrojante.

Tanto es así que, cuando Cerezo decidió encarar una nueva película en torno al famoso episodio del sitio de Baler, se dispararon de inmediato las alarmas bienpensantes: La primera película, de 1945 y cinematográficamente notable (una vez suprimidos los cinco minutos de loas católico-castrenses), se considera en bloque propaganda al servicio del régimen de Franco (a ver si lo vamos enterrando) y eso prácticamente invalidaba cualquier adaptación nueva en pantalla.

Sin embargo, estas suspicacias parten de un clamoroso error de foco: Esto es cine español del siglo XXI, amigos, no hay peligro. El Imperio se llevará su merecido, los militares de carrera el suyo. Es un milagro que el párroco salga airoso, aunque se construya incidiendo en sus debilidades.


Calemos bayonetas:

ACIERTOS

El escenario del drama, paisajes e iglesia, perfectos y fotografiados con mimo. Aunque una escena temprana de mapa o de recorrido del perímetro a defender hubiera hecho más comprensible el sitio y cada movimiento de los personajes (qué oportunidad para revisar 55 días en Pekín, El señor de la guerra, Salvar al soldado Ryan).

Los actores, muy bien escogidos para sus respectivos papeles, de los que enseguida hablaremos.

La historia en líneas generales. Da igual los borrones que le hagas al mando o lo insensato de la resistencia. El hecho es indubitable: once meses soportando el cerco y las embestidas a tiros, machetes y cañonazos del ejército filipino.

El inicio, la primera vez que suena "Yo te diré". Astucia de guionista, astucia de la buena. Como lo es también, mucho más adelante, la colección de puyas a los errores (militares, económicos, políticos), cometidos en aquellos tiempos por imperativo de gobernantes ineptos, cuestionando los sitiados la autenticidad de los periódicos por lo increíble de sus noticias.


El progresivo deterioro de los principios, cómo se resquebraja la capacidad de resistir sin renunciar a ellos, a través de la actitud de dos de los mandos hacia la muchacha cantora. Coherente y casi agradecible.

El ataque para inutilizar el cañón, con el protagonista rebosante de drogas, anticipando el método más recurrente de librar batallas en el sudeste asiático (véase filmoteca sobre Vietnam).

El misionero, una creación de guionista y actor que no importa que sea libérrima, porque es creíble, entretenida y humana. El personaje tratado con más cariño y acierto de toda la película.

El cuaderno de dibujo: una forma atractiva y barata de mostrar la evolución del asedio, de la que no se abusa.


DESACIERTOS

El vengativo encarnado por Gutiérrez, con su habitual solvencia. Monolítico de brocha gorda. Le hubiese sentado bien una prueba inequívoca de valor personal, un poco de humor chusquero (en la línea de su primera observación respecto al perro), algún atributo humano más allá de su sed de sangre. Si sólo eso le alimenta durante los once meses, o se lía a degollar tropa o la tropa lo degüella. En cuanto a su comentario último, sin comentarios. No se atiene a su dibujo. Puestos a tomarse licencias, hubiese trasladado a ese personaje el hallazgo de la nota de prensa. Un fanático de las armas, pero leal a la verdad a pesar de -o precisamente por- ello.


Tosar e Hipólito. Los únicos oficiales de carrera, el que manda y el que cura, apenas se relacionan salvo para disentir de manera abrupta. Frente al fanatismo de sangre del sargento, la complicidad entre ellos, aún con discrepancias violentas, debiera ser inevitable. Una relación ideal para contrastar modos de ver (qué oportunidad para revisar el pulso entre Wayne y Holden en Misión de audaces), que podría incorporar razones propias y de época, donde las posiciones de cada uno contaran con su ración de acierto y de error. Valga con un ejemplo que improviso aquí:

MÉDICO: Al diablo el reglamento (frase real del guión)
TENIENTE: Sin reglamento, no habríamos resistido ni dos días. O lo aplicamos a rajatabla o desertarán en masa, y más ahora.
MÉDICO: Son españoles.
TENIENTE: Se equivoca: son hombres.
Luego el médico, volviendo al realismo, se montaría sobre esa certeza expresada por el teniente para argumentar la dificultad de que alguno utilice el fusil contra sus compañeros, como argumenta –y bien- en el guión filmado.

