viernes, 13 de noviembre de 2015

Spectre


A lo largo del tiempo occidental (tiempo cinéfilo), ver una película de Bond ha otorgado etiquetas de todo signo. Ha identificado al espectador como “facha” o “modernuqui”, como machista rancio o como eterno (y machista) peterpan, como pop o como snob, como triunfador o como aspirante frustrado. 

Hay gente con pasta que en lugar de ver anuncios en la tele y en los catálogos se guía por estrenos de Bond y pasarelas de los Oscar. Con eso está dicho todo. Así está el mundo. 


La capacidad universal del personaje, un modo de gestionar la vida, el amor, la política y los viajes muy británico, viene a resumir quién manda y por qué, en el cine y en general. El ciudadano espectador sólo necesita entretenimiento y la certeza de que gente armada y competente mata en su nombre a quien nos toque los cojones.

Eso y contemplar chavalas.


Lo demás, ya se sabe: un arranque exótico en lo visual, prodigioso en lo técnico, apabullante en lo presupuestario y adrenalinico en lo bondiano. Un ir y venir de Londres a Roma, los Alpes, Tánger y demás destinos hoteleros. Una pizca de sarcasmo. Una persecución en coches caros. Una pelea contundente, preferiblemente en tren. Una organización en la sombra que se descubre íntegra en dos minutillos de ordenador. Una torturita desagradable. Un villano listo y tonto a la vez (aquí mas tonto que listo). Unas instalaciones carísimas en algún lugar inhóspito, que se van al garete con cuatro chufas bien dadas, buena puntería y un gadget de Q.


Nada nuevo bajo James... Ah, sí, las chavalas. Nuevas, para lo de siempre: la hispana prescindible (la inmunidad erótica de 007 con esa raza merece estudio), y dos bellas europeas (vive la France, forza Italia) con las que sólo nos deleitan en los preliminares.

A ver si nos vamos actualizando en eso, puritanos de mierda.


martes, 10 de noviembre de 2015

Dos francesas no estrenadas (o yo estaba de viaje)


Zulú
Whitaker ha adelgazado mucho, quizá por eso se le ha clavado en el rostro un rictus de tristeza que aquí le sienta bien, para protagonizar una historia de segregación sudafricana, devastación sentimental, intriga policíaca, putaditas farmacológicas y caos social. A su lado, Orlando Bloom se empeña (con notable éxito) en dibujar un personaje adulto y puñetero.

La película tiene sus flojeras, pero es lo suficientemente notable para que hubiera podido estrenarse en salas comerciales españolas, de lo que no tengo noticia. Podría ser una más de polis jodidos en territorio hostil, resolviendo expeditivamente cuando se hace inevitable por guión o conveniente a la puesta en escena, pero sobresale en su contundencia narrativa y la desesperanza africana, que a esa  no hay quien la supere.

Los franceses, que producen, tienen su parte en este estado de cosas, pero han decidido poner la mira en Sudáfrica, que les toca a otros blancos con sentido del negocio y la oportuna falta de escrúpulos. El resultado es como suele: lápidas y desierto.


y Un gran equipo
Otra peli gala de hace un par de años a la que le habría sentado bien suceder en Irlanda, por el estilo localista del paisanaje y la causa defendida con viejas botas deportivas: la supervivencia de una fábrica en el clásico pueblito perdido (un poco al modo de La gran seducción que protagonizara Brendan Gleeson). Solo falta el whisky, aunque hay sustitutivos.

Sin demasiada preocupación en resultar verosímil, pero procurando no pasarse de complaciente, la historia de un equipo hecho de estrellas averiadas del fútbol francés luchando por pasar tres partidos del torneo equivalente a nuestra Copa del Rey, tiene su punto, incluyendo el cameo de Reno.

Para una tarde casera, que la gran pantalla parece reservada a épicas marvelitas, secuelas, remakes y así. A lo mejor por eso tampoco llegó a estrenarse, o lo hizo sin pena ni gloria. En Francia le fue bastante bien.


domingo, 8 de noviembre de 2015

A Royal Night Out: bondades monárquicas



Supongo que hay monarquías y monarquías, por muy europeos que nos pongamos. La inglesa tiene su trastienda, no hace falta decirlo, y los tabloides la trabajan con fruición. Pero cuando llega el momento de ponerla ante la cámara, a los british les sale su vena patriótica y separan el grano de la paja, para humanizarnos a los reyes o aspirantes a serlo, pero dotándoles siempre de cierta grandeza.

Esta película, que podría emitirse en la BBC sin más fanfarria, abunda en esta línea “dinástica”, fabulando sobre las princesas Elizabeth (actual reina) y Margarita, que salen la noche de la victoria sobre Alemania a festejar y mezclarse con sus súbditos.

