Reitman junior, un tipo que debe saber de cine moderno y servidumbres hollywoodienses lo que no está escrito (a los cuatro años veía rodar a papá Los Cazafantasmas), ha estrenado la tercera de sus películas. Antes nos ofreció Gracias por fumar y Juno y ahora le toca el turno a Up in the air. Todas ellas son notables, parten de personajes originales y lucen desparpajo argumental con su pizca de vitriolo. Sin pasarse de listo ni de indie, que lo de la corrección política –aunque sea soterrada- cuenta mucho en la patria del Mayflower para hacer taquilla. Tanto, que las pequeñas licencias de este director parecen saltos de gigante. Y en Europa nos bastan para calificarle de autor, cosa que en EE. UU. probablemente movería a risa.
El gran director de cine francés Jean Renoir declara en Écrits: “¿Quién es el autor de una película? Esta cuestión se ha planteado a menudo. Yo tengo una idea muy clara al respecto: el autor de una película es el más fuerte. Alrededor de una mesa están sentados un escritor, una gran estrella, un director, un productor. Entre estos hombres hay uno que impondrá la línea directriz única sin la cual no puede existir ninguna obra de arte. Éste, a mi modo de ver, es el autor”.
Y así llegamos a George Clooney. Ésta es una película de George Clooney y todo lo demás está supeditado a esa certeza que en cocinas tiene claro hasta el que pela las patatas para el catering del rodaje. El papel sobre el que descansa toda la historia está cortado a su medida, aprovecha su imagen pública, permite su lucimiento y garantiza su redención o, mejor aún, su condena por hacer de mal chico y arrepentirse tarde.
Esta película podría haberse llamado Las amistades peligrosas 2.0, porque el verdadero peligro que corre tras el protagonista y que finalmente le alcanza, son las amistades o, para ser más preciso, los afectos. Clooney encarna a un frívolo con un anti-trabajo tan desagradable y atractivo como alojarse en los mejores hoteles y despedir gente válida, al modo en que la aristocracia francesa guillotinable asistía a ceremonias de seducción con la complicidad obligada de su servidumbre: Sin remordimientos ni ataduras.
Lo hace y lo disfruta hasta que se encuentra, no tanto con esa circunstancial actualización tecnológica de su oficio, como con una mujer a su altura (medida en millas de vuelo) que ejerce de Madame de Tourvel y Marquesa de Merteuil al mismo tiempo, con empaque y lógica despiadados. Hablamos, claro, de Vera Farmiga, en un papel tan breve, sustancioso e inolvidable como la corbata ceñida a la cintura con la que viste su cuerpo en el momento en el que Clooney (igual que Valmot, sin saberlo), queda irremediablemente perdido. Porque es el amor y no otra cosa lo que destruye las convicciones mochileras del tiburón.
Y lo demás, subrayando el mensaje de convencionalismo emocional a las duras y a las maduras, es pura concesión a la galería puritana. Sin la mujer que justifica el sacrificio, nuestro protagonista jamás escribiría esa carta final que, como en Las amistades peligrosas, entona un mea culpa y funciona cual último y tardío gesto de honestidad tópica. Que la firme Reitman es lo de menos. Quien nos mira desde las nubes con gesto agridulce, esperando otro bar de hotel donde lamerse las heridas, la estrella representada por el ala de un avión, es George Clooney, el aristocrático canalla del siglo XXI.
El gran director de cine francés Jean Renoir declara en Écrits: “¿Quién es el autor de una película? Esta cuestión se ha planteado a menudo. Yo tengo una idea muy clara al respecto: el autor de una película es el más fuerte. Alrededor de una mesa están sentados un escritor, una gran estrella, un director, un productor. Entre estos hombres hay uno que impondrá la línea directriz única sin la cual no puede existir ninguna obra de arte. Éste, a mi modo de ver, es el autor”.
Y así llegamos a George Clooney. Ésta es una película de George Clooney y todo lo demás está supeditado a esa certeza que en cocinas tiene claro hasta el que pela las patatas para el catering del rodaje. El papel sobre el que descansa toda la historia está cortado a su medida, aprovecha su imagen pública, permite su lucimiento y garantiza su redención o, mejor aún, su condena por hacer de mal chico y arrepentirse tarde.
Esta película podría haberse llamado Las amistades peligrosas 2.0, porque el verdadero peligro que corre tras el protagonista y que finalmente le alcanza, son las amistades o, para ser más preciso, los afectos. Clooney encarna a un frívolo con un anti-trabajo tan desagradable y atractivo como alojarse en los mejores hoteles y despedir gente válida, al modo en que la aristocracia francesa guillotinable asistía a ceremonias de seducción con la complicidad obligada de su servidumbre: Sin remordimientos ni ataduras.
Lo hace y lo disfruta hasta que se encuentra, no tanto con esa circunstancial actualización tecnológica de su oficio, como con una mujer a su altura (medida en millas de vuelo) que ejerce de Madame de Tourvel y Marquesa de Merteuil al mismo tiempo, con empaque y lógica despiadados. Hablamos, claro, de Vera Farmiga, en un papel tan breve, sustancioso e inolvidable como la corbata ceñida a la cintura con la que viste su cuerpo en el momento en el que Clooney (igual que Valmot, sin saberlo), queda irremediablemente perdido. Porque es el amor y no otra cosa lo que destruye las convicciones mochileras del tiburón.
Y lo demás, subrayando el mensaje de convencionalismo emocional a las duras y a las maduras, es pura concesión a la galería puritana. Sin la mujer que justifica el sacrificio, nuestro protagonista jamás escribiría esa carta final que, como en Las amistades peligrosas, entona un mea culpa y funciona cual último y tardío gesto de honestidad tópica. Que la firme Reitman es lo de menos. Quien nos mira desde las nubes con gesto agridulce, esperando otro bar de hotel donde lamerse las heridas, la estrella representada por el ala de un avión, es George Clooney, el aristocrático canalla del siglo XXI.
Wenas Fernando. Ver la película contigo fue, como siempre, un verdadero placer. Disfrutar con la dirección de Jason Reitman, la interpretación de Clooney y el pase con la corbata de Vera Farmiga, otro verdadero placer. Sin embargo, todavía me aguardaba un deleite aún mayor. Tu crítica sobre la peli es, sencillamente, magistral. Y no es necesario añadir ningún adjetivo más. Tan solo la puntilla; yo, de mayor, quiero escribir como tú. Miento, la mitad de bien que tú.
ResponderEliminarBueno, bueno, agradecido por los piropos. Pero va siendo hora de que escriban los discrepantes, o como diría el señor Lobo de Tarantino "no nos chupemos las pollas todavía".
ResponderEliminarAyer tomé una cerveza con un cinéfilo de altura que me dijo "¡¿qué cojones haces escribiendo sobre George Clooney!?" A lo mejor deberíamos abrir debate de exigencia y darnos cañita. Quique, te estoy esperando...