Así, la cosa de la ceguera, patriótica o militar, se reparte mejor.


Las ejecuciones. Está documentado que dos de las bajas en aquella iglesia fueron, en efecto, fruto de ejecuciones por intento de deserción. Desconozco en qué momento real del asedio tuvo lugar esa situación tremenda, pero en términos cinematográficos es discutible demorarla tanto. Cuando llegamos a ese hecho, el más desagradable de la historia desde cualquier punto de vista, los espectadores estamos bastante agotados. Y como he dicho antes, el guión prefiere apostar por un planteamiento en el cual la actitud del teniente no ofrezca duda sobre su ceguera. La discusión que sostiene con el médico, brevísima, se mueve entre el raciocinio del científico y la obcecación del militar, subrayando esta última. Y sin renunciar a la sensación final de error, militar o humano, el duelo entre ambos pudo haberse trabajado mucho más.  


Los filipinos. El jefe de las fuerzas filipinas es un personaje clave, porque a través suyo se pondrá el acento a la resistencia española, calificándola de un modo u  otro. Como era de esperar, su retrato apuesta por el clásico “genio y figura” en contraposición al absurdo comportamiento de los resistentes, añadiéndole caballerosidad a espuertas. Ya digo, una solución clásica, que solo me flojea por descompensación. Además, el encuentro se desaprovecha para plasmar el "final de una época". Cuando el filipino se pone su impecable casaca frente al harapiento soldado español, bien podía haber dicho con socarronería: “¿Ha visto mi casaca? Ya somos un ejército”. Sin más comentario, el contraste aquí habría sido fulminante y más eficaz que la mención a la inexperiencia de la tropa española, su equipamiento defectuoso, la comida en mal estado ya desde Manila.  

El desertor. Bien contado hasta su encuentro final con el protagonista. Incluso entonces, sus argumentos son los adecuados. Pero falta la respuesta del héroe (esto era una película épica, ¿se acuerdan?).
Improvisando de nuevo: "Todo lo que dices puede ser cierto. Pero olvidas un detalle: tú no sabías nada de esto cuando echaste a correr".



CONCLUSIÓN

España hace una buena producción, por encima de lo habitual en muchos aspectos, en la que el valor vuelve a ser más bien irrelevante o, llegado el caso, contraproducente y que tendrá un éxito muy moderado. A efectos comerciales, solo las producciones anglosajonas mantienen el monopolio del heroísmo taquillero.

Pero supongo que todos los españoles llevamos un guionista anglosajón dentro. De eso no podemos ejercer, pero sí de críticos cinematográficos.

Seguramente, los últimos.  

lunes, 28 de noviembre de 2016

Isbert

Hoy hace 50 años que murió, sin darnos esa explicación que nos debía, como alcalde nuestro que era.


jueves, 10 de noviembre de 2016

Festival de Cine Inédito de Mérida


Regresa mi Festival favorito, en una ciudad pequeña con un puñado de irreductibles cinéfilos, películas en VO, ciclos para niños y adolescentes, exposición, taller,... Como cada noviembre.
Gracias por resistir.

martes, 8 de noviembre de 2016

Gente que vuela

Madre mía, las cosas que tiene uno que soportar cuando va en avión... 


A veces te pierdes estrenos a sabiendas, pero luego vuelven, en lugares que no te dejan escapatoria.
Lo resumiré en teletipos:

Batman contra Superman, más de dos horas de trascendencia barata, destrucción masiva y criptonita de ir y venir. Infladísima, interminable, farragosa,... mala.

Y luego Pan, el origen, el remake, el no sé qué, el acabose. Mucha fiesta del departamento de dirección artística, mucho Garfio desatado, mucha magia fraudulenta, un lío de nunca jamás.


