viernes, 30 de abril de 2010
jueves, 29 de abril de 2010
Vivir rodando, en Cuba o en locales de ensayo
En la de Jorge, las limitaciones las marca la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños: 3 actores. Interior. 3-5 min. 3 puntos de luz. 1 cinta digital de 60 min. 1 día de preparación. 1 día de grabación (9 horas).
Los gusanos y las moscas from jorge lopez navarrete on Vimeo.
">En la de Quique, las limitaciones se las impone él mismo: fotos, fotos y sólo fotos para conseguir movimiento en un videoclip trallero.
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martes, 27 de abril de 2010
El cómic en el cine: CONAN, EL BÁRBARO
(Fragmento de Las crónicas Nemedias, por Robert E. Howard)
Los tiempos de la Depresión fueron muy fértiles para la literatura popular y el suicidio. Algunas de las series más celebradas de Ciencia Ficción, Terror, Espada y brujería y derivados se gestaron durante aquella terrible década en la que el público quería evadirse y los escritores trabajaban a destajo, derrochaban imaginación y morían pobres y desdichados. Entre los más ilustres de esta categoría destaca Robert E. Howard, el creador de Conan. Aunque, de no ser por el bárbaro, “el gigante de Tejas” podía haber terminado en el olvido como otro medio millar de autores de su época que alimentaban las revistas estadounidenses de género “pulp” en los años 20 y 30 del pasado siglo. Una corriente de la que formó parte el mismísimo Edgar Rice Burroughs (creador de Tarzán) con su serie Carson de Venus, ubicada por los especialistas dentro de un género híbrido llamado Sword and Planet (Espada y Planeta), una especie mutante entre la Ciencia Ficción y la fantasía heroica.
Robert E. Howard pertenecía a un grupo irrepetible de la literatura norteamericana: Donald Wandrei y August Derleth, fundadores de la mítica editorial Arkham House; Robert Bloch, autor de Psicosis; Clark Ashton Smith, el primero de su generación en recoger leyendas geográficas como la región de Lemuria y épocas remotas como la era Hiperbórea en su poema The Hashish-Eater; el poeta Frank Belknap Long, Virgil Finlay... y el maestro y líder indiscutible de todos ellos, H. P. Lovecraft.
Bob-Dos-Pistolas, como apodaba a Howard el creador de Los mitos de Cthulhu, tenía una capacidad de fabulación envidiable. Extraordinariamente dotado para la creación de universos propios que combinaban mitologías de toda índole con la fantasía y la pericia de un miembro del Círculo de Lovecraft, trazó en sus relatos un sin fin de mundos primitivos regidos por la fuerza de las armas y el poder de la brujería. De su enorme producción apenas nada es aprovechable en opinión de la crítica literaria, pero su contribución al género fantástico-aventurero es innegable y, una vez más, tuvo que llegar el astuto Stan Lee de Marvel Comics Goup para extraer oro de lo que parecía una mina abandonada repleta de fantasmas: Salomón Kane, Bran Mak Morn, Thourlough O´Brien, el rey Kull, Conan el bárbaro...
En los años siguientes, el trabajo gráfico recayó en John Buscema, que imprimió una mayor violencia a las aventuras y marcó el carácter definitivo del personaje. Conan era ya una estrella que había tentado a los mejores dibujantes de la década, como Gil Kane, Mike Ploog, Dick Giordano o Neal Adams, responsable del primer story board encargado exprofeso para la película.
Dino De Laurentis, un productor con el mismo olfato para el negocio del cine que el de Stan Lee para el del cómic, puso en marcha el proyecto en 1980. John Milius, guionista de Apocalipsis Now, fue el elegido para dirigir la función. En colaboración con Oliver Stone, Milius escribió un guión inicial basado en varios relatos sobre la juventud del bárbaro, el ensayo de Howard sobre la era hyboria y otros pasajes escritos por continuadores modernos. Después llegaron las revisiones a cargo de Dino de Laurentis, el agente de Howard, Glenn Lord, y su escritor de confianza Sprague de Camp. El resultado fue algo difuso, como sucede siempre con los personajes adoptados por el cine que cuentan con toda una saga de aventuras entre las que resulta difícil escoger manteniendo al mismo tiempo una solidez narrativa que funcione en pantalla.
