Whitaker ha adelgazado mucho,
quizá por eso se le ha clavado en el rostro un rictus de tristeza que aquí le
sienta bien, para protagonizar una historia de segregación sudafricana, devastación
sentimental, intriga policíaca, putaditas farmacológicas y caos social. A su
lado, Orlando Bloom se empeña (con notable éxito) en dibujar un personaje adulto
y puñetero.
La película tiene sus flojeras,
pero es lo suficientemente notable para que hubiera podido estrenarse en salas
comerciales españolas, de lo que no tengo noticia. Podría ser una más de polis
jodidos en territorio hostil, resolviendo expeditivamente cuando se hace
inevitable por guión o conveniente a la puesta en escena, pero sobresale en su
contundencia narrativa y la desesperanza africana, que a esa no hay quien la supere.
Los franceses, que producen,
tienen su parte en este estado de cosas, pero han decidido poner la mira en
Sudáfrica, que les toca a otros blancos con sentido del negocio y la oportuna
falta de escrúpulos. El resultado es como suele: lápidas y desierto.
y Un gran equipo
Otra peli gala de hace un par de
años a la que le habría sentado bien suceder en Irlanda, por el estilo
localista del paisanaje y la causa defendida con viejas botas deportivas: la
supervivencia de una fábrica en el clásico pueblito perdido (un poco al modo de
La
gran seducción que protagonizara Brendan
Gleeson). Solo falta el whisky, aunque hay sustitutivos.
Sin demasiada preocupación en
resultar verosímil, pero procurando no pasarse de complaciente, la historia de
un equipo hecho de estrellas averiadas del fútbol francés luchando por pasar
tres partidos del torneo equivalente a nuestra Copa del Rey, tiene su punto,
incluyendo el cameo de Reno.
Para una tarde casera, que la
gran pantalla parece reservada a épicas marvelitas, secuelas, remakes y así. A
lo mejor por eso tampoco llegó a estrenarse, o lo hizo sin pena ni gloria. En Francia le fue bastante bien.
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