Moderadamente divertida, moderadamente dulzona, moderadamente todo. Como siempre, la reconstrucción histórica de escenarios y ropajes luce exquisita, los intérpretes lo hacen muy bien y el prestigio de la monarquía queda a salvo. Lo de Rupert Everett después de la cirugía es tremendo. Cualquier día le ofrecen hacer un Borbón.


sábado, 7 de noviembre de 2015

Truman



La pequeña gran película de Cesc Gay es la antítesis de lo que hoy "peta" en la taquilla. Un par de vuelos baratos, tres personajes relevantes,  unos pocos episódicos de lujo, media docena de escenarios corrientes pero gratos y el duro trámite de morirse. Es suficiente para hablar de una de las cosas más importantes de la vida: saber despedirse de ella con cierta valentía personal y el esfuerzo por encajarlo que hacen los seres queridos.

Cesc no pretende subrayar los asuntos, ni los graves ni los intrascendentes. Se pega a sus criaturas y las deja hablar, pensar y mirarse. Con tranquilidad, pudor y ritmo. Hasta entran en una librería y compran, un momento absolutamente rompedor del cine actual.

Ricardo Darín está infalible, como suele, y Javier Cámara, versátil como pocos a pesar del físico, tiene un gesto permanente de admiración reprimida que lo mismo puede traducirse en "joder, qué coraje le echa mi amigo desahuciado", que en "joder, qué actorazo es Darín". Y así transcurre la cosa, mientras Truman presiente que cambiará de amo por defunción y el espectador que cambiará de Cine por lo mismo. Id a la sala oscura a verla, antes de que suceda.


viernes, 6 de noviembre de 2015

Festival de Cine Inédito de Mérida. X Edición.


http://festivalcinemerida.com/festival2015/

El Festival de Cine Inédito de Mérida FCIM llega a su 10ª edición, demostrando que la constancia y la sensibilidad aún dan sus frutos en este mundo. De nuevo con una programación que me pone los dientes largos por no estar ya en Mérida.

En la sección oficial, nada menos que:
Macbeth
Mountains may depart
El hijo de Saúl
Nuestra hermana pequeña
Paulina
45 años
Virgin mountain
Slow West

Más cuatro títulos para los peques y dos para alumnos de institutos en la imprescindible sección Cine y Escuela. Y los Premios Miradas, las exposiciones, los talleres, la gastronomía, las fiestas (¡ese Jazz de mis amores…!)

Enhorabuena a Mérida y, bajando al detalle, a Ángel Briz, a David Garrido Bazán, a Emilio Luna y a todos los que, a fuerza de corazón, han hecho posible que el Festival llegue hasta aquí. 

Gracias por resistir.


jueves, 5 de noviembre de 2015

Dos películas vacuas y entretenidas



Requisitos para ser una persona normal
Intrascendente pero simpática, cuidadosa pero no original, la opera prima de Leticia Dolera cuenta lo que quiere contar (eso está bien), pero lo hace sin meterse en honduras y es lástima porque el planteamiento (qué es la normalidad), los personajes y algunas situaciones propuestas daban para mucho más.

La estética wes-indie claramente importada se hace grata a la vista, pero necesita adecuarse al escenario cotidiano de aquí y de ahora. Es una suerte que el chico trabaje en IKEA, un lugar al que la atmósfera de la película le va como un guante. Pero lo demás (casas, parques, establecimientos, garajes) propone una naturalidad decididamente impostada que no marca la narración hasta la médula, solo le satina la piel.

Esperemos que en la próxima, Leticia se marque otros requisitos.


y Mad Max Furia en la carretera
La película pivota sobre tres certezas atrayentes: Hay un nuevo Mad Max, Charlize es la auténtica protagonista y el director George Miller es más furiosamente moderno que nadie en esto de la violencia apocalíptica a sus setenta añazos recién cumplidos.

Todo eso está muy bien y se traduce en espectacularidad visual, acción sorprendente, ritmo y nihilismo a la moda. Con tesis sobre el poder y la esperanza armados con unos pocos símbolos (embarazadas, paraíso perdido, manantial, semillas) muy básicos y entendibles a la primera, también a la moda.

Lo peor de la especie como espectáculo. Lo supuestamente mejor, que resuelve por la misma vía de violencia extrema, aunque -argumentalmente- el fin la justifique. Furia, mucha furia en un escenario muerto, para un espectador insensibilizado y sediento de catástrofes. Entretenimiento eficaz, pero vacuo. Casi tóxico. 

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Marte


Parece que a Scott le perdonamos menos ser prolífico y picotear en todos los géneros (aunque tiene especial debilidad por un par de ellos, el histórico y la cifi), que a Allen o a Scorsese, Spielberg, Coppola o Eastwood, que tampoco andan tan finos como antaño, pero se empeñan en no retirarse.

