Con una terraza como la de Gambardella frente al Coliseo, solo
existían dos opciones: ser un gran novelista o un gran mundano. Pero él se ha
convertido en esa especie de Capote heterosexual que hubiese escrito A
sangre fría a los 25 y después nada, el gacetilleo con caché y la mejor
agenda frívola de la ciudad.
Roma y ese bon vivant con terraza que acaba de cumplir 65 es todo lo que
necesita Sorrentino para soltarnos
su versión de la Dolce vita seis décadas después de Fellini y titularla la Grande Bellezza.
Grande en sus extravagancias, en sus mentiras piadosas y en sus
vanidades crueles, en su decadencia lenta pero inevitable, en su profunda
desolación, en su silencio que amanece, en su belleza abrumadora.
Gambardella nos hace de cicerone por la ciudad eterna en un carrusel de
situaciones desaforadas o melancólicas, de cinismos y ternuras, de irreverencia
y búsqueda.
Gambardella: Elegante y noctámbulo, inteligente, superficial, generoso e
hipócrita, sensible y despiadado, construyendo consigo mismo esa novela sobre
la nada que se le resistió a Flaubert y descubriéndolo tarde, como Gil de
Biedma al asumir que no quería ser poeta sino poema.
Roma es la ciudad perfecta para entender cosas así. Su belleza se pone de tu parte hasta destruirte. Y este homenaje a su voracidad es una de las grandes películas del año.
Roma es la ciudad perfecta para entender cosas así. Su belleza se pone de tu parte hasta destruirte. Y este homenaje a su voracidad es una de las grandes películas del año.
La podía haber titulado Dolce far niente
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