Sara Montiel, por Marañón
Texto por cortesía de Juan Laborda, cinéfilo y novelista
autor de La casa de todos, actualmente en librerías
LA FOTO QUE NO PUDO SER
Cuentan en los mentideros de Sunset Boulevard que dos divas del cinematógrafo coincidieron una vez en un escenario bien diferente de un plató.
Cuentan en los mentideros de Sunset Boulevard que dos divas del cinematógrafo coincidieron una vez en un escenario bien diferente de un plató.
En el cártel de las Ventas Luis Miguel Dominguín, matador de toros y de pasiones, se pavoneaba dispuesto a hacer alarde de gallardía y arrestos aquella tarde. Entre el público se encontraba, sin novedad en el frente, una morena que rasga el alma, la Gardner. Situada en el tendido sombra, su mirada turba lo mismo que bajo los focos de Siodmak. La plaza como un universo en miniatura giraba en torno a ella mientras los flashes la inundaban en ese peculiar firmamento de albero.
Al cesar la lluvia de luces la star se llevó coquetamente la mano al cabello en un gesto arrebatador y estudiado, mil veces repetido, y aprovechó, encantada, para escrutar la plaza. De pronto surgió a su izquierda un agujero negro, otro astro que absorbía toda la atención, era la Saritísima de España que llegaba, como si con ella no fuera la cosa, cogida del entonces su marido, el genialmente anciano Anthony Mann.
Tras sentarse y saludar con naturalidad a la prensa ya se disponían a disfrutar de la faena cuando los espléndidos luceros de las bellezas se encontraron. Surgió un instante de tensión, de constelaciones opuestas cuyas irresistibles fuerzas de atracción se disputaban todos los planetas, de ojos verdes y piel morena, de sangre de toro y barras y estrellas, que parecían acallar a la plaza ante el peligro de una catástrofe colosal.
Ava lanzó una sonrisa, amable pero no excesiva, que nuestra Sara, engalanada de alhajas que no podían competir con su piel, recogió y devolvió flanqueada por un Tony caballeroso que amagaba con levantarse.
Sonaba ya a toriles y pezuñas cuando unos hombres partían al centro del ruedo en su ritual paseíllo. Acto seguido se apagan los focos, enmudece el coso y empieza la fiesta.
Texto por cortesía de Juan Laborda, cinéfilo y novelista
autor de La casa de todos, actualmente en librerías
Muy interesante el relato! Curiosa situación cinéfila. ;)
ResponderEliminarEn la sección David y Goliat del blog tienes todas los paralelismos de cine español y de Hollywood, para tu cinéfilo disfrute.
ResponderEliminarY continuarán, con aportaciones literarias de autores interesantes y los dibujos de Benjamín Lois y yo mismo.