(En fin, cine de aviones. Ya estoy de vuelta. Más y mejor en breve)

viernes, 28 de octubre de 2016

Pecados veniales


Desde la última que hiciste adaptando a Dan Brown has estrenado dos excelentes, dos buenas, tres correctas, una rara y otra regulera.
Así que te perdono, Tom.

jueves, 27 de octubre de 2016

Tarde para la ira


Un solitario en busca de venganza, un barrio y su bar, un exconvicto con pocas -pero firmes- lealtades y menos suerte, una mujer a la deriva, una cacería lenta e implacable, una sorpresa inesperada.
  
El cine hecho por actores a veces tiene estas cosas: Concreción, sencillez, contundencia. Y lucimiento de intérpretes, claro. Antonio de la Torre está soberbio (aunque necesita un papel amable con algo de diálogo cuanto antes), Manolo Solo tiene un papel breve pero agradecido, de gran actor. Los otros que están metidos en el lío funcionan como suizos. Y cómo está Luis Callejo, hubiera merecido una escena más, la única que le falta a un sólido guión. Ellas (Ruth Díaz y Alicia Rubio), ponen un contrapunto muy medido, con habilidad interpretativa digna de elogio. 

Para todos ellos lucen los ambientes, milimetrados, y la música puntual. Ésta encaja sin subrayarse y eso que con la música, en una historia así, Arévalo hubiera podido caer fácilmente en la trampa. Pero ha preferido el sonido limpio, convencido de que no por eso queda una narración más árida, otro acierto.

Y luego está la cámara, dónde un director novel se lo juega todo. Bien por Arévalo y su textura granulada. Travellings solventes, cargados de electricidad, un primer plano secuencia para enmarcar, movilidad suficiente en los interiores, la carretera, los pueblos, el campo. 

La muerte rodada de forma explícita o fuera del encuadre, en el orden idóneo, para que sepamos que todas son igual de terribles sin poner a prueba nuestro nivel de tolerancia a la sangre.

Raúl Arévalo ha debutado con una película seca y ajustada, a su modo pudorosa, que no le queda redonda por muy poco. De lo mejor que he visto últimamente.


miércoles, 26 de octubre de 2016

La próxima piel


La próxima piel es la mejor película de Isaki Lacuesta de las que llevo vistas. Quizá es la co-dirección lo que le sienta bien. O los Pirineos o su reparto a juego. O el guión, medido y coherente de principio a fin.

Sea lo que sea, el resultado es una película intrigante en todo momento, aún si intuyes el último secreto. Porque las realmente buenas son las que te mantienen en vilo independientemente de que el desenlace coincida o no con lo que imaginas. Importa más saber cuándo y por qué mienten los personajes, qué ocultan, cuándo y cómo lo desvelarán, qué supondrá para ellos.

Hay muchas formas de contar putadas vitales y patinar haciéndolo, pero ésta es de las logradas.

Sólo le falta a la película ser francesa.


martes, 18 de octubre de 2016

Alfred Hitchcock returns


Hitchcock está de nuevo en Madrid, ganando batallas después de muerto.

El Espacio Fundación Telefónica le ha montado una espectacular exposición, como antes hiciera Caixa Forum con Fellini y con Méliès (Buñuel sigue en espera).

La muestra tiene mucha pantalla grande con fragmentos de su cine (concentración de mirones frente al asesinato de la ducha) y algunos materiales de alto voltaje sobre sus trucos técnicos, su relación con la moda, el juego de personajes de barrio en La ventana indiscreta o las obsesiones femeninas del británico.

Había algún padre con niños haciendo pedagogía (bien por él). Las mías paseaban por allí con la suficiencia de quien ha visto Rebeca, Vértigo, Con la muerte en los talones, Psicosis, El hombre que sabía demasiado, Encadenados, Atrapa a un ladrón, Sospecha, La ventana indiscreta, Crimen perfecto, La soga y muchas más del maestro Alfred.

