lunes, 20 de enero de 2014

El lobo de Wall Street


Dudo que quede alguien en Hollywood que, sin hacer películas protagonizadas por un super-héroe (o por media docena), maneje los presupuestos de producción de los que aún dispone Martin Scorsese. Aunque tampoco estoy seguro de que se necesite tanto dinero para contar una mera "historia americana" por grande que parezca, salvo aplicando la lógica profesional de Nicholas Ray por la cual cada película que hagas ha de ser más cara que la anterior o la propia industria anunciará tu declive.

En cierto modo, de eso va esta película brillante y desaforada. De la necesidad de seguir hacia arriba sin detenerse, ganando más y más dinero para esnifarlo a todo trapo, convertirlo en yate, mansión, desmadre, putas o cine. 

Todo es fastuoso en El lobo de Wall Street: el cinismo, la pasión, la bajeza y el éxito, mezclados en una bomba devastadora que Leo Di Caprio se pega al cuerpo con esforzado talento y palpable satisfacción profesional. 

Pero algo no termina de encajar, se diría que al relato le sobran minutos, ambición y dinero. Perfectos en la primera mitad de la película para describir la ascensión del lobo, su inmersión radical en la filosofía broker de los años noventa que tan bien describe en su breve papel Matthew McConaughey, pero redundantes, casi agotadores cuando las cosas empiezan a írsele al lobo (y a Marty) de las manos. 

El notable desprecio narrativo hacia las esposas del protagonista, a las que las elipsis del guión hacen desaparecer una y otra vez (¿machismo a lo Wall Street?), se hace más evidente conforme avanza la codiciosa aventura del delincuente financiero. Hasta la paternidad se queda en adorno mientras las orgías se acumulan cada vez con menos efecto, en el espectador y en Di Caprio. Resulta hipnótico ver cómo un arribista se hace rico, pero no tanto verle disfrutar y malgastar sus riquezas.

Quizá porque la maestra del montaje Thelma Schoonmaker (que ha acompañado a Scorsese en su títulos mayores), lleva todavía la batuta, las similitudes con Uno de los nuestros se hacen más patentes donde menos funcionan, aunque la fanfarria se disuelva en un final antológico de impunidad y amargura.

¿Qué nos ha contado finalmente el viejo Martin? ¿Que las tías buenas solo se arriman a los triunfadores? ¿Que la bolsa newyorkina es el corazón podrido del sueño americano? ¿Que los hombres honrados viajan en metro y comen mierda? ¿Que la venta es un arte?

Yo creo que esto último es quizá lo que sustenta la propuesta, el arte de la venta. Porque gracias a su discurso lujoso, sucio y fascinante, Martin, ese viejo lobo de Hollywood, nos la ha vuelto a colar.


5 comentarios:

  1. No tengo el cuerpo para cosas desaforadas...
    No sé por qué Scorsese no se calma un poco e intenta hacer algo pequeño y pausado. Quizás, en minúsculas, le saldría algo mayúsculo.

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  2. La última vez que se puso pausado le salió Kundun, Luis. No sé si es buena idea.

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    1. Pues es verdad...
      Al menos, la confusa pero para mí magnífica "Shutter Island" no era tan anfetamínica.

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  3. Yo la veo redonda. Solo le ha faltado usar el bolígrafo para que Dicaprio esnifara. Lo demás muy bien.

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