Bart Layton se
saca de la manga con El impostor un documental
absolutamente atípico, perturbador e inclasificable, donde una especie de Zelig juvenil se transforma en el hijo
perdido de una familia norteamericana que necesita creer a toda costa en los
milagros, aunque lleguen con años de retraso.
La galería de
personajes que abrazan al desconocido o sospechan de su verdadera identidad
configura un mosaico que oscila entre lo conmovedor y lo surrealista, y uno no
sabe a ciencia cierta si lo que le están contando es real o simulado, en un
juego meta-narrativo por el que la película se convierte en la metáfora perfecta
de su protagonista, ese impostor tremendamente cinematográfico, tremendamente
real.
Terrible y
originalísima, salpicada de humor sombrío y maravillosamente montada, El
impostor es lo que el documental puede ser a veces: la mejor
intriga de la cartelera.
Será cojonuda, pero me da una pereza atroz
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