Si el cine español estuviera sano, El niño se consideraría sólo una buena película de género con algunas debilidades perdonables, un ritmo estupendo y unas escenas en el mar (especialmente la nocturna) para enmarcar.
Pero no lo está y la prueba más evidente es que, en todo el mes de agosto, es la única película española que se ha estrenado en España con vocación de hacer taquilla, de un total de dos.
Por eso se recibe como algo extraordinario. Por eso es la película que nos apetece ver, pues nos lleva provisionalmente a un escenario que debería ser el nuestro hace mucho tiempo: El de un cine autóctono con un buen número de películas interesantes sobre asuntos propios y personajes reconocibles aquí y ahora, en las que se despliegan los medios necesarios para que puedan ser contadas con solvencia y que se estrenan con la debida promoción y el suficiente número de copias.
Por desgracia, esto sucede con apenas una decena de películas al año que no siempre coinciden con lo mejor de la oferta. Y a menudo se concentran en unos pocos meses en los que la competencia machaca menos de lo habitual, de modo que las españolas compiten entre sí, además de con Hollywood.
Sin ir más lejos, dentro de unos días se estrenará La isla mínima, otra apuesta potente en la que aparece el intérprete que debuta en El niño como protagonista.
El chaval tiene gancho, de eso no hay duda. Aquí mejor cuanto más físico es su cometido, porque en los momentos emotivos en los que no basta la frescura, aún está un poco verde. Quizá por eso la historia de amor con la marroquí es la parte más débil en pantalla, aunque esté escrita en el guión con la misma eficacia que todo lo demás.
Lo demás es el narcotráfico, con la opacidad gibraltareña en el centro de la telaraña, el control del estrecho por parte de la policía, el gran caso, los enjuagues del departamento, los capos del hachís, los tambores de Ketama, y tres aspirantes a hacerse ricos con más huevos que cabeza. Bien trenzado y a todo ritmo durante más de dos horas que pasan volando, como El niño cuando atraviesa los 14 kilómetros de olas para recoger una simple piedra africana.
Jesús Castro necesita mejorar su técnica, Jesús Carroza es un tío salao que se bate bien en el contrapunto humorístico, y el marroquí Saed Chatiby constituye un auténtico hallazgo de los que suelen reservarse para el cine de Scorsese.
Luis Tosar, Eduard Fernández, Bárbara Lennie, Sergi López o Mousa Maaskri ya no tienen nada que demostrar. Con más o menos personaje sobre el papel, los dotan de vida en pantalla para que se aguante todo el tinglado, la investigación avance y el final sea el único posible: Hay demasiados contendores entrando por la aduana, como hay demasiadas películas de Hollywood en la cartelera.
La guerra sigue.