Es como si en el tranquilo pero implacable mundo de la cinefilia, Ridley nos hubiese traicionado después de levantar tres joyas consecutivas (Los duelistas, Alien, Blade Runner), que lo elevaron a los altares de la autoría total. Películas menores o decididamente comerciales, desafortunadas o notables, se han sucedido después en la filmografía del pelirrojo sin que la sombra de la sospecha desapareciese nunca. Las tres últimas (Prometheus, El Consejero y Exodus) agotaron su crédito hasta tal punto que algunos críticos ya le habrían abandonado en Marte dándole por muerto. 

Pero ahí le tenemos, de nuevo en forma. Su talento ha vuelto a brotar gracias a un guión sólido y bienhumorado y a un actor empático y fiable, digamos que Matt Dammon es la versión más cálida y cercana del concepto estrella que en Hollywood continúa brillando.


Dammon está perfecto en un papel en el que tiene que desesperarse lo justo y dedicarse el resto del metraje a resolver problemas y felicitarse por ello. Ni siquiera se echa en falta  un "Wilson". Este astronauta naúfrago pertenece a la era youtube y habla con nosotros directamente a cámara, vía videoblog, con la convicción de que al menos la grabación será rescatada y acabaremos viéndole. Tiene por tanto muy claro que hay que comportarse, todos en la NASA saben que el espectáculo que fomenta su popularidad forma parte del trabajo (y ayuda a obtener fondos). Esa actitud, un equivalente moderno a la honra española de otros tiempos e imperios, es la que le salva la vida. Eso y la conexión mental con el tipo que en la Tierra se ocupa de defender y centralizar su rescate (una conexión resuelta en un par de momentos de guión simples y brillantes).


El resto del reparto cumple gracias a una selección de actores muy oportuna (sin personajes muy definidos, pero con empaque), aunque su labor sea prácticamente instrumental. Scott va al grano en las tareas de equipo y regresa cuanto antes, una y otra vez, a ese marciano perseverante que detesta la música disco pero la escucha para mantener la moral, que conoce los riesgos pero no se amilana. Que rezuma humanidad de la mejor, la del luchador solitario frente a los retos vitales más jodidos, la que reprochamos a Norteamérica desde nuestro europeo -y no digamos hispano- pesimismo. 

Ridley ya debe estar filmando otra, ajeno a estas disquisiciones. Ahora le avala un éxito que nos ha caído bien a todos. Y su eterno pelo rojo como el suelo de Marte. 

martes, 3 de noviembre de 2015

El viaje más largo


Clint Eastwood le ha salido un hijo actor. Lo que en mi pueblo calificarían como un mocetón, de buena planta y agente avispado, los recursos imprescindibles para empezar en Hollywood.

No sé si esta película es su debut (no me voy a meter ahora en google a mirarlo), pero a efectos de notoriedad digamos que sí. Su físico le vale para hacer de marine, de héroe marvelita (al tiempo), o guapo pueblerino. Aquí le toca esto último. Seguramente es lo más creíble de la narración, pensada para carpeta adolescente hasta límites sonrojantes.

Ella quiere dedicarse a marchante de arte en New York. Él es un cowboy que participa en rodeos a pesar de una peligrosa lesión. El consejero sentimental es un anciano romántico y cascarrabias con cartas que certifican las dificultades del amor y nos llevan en flashbacks paralelos a otra historia blandita y aseada, pretendidamente didáctica... En fin, un taquillazo de 2015 que ya sirven en los aviones

El chico de Clint llegará lejos. Papá se encargará de aconsejarle bien, ahora que se ha ido de casa. Él mejor que nadie sabe cuan largo es el viaje.


lunes, 2 de noviembre de 2015

Yo, él y Raquel



Ésta es la historia de un inadaptado de instituto que juega a ser Zelig para no significarse, de su amigo de toda la vida, negro, duro y sensible (también con la coraza puesta) y de la chica enferma, lista y valiente que necesita ver una película cochambrosa cada día para mantener la sonrisa, mientras libra una batalla desigual contra la leucemia. Con algunos padres, profesores, compañeros y hermanos revoloteando alrededor para añadir oportunas pizcas de ternura, patetismo, encanto o mala leche.

Ésta es una historia de las que los gringos suelen sazonar de humor grueso o blandenguería lacrimógena y moralina, pero que evita ambas cosas para inventar su propio tono, entre el naturalismo y la fábula contada en off. Las casas tienen estanterías llenas de libros y los chavales ven cine europeo, no os digo más.  

Inteligente, sensible, divertida, trágica, humana. Una historia de instituto poco convencional pero reconocible, magníficamente contada, acertadísima en ritmo y que clava el reparto. Ella es un encanto y sus “cineastas en exclusiva” dos pelagatos entrañables. Todos piensan y hablan como hablan los que piensan, con o sin mayoría de edad. Por eso mismo, lo que les sucede nos afecta y nos importa.

De regalo, cinefilia de primer nivel tratada con cariño irreverente en un puñado de homenajes caseros.

No os la perdáis.