Momentazo para la diversión: dejarse atacar por los pájaros.

No os la perdáis.


martes, 11 de octubre de 2016

Andrzej Wajda

Ayer me enteré de que ha muerto a los 90 años el cineasta más veterano y reconocido de Polonia, el gran Andrzej Wajda. Vi suyas Cenizas y diamantes (1958), El amor a los 20 años, (1962, rodada con Truffaut, Shintarô Ishihara, Renzo Rossellini y Marcel Ophüls), Paisaje después de la batalla (1970), La Tierra prometida, (1974), La línea de sombras (1976), Danton (1981), Un amor en Alemania (1983) y Katyn (2007). Sólo con éstas ya puede considerarse un director de cine europeo imprescindible. Tiene muchas más con fama de importantes películas, a mil años luz de las cositas que nos escupen por todas las televisiones en abierto. 

En otros tiempos, la 2 de TVE nos hubiera montado un ciclo apabullante del polaco. No caerá ya esa breva, Andrzej.


lunes, 10 de octubre de 2016

Un monstruo viene a verme



Bayona tiene pulso para abordar cualquier empresa. Esta vez, con el componente anglosajón bien justificado, porque una combinación de drama y fantasía semejante, traída al cine español, correría serios riesgos de caer en lo risible.

Bayona ha mamado de Spielberg y de Scott, aunque no todo le sale como a ellos en los buenos tiempos, pero sí bastante mejor que en los malos. Vamos, que es brillante, maneja la emoción con habilidad, mantiene la intriga hasta de lo que apenas la tiene, es un realizador nacido para narrar en pantalla grande.

Dicho todo esto, las películas de Bayona con gran presupuesto para lo que aquí se estila (las dos últimas), se convierten en fenómenos cinematográficos por eso mismo: porque su presupuesto es veinte veces superior a la media y la maquinaria de Telecinco las publicita para recuperar la pasta como si fuesen un estreno de Marvel.

Están muy bien hechas, no se me malentienda, y me parece un milagro que Bayona no haya sido fagocitado por Hollywood después de hacer Lo imposible. Aunque tengo entendido que lo próximo que rodará es Jurassic World 2. Vamos, que échale un galgo.

Un monstruo viene a verme es una película extraña y desigual que sus productores le han permitido porque es el único “Midas” que tenemos, desde que Amenábar perdió punch y Almodóvar reduce su número de espectadores película a película, entrevista a entrevista, desaire a desaire.

La película de Bayona es al mismo tiempo emotiva y calculadora, original y didáctica, terrorífica y ñoña, arriesgada y complaciente. Algunas de las claves –como el doble papel de Liam Neeson en el argumento- se pierden con el doblaje, pero apenas importa a la hora del nudo en la garganta.

Al fin, el resultado te tocará o no, con mayor o menor profundidad, según tengas ese día el cuerpo. Es lo que suele pasar cuando vienen a vernos nuestros monstruos.

viernes, 7 de octubre de 2016

martes, 4 de octubre de 2016

En el corazón del mar


Me la perdí en su estreno y no fue grave. Soy consciente de que ver esta película en la pantalla de respaldo de un avión no es la manera idónea, pero otras he visto así pensadas para el formato más espectacular que se tenga a mano y no me han causado una impresión tan blanda.

La recreación de época y aventura marinera es, por descontado, impecable en la dirección artística y demás técnicas asociadas. El arranque promete, el texto no es malo tal cual está (aunque unas gotas de humor le habrían sentado divinamente), y el reparto (salvo el actor que hace de Melville, falto de empaque), es muy solvente. Todo suena bien, en fin, sabiendo que el cetáceo va a ponerse bravo llegado el momento.

Pero hasta el cachalote en manos de Ron Howard resulta monótono y por momentos cansino. Lo que ya se ha visto no se cuenta mejor, lo nuevo es plano como el agua calma. Ayer leí una frase del Variety que resume mis sensaciones mejor de lo que yo las escribiría ahora con el jet lag a cuestas: “genera menos suspense, terror y asombro de lo que lograba Tiburón en un solo monólogo de Robert Shaw”.