En cualquier caso, el wagneriano Milius era el cineasta más idóneo para revestir de fuerza legendaria suficiente las andanzas del bárbaro y Arnold Schwarzennegger, un musculoso austriaco perfectamente desconocido hasta entonces, daba el tipo físico exacto.
La película se rodó en España y cuenta con algunos momentos absolutamente fieles al original literario y a su prolongación en el universo Marvel: la irrupción de Conan en el sepulcro de un antiguo guerrero del que conseguirá su espada, la ascensión a la torre de la serpiente en la ciudad de Zamora, la crucifixión donde el cimmerio se defiende de un buitre a dentellada limpia y, sobre todo, el último plano del film, en el que aparece sentado en el trono de Aquilonia, reproducen con precisión el ambiente y la estética que demandaba el personaje. Lo demás, para cualquier seguidor del bárbaro mínimamente exigente, es un refrito de historias, lugares y personajes que conforman un producto técnicamente irreprochable y argumentalmente irregular. Valeria ocupa el lugar de Belit, la pirata de la costa negra, como primer amor de Conan y, al igual que ella, acude en su ayuda después de muerta. El paso de la niñez a la edad adulta se resuelve atando al cimmerio a una rueda de molino durante diez años, algo que el personaje de Howard no hubiera soportado. Y Thulsa Doom no es un brujo propiamente dicho, sino un líder espiritual y político inspirado en un personaje histórico igual de siniestro, Hassan I Saba, el señor de Alamut.
A pesar de todo, el resultado en pantalla es compacto, espectacular e inmune al envejecimiento. Quizá porque así es el propio Conan y así lo concibió Howard. Casi medio siglo antes del estreno del film, el creador del bárbaro se había quitado la vida descerrajándose un tiro de escopeta en la cabeza, mientras su criatura, como todos los personajes literarios destinados a la inmortalidad por capricho del destino, seguía impasible su avance fiel al carácter fanáticamente vital que le diese Howard, saltando de la letra al cómic y de éste al cine, convertido para siempre en un guerrero errante.
lunes, 26 de abril de 2010
El discípulo: hay maestros que no pueden tener escuela
sábado, 24 de abril de 2010
La noche de los libros, por la Sobrina
jueves, 22 de abril de 2010
Tu vida puede cambiar en una librería
miércoles, 21 de abril de 2010
Tiene delito reaparece en Florencia
lunes, 19 de abril de 2010
sábado, 17 de abril de 2010
El concierto: bendita imperfección
El personaje central de esta nueva cinta de Ranu Mihaileanu, tan imperfecta como inolvidable, es Andrei Filipov, el mejor director de orquesta de la Unión Soviética hasta que Brezhnev le condena al ostracismo con toque de crueldad añadida, porque durante los siguiente treinta años tiene que ganarse la vida fregando los suelos del que fue su teatro –nada menos que el Bolshoi-, mientras sueña despierto con la ejecución del concierto para violín y orquesta más famoso de la historia de la música.
De pronto, un golpe de suerte pone en sus manos la oportunidad de regresar, actuando en el Teatro de Châtelet de París. Tiene que saltarse todas las reglas, pero no le importa. Y sus músicos de hace treinta años, que también se vieron obligados a abandonar la música, están dispuestos a seguirle aunque han adquirido un puñado de malos hábitos con el paso del tiempo.
El primer violín les espera en Francia. Se trata de la súper-estrella Anne-Marie, interpretada por la cada vez más fascinante Mélanie Laurent. Un misterio la envuelve y eso añade intensidad al relato, que oscila entre la comedia francesa desmelenada y la tragedia rusa interior.
Siendo estrictos, a partir de estos planteamientos decididamente brillantes, la peripecia resulta poco verosímil; el equilibrio entre el encanto coral de los chapuceros entrañables y el sentimiento ruso de la pérdida, la redención y el honor, se tambalea en más de un momento. Milhaileanu no tiene el vitriolo matemático de Berlanga ni la habilidad emotiva de Capra, que además resultan realmente difíciles de combinar. Pero eso siendo estrictos. Y estricto era también el comunismo soviético y miren cómo le lució el pelo.
