(Fragmento de Las crónicas Nemedias, por Robert E. Howard)
Los tiempos de la Depresión fueron muy fértiles para la literatura popular y el suicidio. Algunas de las series más celebradas de Ciencia Ficción, Terror, Espada y brujería y derivados se gestaron durante aquella terrible década en la que el público quería evadirse y los escritores trabajaban a destajo, derrochaban imaginación y morían pobres y desdichados. Entre los más ilustres de esta categoría destaca Robert E. Howard, el creador de Conan. Aunque, de no ser por el bárbaro, “el gigante de Tejas” podía haber terminado en el olvido como otro medio millar de autores de su época que alimentaban las revistas estadounidenses de género “pulp” en los años 20 y 30 del pasado siglo. Una corriente de la que formó parte el mismísimo Edgar Rice Burroughs (creador de Tarzán) con su serie Carson de Venus, ubicada por los especialistas dentro de un género híbrido llamado Sword and Planet (Espada y Planeta), una especie mutante entre la Ciencia Ficción y la fantasía heroica.
Robert E. Howard pertenecía a un grupo irrepetible de la literatura norteamericana: Donald Wandrei y August Derleth, fundadores de la mítica editorial Arkham House; Robert Bloch, autor de Psicosis; Clark Ashton Smith, el primero de su generación en recoger leyendas geográficas como la región de Lemuria y épocas remotas como la era Hiperbórea en su poema The Hashish-Eater; el poeta Frank Belknap Long, Virgil Finlay... y el maestro y líder indiscutible de todos ellos, H. P. Lovecraft.
Bob-Dos-Pistolas, como apodaba a Howard el creador de Los mitos de Cthulhu, tenía una capacidad de fabulación envidiable. Extraordinariamente dotado para la creación de universos propios que combinaban mitologías de toda índole con la fantasía y la pericia de un miembro del Círculo de Lovecraft, trazó en sus relatos un sin fin de mundos primitivos regidos por la fuerza de las armas y el poder de la brujería. De su enorme producción apenas nada es aprovechable en opinión de la crítica literaria, pero su contribución al género fantástico-aventurero es innegable y, una vez más, tuvo que llegar el astuto Stan Lee de Marvel Comics Goup para extraer oro de lo que parecía una mina abandonada repleta de fantasmas: Salomón Kane, Bran Mak Morn, Thourlough O´Brien, el rey Kull, Conan el bárbaro...
En los años siguientes, el trabajo gráfico recayó en John Buscema, que imprimió una mayor violencia a las aventuras y marcó el carácter definitivo del personaje. Conan era ya una estrella que había tentado a los mejores dibujantes de la década, como Gil Kane, Mike Ploog, Dick Giordano o Neal Adams, responsable del primer story board encargado exprofeso para la película.
Dino De Laurentis, un productor con el mismo olfato para el negocio del cine que el de Stan Lee para el del cómic, puso en marcha el proyecto en 1980. John Milius, guionista de Apocalipsis Now, fue el elegido para dirigir la función. En colaboración con Oliver Stone, Milius escribió un guión inicial basado en varios relatos sobre la juventud del bárbaro, el ensayo de Howard sobre la era hyboria y otros pasajes escritos por continuadores modernos. Después llegaron las revisiones a cargo de Dino de Laurentis, el agente de Howard, Glenn Lord, y su escritor de confianza Sprague de Camp. El resultado fue algo difuso, como sucede siempre con los personajes adoptados por el cine que cuentan con toda una saga de aventuras entre las que resulta difícil escoger manteniendo al mismo tiempo una solidez narrativa que funcione en pantalla.
En cualquier caso, el wagneriano Milius era el cineasta más idóneo para revestir de fuerza legendaria suficiente las andanzas del bárbaro y Arnold Schwarzennegger, un musculoso austriaco perfectamente desconocido hasta entonces, daba el tipo físico exacto.
La película se rodó en España y cuenta con algunos momentos absolutamente fieles al original literario y a su prolongación en el universo Marvel: la irrupción de Conan en el sepulcro de un antiguo guerrero del que conseguirá su espada, la ascensión a la torre de la serpiente en la ciudad de Zamora, la crucifixión donde el cimmerio se defiende de un buitre a dentellada limpia y, sobre todo, el último plano del film, en el que aparece sentado en el trono de Aquilonia, reproducen con precisión el ambiente y la estética que demandaba el personaje. Lo demás, para cualquier seguidor del bárbaro mínimamente exigente, es un refrito de historias, lugares y personajes que conforman un producto técnicamente irreprochable y argumentalmente irregular. Valeria ocupa el lugar de Belit, la pirata de la costa negra, como primer amor de Conan y, al igual que ella, acude en su ayuda después de muerta. El paso de la niñez a la edad adulta se resuelve atando al cimmerio a una rueda de molino durante diez años, algo que el personaje de Howard no hubiera soportado. Y Thulsa Doom no es un brujo propiamente dicho, sino un líder espiritual y político inspirado en un personaje histórico igual de siniestro, Hassan I Saba, el señor de Alamut.
A pesar de todo, el resultado en pantalla es compacto, espectacular e inmune al envejecimiento. Quizá porque así es el propio Conan y así lo concibió Howard. Casi medio siglo antes del estreno del film, el creador del bárbaro se había quitado la vida descerrajándose un tiro de escopeta en la cabeza, mientras su criatura, como todos los personajes literarios destinados a la inmortalidad por capricho del destino, seguía impasible su avance fiel al carácter fanáticamente vital que le diese Howard, saltando de la letra al cómic y de éste al cine, convertido para siempre en un guerrero errante.
yagua
ResponderEliminar'Resultado espectacular e inmune al envejecimiento', sin duda la defines con certeza. Creo que además es la película que más he disfrutado viendo con audiocomentario (de Millius y Schwarzenegger).Escuchar a Millius es un gozada, es muy pedagógico, y Arnold repite al menos cincuenta veces la palabra 'exactly' cada vez que el dire explica una escena, o el significado de una imagen, o lo guapa que era Nadiuska, o que hubo un golpe de estado mientras rodaban.
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