Pues eso.


miércoles, 21 de septiembre de 2016

Adiós a Curtis Hanson


Me gustaba su cine desde The bedroom window. Compitió en los Oscars el año de Titanic y mereció ganarla en unas cuantas categorías más. Pero me encantó el detalle de cuando un periodista le comentaba que todas las quinielas daban ganadora a la película de James Cameron. Hanson dijo: "Bueno, también todas las quinielas apostaban porque el Titanic llegaría al puerto de New York". 

Genial, Curtis. 

jueves, 1 de septiembre de 2016

Café society


47 años lleva Allen estrenando película, a vueltas con sus temas, el amor, el humor, el pesimismo, la esperanza, la vida y la muerte. 

Desde entonces, ha habido de todo: gamberradas de sketch, obras maestras, homenajes, experimentos, desenfoque, rutina, guiños, neurosis, turismo, elegancia, melancolía y jazz (ese nunca falta a la cita). Y un personaje: Woody Allen, el simpático, inseguro e inteligente tipo newyorkino y judío, interesante y culto pero nunca hostil gracias al ingenio. Lo encarnó él mismo mientras la edad se lo permitió y luego ha sido interpretado por diferentes actores con más o menos acierto.

No sé cómo levanta la pasta para seguir rodando en el Hollywood actual. Se dice que gracias a su taquilla europea, a sus repartos de campanillas, al sentimiento de culpa de Estudios empantanados en superproducciones pueriles. Qué más da. Woody hace una al año y (como la Navidad) siempre se espera, ya sea para redimirte o para darte un disgusto.


Ver la última suya, para colmo en el último cine que ha abierto en Madrid (Conde Duque Verdi), cobra un valor raro, entre el orgullo de resistente y la melancolía alleniana.

Café society es una delicia, fotogénica, reconocible, fluida, familiar y muy romántica. Los años 30 son el tiempo ficticio perfecto para Allen, ahora que ya no puede ejercer de neurótico enamoradizo y contemporáneo. Los Ángeles (Hollywood dorado) y Nueva York (entiéndase Manhattan), las ciudades de referencia para llevar de nuevo a un joven curioso y algo escéptico por el descubrimiento de las vanidades mundanas y los amores desdichados (qué hermosas por dentro y por fuera son las chicas de Woody).


Ya casi nadie rueda así en el cine estadounidense, apenas Allen, Eastwood... Octogenarios que saben narrar, construyendo personas, sentimientos y lugares para quedarse a vivir. Pero Allen nunca ha estado cachas y eso se agradece, porque sus historias son más cercanas, más de cualquiera de nosotros.

Michael Caine, que protagonizó para él Hannah y sus hermanas, otro cachondo brillante en las antípodas del director, se despachó una vez diciendo: "en contra de lo que la gente cree, Allen no es nada ingenioso. Es un tipo tímido y aburrido que, cuando alguien dice algo gracioso en la cena, se escurre al baño y lo apunta en una libreta". Puede que esta boutade tenga algo de cierto y si no, daría también para argumento de una película de Allen.

Sea como sea, ojalá siga "yendo al baño" 47 años más.


lunes, 29 de agosto de 2016

La habitación


La habitación es la película que le levantó el Oscar femenino a la chica de Brooklyn, la otra gran película irlandesa del año.

Una historia bárbara a la que precede –en agradecible elipsis- el secuestro de una joven y el aberrante después, prolongado hasta el embarazo y crianza de un hijo en cautividad. En la habitación del título. Y lo que hay alrededor cuando sales de ella.

El debate sobre porqué –en ese momento anterior a lo narrado- la chica se queda con el hijo de una relación horrible es casi superfluo. Pudo rechazarlo de inmediato, pero eligió aferrarse a la criatura para sobrevivir al horror del cautiverio y el monstruo se lo permitió. Como a él apenas le vemos, no se saben nunca sus razones, sobre eso, ni sobre nada. Casi mejor.