Ésta es una película para dejarse llevar, despojarse de la piel de rinoceronte que se nos va poniendo a los críticos a fuerza de análisis y permitir que los ojos se humedezcan y la risa brote. Disfrutar con la elegancia interpretativa de Aleksei Guskov (Filipov), la humanidad desbordante del magnífico Dmitri Nazarov (Sacha), la fuerza femenina de Anna Kamenkova (Irina), el talento cómico de Valeriy Barinov (Iván) o François Berléand (Olivier), la bella contención de Miou-Miou (Guylène), la pasión a la europea de Mélanie Laurent… Y llegar en volandas a los últimos veinte minutos de película, donde Tchaikovsky te agarra el corazón y demuestra lo que es capaz de producir la música.
Ahí arrasa Milhaileanu, filmando el concierto con hábiles recortes, pero aguantándolo en pantalla el tiempo necesario, que es mucho, sabedor de su fiereza emocional gracias a ese violín solista que va creciendo en virtuosismo al mismo tiempo que nuestra sensibilidad, mientras la orquesta inicialmente insegura se “pega a su rueda” y encaja, se eleva, recupera su orgullo y lo lanza con felicidad desbordante al patio de butacas del teatro y del cine. La cámara y el montaje se vuelcan de un intérprete a otro y las miradas, los dedos sobre el instrumento, el arpa, la batuta... todo funciona como una arrolladora partitura. Ojalá las secuencias paralelas que explican qué pasó después hubieran renunciado a cualquier línea de diálogo. Aún así, Ranu sabe muy bien cuál es el plano final. El momento en el que las rosas se arrojan sobre el escenario del Châtelet mientras el director y la violinista se abrazan con la felicidad que debe producir la perfecta armonía.
Ciudad de vida y muerte: mucha muerte
La película está realizada en un poderoso blanco y negro, tiene un banda sonora espléndida y sigue la estela dramática de La lista de Schlinder, Salvar al soldado Ryan y Enemigo a las puertas en el tratamiento realista del tema. Pero llega más lejos aún en la acumulación de atrocidades bélicas. Seguramente es necesario verla, pero ya advierto que no es para comer palomitas, porque a los pocos minutos y hasta su conclusión, te falta saliva para poder tragarlas.
martes, 13 de abril de 2010
Una pausa sin cine
domingo, 11 de abril de 2010
Polanski y su escritor
Hollywood parece rendido a sus maneras gamberras de autor insobornable con punch europeo y olfato comercial. Polanski se ha casado con la bella Sharon Tate, a la que conoce y seduce realizando El baile de los vampiros y vive en una mansión que va a convertirse en mito mientras él prepara nueva pelicula y sueña con rodar después una costosa historia de piratas. Pero mudarse a Cielo Drive puede ser tan peligroso como estrenar apartamento en el infierno burgués del Dakota.
Una noche de drogas, satanismo de poca monta y cuchillos, la "familia" del loco más famoso de América entra en el 10050 de Cielo drive y representa un drama sangriento que hasta Polanski es incapaz de imaginar para una pantalla. Él está en Gran Bretaña, preparando el rodaje de El dia del Delfín, que jamás llegará al cine. Su mujer embarazada de ocho meses celebra una fiesta de íntimos cuando los acólitos de Manson entran en la residencia del cineasta, acorralan a la anfitriona y a sus invitados y los someten a tortura hasta la muerte. Nadie sale vivo de allí.
Tras los terribles asesinatos y la conmoción mediática que suponen, con el consiguiente desglose pormenorizado de hipótesis, especulaciones y trapos sucios, Polanski sobrevive a duras penas. El cineasta permanece dos años noqueado, pero consigue sobreponerse y rueda un interesante Macbeth, la potente Chinatown y El quimérico inquilino, otra obra maestra inconfundible y terrorífica que pone en pie con la joven Isabel Adjani y él mismo como protagonista. Parece haber pasado el bache, aunque basta fijarse en la historia del detective Jake Gittes y la del inquilino Telkovsky para comprender que la cicatriz californiana sigue en carne viva.
Incluso sin que las maldades ajenas irrumpan en su biografía, el tipo parece marcado y una noche de champán y fotos en casa de Nicholson, Polanski abusa de una menor y todo vuelve a convertirse en un circo de titulares y decisiones judiciales cambiantes que acaban con un no menos escandaloso abandono del país, un día antes de que parezca inevitable ir a chirona y pagar en nombre de todos los salidos de Hollywood. De nuevo, Polanski parece vivir una película personal de consignas conocidas pero más inesperadas que las de cualquier guión.
