Un montón de espectadores del
cine de por aquí llevaban años reclamando al director de Mujeres al borde de un ataque de nervios una
comedia. Bueno, una comedia, no: "La" comedia. Aunque veteadas
de drama, lo eran a su manera Átame y Volver. Y personajes como
la madre (Chus Lampreave) y la
hermana (Rossy de Palma) de Marisa Paredes en La flor de mi secreto o “la
Agrado” en Todo sobre mi madre aportaban humor en su justa medida a los
cócteles salvajes de Almodóvar.
Pero no parecía bastar. En las
dos últimas se había puesto muy trágico y muy turbio, no dejaba caer ni un
mínimo gag con que refrescarse. Solo un detalle de La piel que habito, a
cargo de su hermano Agustín, sirvió para recordar al público, y seguramente al
propio Almodóvar, que tiene un don natural para la situación cómica extraída de
lo cotidiano. Así que se encerró en cabina y decidió que ya tocaba. El
resultado no puede ser más sorprendente, porque los momentos en los que la
sonrisa logra apenas esbozarse ante la pantalla no sumarán ni dos minutos de la
proyección.
Prácticamente nada funciona en la
propuesta loca del manchego. Ni en vuelo, ni en tierra, ni con las drogas, ni
con el sexo, ni en el petardeo, ni en las subtramas, ni por la puesta en
escena, ni por el ritmo. Ni siquiera el empleo de la música o su ausencia
encajan como debieran. Almodóvar tenía un punto de partida muy goloso:
españoles de hoy en un avión hacia ninguna parte, un trío de azafatos gays y un
aeropuerto fantasma, ajustado reflejo visual de nuestro estado de cosas,
perfecto para el desenlace. Pero, inexplicablemente, lo ha echado todo a
perder.
Los azafatos tienen cierto
encanto, en especial el devoto, pero un recurso como el del tequila no puede
tratarse de tal modo que se queme al segundo trago, cuando queda tanto vuelo,
para tratar de recomponerlo después por el burdo procedimiento de escanciar un
nuevo combinado y sazonarlo de mescalinas. La sinceridad compulsiva de Javier
Cámara es otra idea feliz que se malgasta de un modo impropio, y de las mamadas
y las bixesualidades que todo lo enderezan (uy, me ha salido un chiste para la
segunda parte), ya mejor ni hablar.
Con todo, lo que me ha resultado
más llamativo de este nuevo trabajo de Almodóvar es su voluntad evidente de
hacer reír, truncada por una dirección que no parece suya. El guión no es gran
cosa (reitera y sobre-explica demasiado los temas menos interesantes, mientras
desaprovecha al noventa por ciento del pasaje), pero la dirección de actores y
el sentido del ritmo, que Almodóvar suele exhibir, podían haber salvado los
muebles. No ha sido así.
Algunos actores están muy bien en
su papel y otros fallan clamorosamente (¿¡cómo puede actuar mal Cecilia Roth?!).
Sin embargo, el verdadero problema está en ese inaprensible ritmo que la
comedia necesita y del que esta película adolece de principio a fin.
Y por detenernos en alguna escena
concreta: La última conversación entre los pilotos, que sobre el papel se
identifica como el ejercicio de diálogo más esforzado del libreto, carece de comicidad,
no tanto porque no sea gracioso lo que se dice, sino por cómo queda resuelto
ante los ojos del espectador.
Almodóvar, sin ritmo narrativo,
sin discurso estético y sin romanticismo, de pronto resulta que ya no tiene
gracia.
Pues menuda tiene que ser la peli
ResponderEliminarSi uted lo reafirma no hay mas que hablar
ResponderEliminarEstupenda critica once more...
Atticus
Pues se le quitan a uno las ganas.
ResponderEliminarA lo mejor hay que endrogarse pa disfruitarla
ResponderEliminarLa vi ayer.
ResponderEliminarQué bajón.