lunes, 15 de abril de 2019

Miamor perdido


La nueva apuesta de Martínez Lázaro con Dani Rovira (dos de las claves del fenómeno Ocho apellidos vascos) generaba unas expectativas inapropiadas. Que aquella comedia normalita se saldara con un exitazo taquillero para enmarcar y su secuela también se convirtiese en un éxito fuera de lo común no garantiza nada. De hecho, la fuerte recaudación de la muy mediocre Ahora o nunca fue extensión natural de aquel fenómeno mezcla de oportunidad y suerte.

Lo normal es conseguir el aseado pero discreto resultado en taquilla de Miamor perdido, aunque se pueda pasar un rato más que agradable viéndola y esté tan bien ejecutada como las anteriores del tándem Rovira-Martínez Lázaro.

Rovira está bien y la Jenner no se queda atrás (excelente su momento en la ambulancia). Se conocen, se quieren, se separan, se reencuentran, se odian, se quieren... Nada que no se haya visto ya en cualquier comedia romántica. A estas alturas, importan sobre todo los ambientes en los que va a desenvolverse la historia de amor, los personajes periféricos (aunque uno de ellos sea un gato que sólo entiende valenciano). Y en eso el guión se esfuerza notablemente y el variopinto casting se porta bastante bien (Resines tiene tres minutos en pantalla para demostrar cómo saca petróleo de cualquier escena un comediante veterano). Eso sí, aquí falta un personaje como el de Koldo para un actor como Karra.

En cualquier caso, Rovira no tiene que agobiarse, la película es divertida (e infinitamente mejor que Thi Mai, rumbo a Vietnam e incluso que Superlópez) y se verá mucho en Netflix, que hoy por hoy es lo que importa. 

Lo de los taquillazos de 50 millones en sala... Ya puedes decir, Dani, que eso si que es miamor perdido.


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