Así que Tess se convierte en su última película apreciada por la academia americana. Y pasan siete años sin rodar. Cuando al fin lo consigue, recupera un viejo proyecto y fracasa. Después de Piratas, amplios sectores de la industria y de la crítica empiezan a considerar que su talento se da prácticamente por amortizado.
Pero lo cierto es que durante ese período de supuesto declive que llega hasta hoy ha filmado Frenético, Lunas de Hiel, La muerte y la doncella, El pianista y Oliver Twist, todas excelentes, con un solo patinazo real: La novena puerta. Polanski sigue teniendo nervio y sabe establecer el territorio exacto para cada una de sus historias, oprimiéndolo sin descanso: convierte París en una ciudad de angustia, un transatlántico en una ratonera matrimonial, la casa de campo idílica en un centro de tortura y Varsovia en símbolo de la humanidad deshecha.
Enésima pirueta estilo Roman: Hollywood le perdona antes que los jueces y premia El pianista aunque su director siga en busca y captura. La interminable escena en la que un hombre loco de hambre busca el modo de abrir una lata de conserva que apenas puede sostener, sigue siendo una lección de cine que convierte el holocausto de Spielberg en una acumulación poco sutil de barbarie. Hay que saber aguantar el plano insignificante para decir la verdad sin gritarla.
Y la semana pasada, estrenó en España otra película rebosante de talento: El escritor. Ahora, la vida de Polanski no parece una película sino que la película parece la vida de Polanski. El primer ministro inglés de cuando "Irak 2.0", está acusado y acosado. El Tribunal de la Haya quiere juzgarle por juego sucio en connivencia con la CIA y su retiro dorado en una isla maldita se convierte en sarcasmo cuando el encargado de escribir sus memorias aparece muerto en la playa y hay que contratar otro negro que termine el trabajo de ensalzarle como político y como hombre.
jueves, 8 de abril de 2010
Los "enfants" ya tienen quien les escriba
Luna, cinéfila de raza, se ha apuntado al juego de espejos de David y Goliat escogiendo una pareja con mucho riesgo. Aquí está su visión, que completa la nuestra. Gracias de nuevo, amiga.
Les Enfant Terribles
Como Carmen Maura pidiendo “riégueme”, aquí Almodóvar está pidiendo a su cámara “cómeme”, en una pincelada caníbal al más puro estilo de “el último verano”. “Devórame y hazme tuyo”. Y así, el director se convierte en vasallo de sus imágenes.
Quentin se sale del marco, de lo ético, de lo establecido, sufre claustrofobia de la vida y se expande hasta el infinito, se golpea en los vértices y juega a la ruleta rusa del descaro con la desfachatez del timador.
Pedro se dedica a realizar especialmente cine “de-para-con” mujeres, ahondando en los más íntimos miedos, en sus valentías, su coraje, su sensibilidad, su sexualidad y enfatiza la camaradería femenina (tan poco destacada en el cine).
Quentin se especializa, sin embargo en un cine “de-para-con hombres”, despuntando el lado más brutal, más salvaje, más grosero, más violento y más inmaduro, “adolescentes eternos”.
Y los dos van de la mano, dos niños traviesos, curiosos, provocadores, “Les Enfant Terribles”, queriendo llamar la atención, dos “Peter Pan” gamberros, dos criaturas perdidas que desean ternura, que alguien les haga una caricia en la mejilla, y les alborote el pelo y con ello haga desaparecer su enfado con el mundo.
miércoles, 7 de abril de 2010
Tiene delito se convierte en un libro de culto.
lunes, 5 de abril de 2010
Películas para niños
Madeleine Carroll hace el papel de la princesa Flavia, y aunque a mí siempre me pareció inexpresiva y algo bizca hay que reconocerle prestancia para los trajes de corte europea en días de coronaciones y complots. Las niñas saborean cada escena y reaccionan con exactitud ante las interrupciones del vals y la desesperación del director de orquesta, ante el puñal clavado junto a la cabeza de Colman por el segundo de los Fairbanks, ante el duelo de espadas frente a la cuerda que baja el puente levadizo. Porque todo tiene un sabor puro: el encuentro de los dos Rudolfs, la facilidad con la que se explica su parecido físico (qué gran personaje la tataratataratatarabuela Amelia), la juerga en el pabellón de caza, el vino envenenado, el ensayo de la coronación, la coronación misma, los desprecios al despreciable hermano Michael, el flirteo con la princesa (hay que llamarlo flirteo, no cabe otra expresión en Zenda), la abnegación del consejero real, el malvado Rupert de Hentzau, la señal con el candelabro desde la ventana, el foso, la mazmorra y el duelo que empieza con un Shakespeare remozado para la ocasión: “La mitad de mi reino por una cerilla”.
