sábado, 18 de agosto de 2012

¿Qué pasa con el cine en nuestro idioma? (2ª parte)


Por no remontarnos a los encantadores tiempos del blanco y negro deslumbrante del Indio Fernández, en plena Edad de Oro del cine mexicano, y a las idas y venidas de intérpretes de un país a otro (Sara Montiel a México, Jorge Negrete a España); o remitirnos al poderoso Cinema Novo brasileño de los 50 y 60,  que al fin y al cabo se hablaba en portugués y no en español, adelantaremos unas décadas hasta llegar a finales del siglo pasado para que el cine iberoamericano vuelva a trascender por penúltima vez los mercados eminentemente locales.


Después de un tiempo de inexplicable incomunicación transoceánica (exceptuando el interés puntual propiciado por el Oscar a Argentina con La historia oficial), apenas hubo intercambios cinematográficos exitosos hasta que a principios de la década de los noventa surgieron desde cuatro países muy distintos otras tantas películas que conquistaron el corazón de los espectadores de todo el mundo y, en especial, de los de habla hispana: Como agua para chocolate de Alfonso Arau (México), Un lugar en el mundo de Adolfo Aristarain (Argentina), La estrategia del caracol de Sergio Cabrera (Colombia) y Fresa y chocolate de Tomás Gutiérrez Alea (Cuba).

Colombia como gran sorpresa y Cuba, México y Argentina desde cinematografías consolidadas y mantenidas en el tiempo, incluyendo reconocimientos internacionales y figuras de gran prestigio, volvían a colocar en taquilla al cine del sur de Rio Grande cosechando premios, nominaciones, fantásticas críticas y contundentes recaudaciones.

España también se rindió ante el talentazo y originalidad de estas cuatro historias humanísimas que le redescubrían un México exacerbadamente romántico, la hermosa y estancada Habana, la Argentina profunda y la palpitante Bogotá del ingenio cotidiano.

Los acentos y expresiones propias de cada país no fueron ningún obstáculo para que el espectador español siguiese las películas con facilidad y agrado. Dicen en América que los peninsulares hablamos a toda leche y que eso hace más difícil comprender los diálogos del cine español, pero tampoco resulta fácil la velocidad argentina ni la forma cubana de frasear para un español que ve la mayoría de las películas dobladas por profesionales que vocalizan a la perfección. Como sucederá igualmente entre los de América con películas de naciones que parecen vecinas, pero pueden serlo tanto o tan poco como España.

Lo que sucede es que cuando las películas llegan y emocionan, todas las diferencias resultan irrelevantes. Y así sucedió con éstas cuatro: La maravillosa historia de amor y magia gastronómica en el México de la Revolución; el cuarteto de titulados (maestro, doctora, monja y geólogo), tratando de hacer digno al pampero pobre frente al cacique local; la comunidad de vecinos llevándose en secreto la casa a cuestas antes del desahucio y el homosexual desahuciado por el régimen de Castro enseñando al castrista -y de paso al espectador- a vivir desde el respeto, son cuatro triunfos del cine latinoamericano que perdurarán en el tiempo.  

Parecía el comienzo de un diálogo renovado a través del cine, pero pocas películas iberoamericanas posteriores pudieron aterrizar en las salas españolas, con la esperanza de repetir aquel éxito, hasta que llegaron dos nuevos trallazos con los que empezó la década del 2000: Amores perros de Iñarritu y El hijo de la novia de Campanella.

Continuará...

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