Pablo Berger fue el primero de los españoles que enseñó músculo en la 60 edición del Festival de Cine de San Sebastián. Lo hizo desde la humildad y la cercanía, nervioso como sólo lo está el que sabe que puede sacar un sobresaliente pero la calificación no depende por completo de él. Y los críticos en los Festivales son a veces más peligrosos que en el quehacer cotidiano: Todos saben que les espera un empacho, ya sea de alta cocina o de fast food. Algunos quieren encontrar "su" película casi en la apertura y otros tienden a reservar su entusiasmo para el último día. Muchos llegan ya predispuestos a descalificar determinadas opciones estéticas o narrativas, pues los hay que detestan la autoría excesiva por lo pedantes que los autores pueden ponerse cuando se ponen pedantes, mientras la facción etiquetada como "gafapasta" tiende a despreciar la facilidad y el ritmo de las fórmulas de Hollywood confundiendo en ocasiones lo accesible con lo estándar. Al terreno estrictamente cinematográfico hay que sumarle otros que afectan directamente sobre el estado de ánimo del crítico profesional: qué hotel le han asignado, cuánto le pagan este año, para qué medio lo cubre, de qué color es tu acreditación,... En fin, que los directores llegan al examen sin saber de qué humor está el tribunal. Pero la película de Berger puede saltar sobre cualquier impaciencia, prejuicio, manía o desengaño profesional.
Blancanieves es un prodigio que cayó sobre el público como una suave lluvia después de una larga sequía. Tengo que esforzar mucho mi memoria para llegar a otra propuesta del cine español tan original, arriesgada y redonda, si es que la hay. Una genialidad que parecía imposible conseguir aquí, pero se despliega en poco más de hora y media como lo haría una mariposa exótica, ofreciéndonos un recorrido exquisito por el españolizadísimo cuento de Grimm, pleno de belleza, detalles, amenidad, humor y lirismo.
Un relato el de Blancanieves ya muy conocido y cuyas últimas adaptaciones hollywoodienses ilustran lo difícil que es volver a ese clásico después de Disney. Pero Berger, autor también del estupendo guión, orquesta con enorme talento a un equipo que tiene como director de fotografía a Kiko de la Rica, Alfonso Vilallonga en la partitura, Alain Bainée en el diseño de producción o a Fernando Franco en el montaje. Y un reparto de caras nuevas o conocidas del espectador (lo de Maribel Verdú es para enmarcar), que dan aquí lo mejor de su arte sin articular palabra. Porque, sí, es verdad, la película es muda. En blanco y negro y muda, como The artist.
Y si las próximas que se hagan así son tan hermosas como éstas dos, el mudo desbancará al 3D. O quizá acabe apropiándose de él. Por si acaso, id a ver Blancanieves en una pantalla bien grande. Es lo mejor que se puede hacer antes de que cierren el último cine.
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