La actriz Brie Larson pone verdad a todo lo que vemos y lo que no hemos llegado a ver sin dar explicaciones ni exagerar actitudes. El niño Jacob Tremblay está demoledor.

Esa primera mitad de la película, en la habitación, cuando el pequeño ya cumple una edad en la que es difícil mantener las fantasías que les han hecho posible sobrevivir a ambos y ser mínimamente felices y cómplices, es de un talento fílmico sin discusión. Terrible, cercana, descarnada sin morbo, asfixiante y llena de ritmo interno. Maestra.


De cómo salen no hablaremos aquí. La solución del guionista es tan válida como cualquier otra. Después, el mundo. Quizá sea más previsible lo que allí les aguarda, la parte más “convencional”, donde cada uno hace un poco lo que le toca, pero la historia aguanta y los intérpretes ponen todo de su parte para que así sea.

La habitación, en suma, es una película estremecedora, una trampa cinematográfica de la que es difícil escapar (aunque me consta que un amigo no llegó a entrar en ella). Lo de las actrices no merece debate. La irlandesa de Brooklyn está igual de bien, pero su historia no lacera el alma.

Así empezaba el año, antes de que los blockbusters lo echasen todo a perder.


martes, 23 de agosto de 2016

10.000 kilómetros


23 minutos de plano secuencia, para empezar. 

Muy bien rodados e interpretados, permiten conocer a los personajes, sus inquietudes, el problema que se presenta y sobre el que hay que decidir y el sutil reparto de roles que se establece entre los dos (él hace de ella, ella hace de él).

El movimiento de la película se mantiene con habilidad durante ese largo prólogo gracias a una planificación muy pensada, para que los cambios de espacio en un espacio único sean suficientes. Perdonemos el sonido de los diálogos iniciales (momento cama), porque sonorizar ese piso barcelonés tiene que ser cosa fina. Luego la dicción mejora (él, David Verdaguer, es actor de teatro; ella, Natalia Tena, hace pinitos en Juego de Tronos) y el formato cambia para contarnos lo que pasa durante meses entre una pareja cuando hay 10,000 kilómetros de distancia y uno de los dos cuenta con nuevos planes mientras que el otro simplemente espera.

Nadie más entra en plano, aunque están ahí, en el teléfono, en la página de facebook…


Ésta es una película para olvidarse del fragor socorrido de los presupuestos holgados y maravillarse, por ejemplo, con una escena en la que solo ves un correo electrónico, que se reescribe varias veces en pantalla para encontrar las palabras adecuadas a tus sentimientos o sustituirlas por lo que conviene decir. Sin ver la cara de quien redacta. No hace falta y eso es un mérito de guión cuidadoso y un director seguro de lo que hace.

Es verdad que nada sabemos de lo que les importa más allá de ellos mismos, de su ordenador, de la ausencia, del vuelves, voy yo o lo dejamos. Pero es que esta película juega precisamente a eso, a hurgar en los egoísmos del amor en su distancia más corta, que nunca se mide en kilómetros. 

A veces, la falta de dinero obra pequeños milagros como esta película que se estrenó en la misma temporada que Her y no necesitó meter a Scarlett Johansson en off para tocar hueso. El director Carlos Marques-Marcet está cocinando otra. Espero que con algo más de pasta y el talento intacto. Y que no se vaya muy lejos. 



lunes, 22 de agosto de 2016

La juventud


Un buen escenario: Suiza. Jóvenes atendiendo viejos en un retiro de salud y agüitas termales. Todos con actitud, sólo dos de ellos con voz. Para nuestra fortuna, esos son Michael Caine y Harvey Keitel, hablando de próstatas, fallos de memoria simulados, hijos incomprensibles, antiguos amores, desidia o entusiasmo, supervivencia y apuestas.