Una niña de nueve años y una de cinco vibrando al unísono con una película de 1937. Pequeñas prisioneras de Zenda.
Vistas la primera y la última un año antes, no quedaba otra que completar la trilogía del Indi joven. La peor quizá, pero también llena de humor, de sabiduría cinematográfica y cinéfila y la que más niños contiene. Y más terror. Esto no es Zenda, aquí hay sacrificios a Kali, bebedizos posesivos y maldad de primera plana. Pero mis hijas discriminan con soltura de televidentes, internautas y consumidoras de 3D y TDT. De hecho, lo que menos les divierte es el niño chino, como si fuesen críticos avezados. Y lo que más, la bailarina en permanente estado de histeria, cabreo o ánimos intermedios, como a Spielberg antes de pedirle matrimonio. Y una sobremesa toledana queda llena del tipo del sombrero, su látigo y sus medias sonrisas para todos los públicos.
Después de la sesión en la gruta azufrosa, salimos a campo abierto en busca de aventuras.
Y es el teatro del teatro, el fingimiento, el disfraz, el duelo, el recitado y la pasión. Apenas una escena resulta decididamente no apta (con la cortesana saltando de forma inequívoca sobre el jefe del teatro rival) y le damos al avance con el consiguiente regocijo inocente que produce en todo niño la cámara rápida. Y al final, la inmensa playa en la que se aleja por siempre Lady Viola para convertirse en la protagonista de Noche de Reyes, transmite a mis princesas su auténtica emoción.
Mañana llegan refuerzos infantiles. Esta vez se trata de un varón de diez años, futbolero y con Wii. Habrá que rebuscar viejas aventuras en el armario del cine, que me hace el mismo servicio que el baúl de un mago.
Burt Lancaster y su compañero del circo, al que siempre llamaremos “Ojo”, se marcan una de piratas poco seria, pero infalible para todas las edades y todos los sexos, porque entre pirueta de proa a popa, rescate por la dama, motín pirata y rebelión libertaria, hay tiempo para el amor, para la ciencia y para la mímica de un comediante que se perdió el cine mudo. Sí, claro: Ojo.
Hasta mi hermano, que traía a los nuevos huéspedes, se engancha y la ve hasta el final disfrutando de los comentarios de sus sobrinas y el nuevo crío de nuestra improvisada filmoteca VHS.
"¿De verdad queréis ver ésta? Dura tres horas y termina mal". No les importa, la Semana Santa ha entrado de encargo a través de la videoteca familiar y la de romanos se impone. Supongo que por instinto atávico, porque ellos no han conocido aquellas épocas en las que programaban hasta la última, desde Quo Vadis y Ben Hur (aún vivas) hasta la terrible y pasoliniana El Evangelio según San Mateo, que a mí, quizá por el blanco y negro, me impresionaba más que ninguna, parecía más real.
Así que allá vamos: gladiadores, romanos decadentes pero ambiciosos, Charles Laughton repartiendo estopa y clase, la esclava, el líder musculado y las maravillosas voces de doblaje de aquellos tiempos de proyección sistemática de todo lo que acabara en crucifixión. Y la aguantan entera. Y saben quién es el malo entre los malos, y el rastrero y el noble. Y lo de que la dirija Kubrick tendrá algo que ver en que el resto de la semana, cada vez que hacen una pifia y preguntemos quién ha sido el artífice, los tres niños griten “¡Yo soy Espartaco!”. Han entendido la película.
