Últimamente se ha abierto mucho negocio en el extranjero, lo dicen hasta
los ministros como si el mérito fuese suyo. El cine español también está en
esas, busca mercados –no pocas veces hasta el propio- para sumar en la
recaudación de sus productos, se dice que culturales.
Para mí que en este momento tiene dos formas de hacerlo: sacar músculo
con el pasaporte por delante, poniéndolo en valor contra viento y marea, o
mimetizarse con la competencia para levantarle parte de su pasta sin que se
note. O sea, disimulando.
Grand Piano apuesta por la variante número dos. Yo creo que le dijeron a Elijah
Wood que la Watling, a modo de guiño a los spaguettis que
se habían comido juntos en Los crímenes de Oxford, aceptaba
un cameo como grupie agrediéndole sexualmente en camerinos y que,
una vez Elijah les firmó la película, se descolgaron con un "Uy, Leonor
está de gira". O eso, o la sombra de Frodo sigue puteándole. Pero es igual, ya
tenemos prota de fuste para una producción con factura de internacional.
Estoy frivolizando, lo sé. Y por qué no: Hablamos de una película con
clara vocación de artificio, frívolamente intrigante. Ambientada en Chicago,
interpretada en inglés y rodada en Barcelona (se consigue dinero de las
instituciones catalanas rodando en inglés, que lo sepáis), Grand
piano tiene una premisa de ficción pura con mc guffin a lo Hitchcock que
pone el listón más allá de lo que permite el talento, solo apto para genios
como sir Alfred.
Porque un pianista amenazado en su regreso al escenario por un
francotirador, que le obliga a no fallar ni una nota y que esconde sus motivos
para propinarle semejante martirio, es un argumento que podría adoptar el
sobrenombre de la misma partitura que cierra su concierto: La pieza
imposible.
Por supuesto, permite al director Eugenio Mira moverse
con habilidad y elegancia en un escenario cosmopolita de indudables
posibilidades dramáticas, el teatro, un espacio ideal para el thriller
claustrofóbico, con un público omnipresente que, a priori, les pondrá las cosas
más difíciles al héroe y al villano. El director de fotografía puede sacar partido,
la banda sonora brillar y los personajes protagonistas exhibirse o esconderse
según convenga. Nadie viendo esta película echa en falta el exterior ni un
minuto.
Por desgracia, el guionista Damien Chazelle, (uno de los
pocos norteamericanos que hay de verdad tras este proyecto), se olvida de que
un duelo depende siempre de lo que les dé el guión a los que lo sostienen. Es
decir, que no puedes olvidarte del que está al otro lado de la mira
telescópica, aunque el talentoso John Cusack le preste la voz
mucho más tiempo que el físico.
Para cuando se acuerda, la intriga se atropella de explicaciones hasta que el
mc guffin devora una película que pudo llegar muy lejos si hubiese
medido mejor el número de notas. Porque quizá los espectadores no percibamos los fallos del pianista y nos importe menos la perfección que el talento, siempre
y cuando el director de orquesta no nos reviente el piano para terminar.
Aunque eso le otorga a Grand piano la nacionalidad que buscaba.
Como diría mi abuelo, que para esto de la crítica cinematográfica era bastante cabrón:
ResponderEliminar"hombre, la película tiene un pasar..."
Me había hecho a la idea de que tenía que entrar en el juego, sin buscar la verosimilitud.
ResponderEliminarPero la película desperdicia casi todas sus buenísimas ideas, aunque la realización tenga empaque gracias a la localización, la música y el actor protagonista.
Pero el guión se ahoga desde que se entiende el plan del villano, un plan bien difícil de tragar.
Por cierto, Cusack necesita un año sabático.
Tramposa hasta decir basta, pero muy entretenida
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