De vez en cuando ponen su pizca de talento interpretativo Rachel, Paul y Jane, sobre todo Jane, el tercer viejo de la partida. Todo ello con humor, desesperación, esteticismo y mala uva marca de la casa. La única amenaza es que Sorrentino empieza a gustarse demasiado, es autoconsciente en grado sumo –quizá no haya podido zafarse después de La gran belleza- y algunos elementos supuestamente desestabilizadores o epatantes son perfectamente prescindibles (Maradona sobra, la masajista entrenando bailes de videojuego no digamos).


Eso sí, el italiano consigue un momento para la historia del cine XXI en la secuencia de la piscina, porque una venus en las aguas (lo mismo da que salga o que entre), sigue produciendo en los espectadores una inevitable fascinación, aún con la próstata averiada.

He ahí un instante impostado, pero loable. En cuanto a las otras imposturas, juraría que Sorrentino y su montador necesitan discriminar entre lo bello y lo gratuito. Un balneario suizo no es Roma, Paolo.


lunes, 15 de agosto de 2016

Steve Jobs


Se diría una interesante película sobre el genio Steve Jobs, interpretada por el camaleónico Michael Fassbender. Esto será así quizá para aquellos que fueron a verla al cine atraídos por el actor, por el personaje o porque era la película de estreno disponible a la hora en la que se podía ir y en ese cine al que normalmente van, cada vez menos.

Pero esto es un blog, amigos. No demasiado exitoso, moderno ni movido, pero blog al fin y al cabo. Eso me convierte en blogger (cielo santo), aunque personalmente el cargo me da un poco de risa. De modo que hoy no vamos a limitarnos a decir que la película es brillante como artefacto e ilustrativa respecto al personaje (tan genial y perfeccionista en lo suyo como intransigente y soberbio para con todos a su alrededor).


Fassbender, por descontado, está muy bien, todos los intérpretes están muy bien, la puesta en escena bien, la fotografía bien… Entonces, ¿qué falta por decir? Pues algo cinéfilamente relevante y más en este caso: que el guión pertenece al mejor guionista vivo del entertainment anglosajón y que dicho libreto está dirigido por uno de los pocos autores británicos de relieve internacional.

En fin, que podemos abrir un debate en paralelo al de la propia película: ¿es la Compañía –encarnada en sus equipos, su consejo de administración y el director general nombrado por la misma- o es Jobs y sólo Jobs el que ostenta el mérito e impone su línea en la invención, el desarrollo, la comercialización y la presentación de las criaturas que dicha Compañía y los correspondientes equipos diseñan y fabrican?

Olvidémonos aquí, hablando del film, de la productora y el equipo técnico y artístico, salvo los dos pesos pesados del Cine que participan en la fiesta y la condicionan. La pregunta queda como sigue: ¿Es ésta una película de Aaron Sorkin, que la escribe con mimo y millones de bytes de talento, o de Danny Boyle, que la dirige con solvencia y ritmo para que ese guión reluzca en cada fotograma? 


Yo creo que Steve Jobs es preferentemente de Sorkin, que consigue que su guión sobrevuele todo lo demás con juicio y elocuencia, aunque haga alguna concesión argumental de último momento que Jobs no hubiera hecho.

Boyle se traga su querencia por la adrenalina, o la lleva al terreno de las bambalinas de un modo más hábil y contenido de lo que suele, porque hay un carácter volcánico detrás de cada personaje a punto de salir a escena y los diálogos que miden cuánta lava se puede o debe escupir son el meollo de la película.

Tanto es así que he oído desde el estreno un par de opiniones recurrentes: “Qué hubiera hecho un director mejor con semejante guión” y “ojalá se hablase en la vida como en los guiones de Aaron Sorkin”.

En cuanto a Apple, al Mac o al Iphone… ¿A quién coño le importa cuánto han alterado el mundo? Es Rosebud lo que cuenta. No el de Kane inventado por Welles. El Rosebud de Jobs, inventado por Sorkin.