Aunque llevamos ya dos consecutivas de espadas y batallas, me da un antojo ochentero al ver en la repisa Los Inmortales, una película del irregular (y con frecuencia pésimo) Russell Mulcahy: Christopher Lambert, con más bizquera que Madeleine Carroll, hace el papel de Connor McLeod, y Beatie Edney (qué chica más dulce ¿a dónde se fue?) el de su esposa escocesa. Pero sobre todo está Connery, a punto de iniciar lo mejor de la última etapa de su carrera (Los intocables, El nombre de la rosa, Indiana Jones y la última cruzada,…), demostrando que había alcanzado ese punto al que todo intérprete aspira, en el que para dominar cualquier escena le basta con estar en ella.
La película es de una futilidad casi cómica, aunque la banda sonora despierta una nostalgia benigna y los cambios de época siguen siendo sorprendentes y cuidadosos. Pero como dijeron los mayores de entre los pequeños: “¿Y todo esto para convertirse en mortal? ¡Vaya una cosa…!”
Unas persianas de cañizo que se abren progresivamente, una panorámica del patio de vecindad, un tipo escayolado y su nombre sobre el yeso, una cámara rota, la foto que le costó la fractura, la revista para la que trabaja. Aún no ha empezado el diálogo pero el guión ha puesto todos los elementos de partida de una obra maestra absoluta ante los ojos puros de tres niños que no han visto una de Hitchcock jamás, porque ya no existe Sábado cine, ni ciclos retrospectivos en la 2, ni nada que se le parezca. Apenas han transcurrido unos pocos minutos y todo está ahí, salvo Grace, para que los pequeños se peguen a su butaca casera y disfruten de un cine que ya no se hace. Pero llega Grace, en el momento justo, luciendo una moda incapaz de envejecer sobre su piel, que las dos niñas del público admiran sin concesiones. Y Telma, esa masajista corrosiva que dice las cosas como son y despierta más de una risa infantil por lo crudo de sus pronósticos criminológicos. Y el perrito que muere, y la señorita corazón solitario que quiere morirse, y la señorita Torson bailando y “caminando entre lobos”, y la pareja en luna de miel maratoniana tras una cortina que lo hace todo absolutamente libre de censura oficial o paterna.
Por fin una de asesinatos que los menores contemplan sin terror, aún entendiendo plenamente lo que allí se cuenta. En fin, Hitchcok. Pleno en el video club semanasantero del pueblo con estufas.
Gran día de cocido para 10 en la cocina rústica, donde se prepara el litúrgico visionado de Vacaciones en Roma, que nunca falla cuando se juntan al fin todas las madres, hijas y titas de la casa en la casa de los VHS. ¿Una de romanos? Para ellas ésta. Audrey y Gregory en el apogeo de su belleza, contando una sencilla historia de amor principesco que termina casi como El tercer hombre, pero sin cítara.
Es el momento elegido por los varones (salvo el de diez, que tiene que verla porque no se ha traído la Wii), para escapar al pub del pueblo vecino. Me encanta la película, pero ya conozco de sobra la reacción de mis hijas en cada plano, en la pérdida del zapato (como Cenicienta, dice siempre la peque), en la fuga que acaba en la boardilla de Peck con su pijama y una exclusiva en ciernes, en la escena de la peluquería, en la de la vespa, en la de la boca de la verdad, en la pelea, en el coche, en la respuesta a la prensa, coreada en cada nuevo pase por mis hijas: ROMA. En el plano final, demoledor y a la vez hermoso.
El pequeño jugador de Wii se cobrará su venganza esa misma noche, porque ponemos Golden Eye. La primera de Bond con Brosnan haciendo el papel, tomando martinis y repartiendo besos y balas por medio mundo. Las chicas no se van al pub porque no son muy de barra, pero van dispersándose en corros y conversaciones cada vez más alejadas de 007 y sus variadas (y no muy amenas) persecuciones en tanque, avioneta, coche y patinete. La lujosa vaciedad de Bond sólo se llena con testosterona infantil o ganas de tenerla. Así que aguantamos a pie firme, como mandan los cánones, hasta el último morreo a la buena rusa.
Mañana tocarán otros riesgos.
Como yo suponía, a la pequeña le encantan las escenas de baile pero desconecta un poco de lo demás, mientras los de nueve y diez disfrutan del lenguaje subido, de la actitud inconformista de Billy y de la banda sonora super-inglesa.
Ese Billy saltando en su cama al son de la música justo antes de los créditos, resume esta semana de Cine en la que el mayor placer ha consistido en redescubrir su maravilla a través de otros ojos más limpios y asombrados que los míos.