El verano es una buena época para sentir escalofríos en la oscuridad. El cine “de miedito” tiene aquí y ahora su sentido, su espacio y su afición. El distribuidor de Imago Mortis lo sabe bien y estrena con su pequeño margen –lo poco que dejan libre Potter, los de la Edad del Hielo 3ª parte y los remakeros Washington y Travolta-, soltando un número de copias suficiente para cumplir el requisito del famoso primer fin de semana, que pone en marcha el boca a boca y te encauza al segundo finde, al altavoz crítico y quizás al éxito.
El reparto promete y cumple: Un Alberto Amarilla cada vez más cuajado en empaque físico y en registros a pesar del auto-doblaje, una Geraldine Chaplin que es Historia del Cine en carne mortal y, sobre todo, un Alex Angulo que no necesita escenas significativas para ofrecer un recital de “presencia” y que, como a Brando en el Kurtz de Apocalipsis Now, se contrata porque aprioriza –haga lo que haga- una entidad, un pasado, una inquietud.
Lo malo es que esto no es Apocalipisis Now, se entiende que sin Vietnam y en versión suspense gótico. Es una lástima, pues aunque se haya financiado en régimen de coproducción a tres bandas, reúne ingredientes ganadores en grado envidiable: el reparto ya mencionado, el guionista de REC, el escenario terrible y potente y la música que una cinta de miedo europea es capaz de exhibir con moderación y sentido.
Pero la cosa no termina de cuajar. Hay una historia que acojona (ese tanatoscopio que se tira directamente a los ojos), un escenario estremecedor y unos personajes coherentes. Pero el europeísmo de la propuesta, que salió redondo en El Orfanato, juega esta vez en contra.
Un gringo hubiera presentado esa escuela de cine en la primera secuencia, hubiera reforzado la motivación del único asesino no previsto (el brazo ejecutor) aún a riesgo de hacerlo también previsible, hubiera simplificado para bien la relación amorosa y, en fin, hubiera aprovechado al máximo a Geraldine y a Alex (esa escena final entre ellos, ¡cuánto sugiere demasiado tarde…!)
A eso le llamo yo “la lección americana”. Extraer de su técnica los resortes narrativos eficaces y luego ser europeos para poner “el toque”. A ser posible en latín.
El reparto promete y cumple: Un Alberto Amarilla cada vez más cuajado en empaque físico y en registros a pesar del auto-doblaje, una Geraldine Chaplin que es Historia del Cine en carne mortal y, sobre todo, un Alex Angulo que no necesita escenas significativas para ofrecer un recital de “presencia” y que, como a Brando en el Kurtz de Apocalipsis Now, se contrata porque aprioriza –haga lo que haga- una entidad, un pasado, una inquietud.
Lo malo es que esto no es Apocalipisis Now, se entiende que sin Vietnam y en versión suspense gótico. Es una lástima, pues aunque se haya financiado en régimen de coproducción a tres bandas, reúne ingredientes ganadores en grado envidiable: el reparto ya mencionado, el guionista de REC, el escenario terrible y potente y la música que una cinta de miedo europea es capaz de exhibir con moderación y sentido.
Pero la cosa no termina de cuajar. Hay una historia que acojona (ese tanatoscopio que se tira directamente a los ojos), un escenario estremecedor y unos personajes coherentes. Pero el europeísmo de la propuesta, que salió redondo en El Orfanato, juega esta vez en contra.
Un gringo hubiera presentado esa escuela de cine en la primera secuencia, hubiera reforzado la motivación del único asesino no previsto (el brazo ejecutor) aún a riesgo de hacerlo también previsible, hubiera simplificado para bien la relación amorosa y, en fin, hubiera aprovechado al máximo a Geraldine y a Alex (esa escena final entre ellos, ¡cuánto sugiere demasiado tarde…!)
A eso le llamo yo “la lección americana”. Extraer de su técnica los resortes narrativos eficaces y luego ser europeos para poner “el toque”. A ser posible en latín.
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