martes, 7 de diciembre de 2021

El amor en su lugar

Hace diez años largos, Rodrigo Cortés deslumbró con Buried, que tenía a Ryan Reynolds en el papel de su vida, convertido en un contratista enterrado vivo en Irak. La pelicula, rodada integramente en España (un ataúd cabe en cualquier sitio), contaba con un actor angloparlante ajustado a la situación, porque contratistas españoles en Irak no se han descrito (quizá los hubiera) y sus peticiones de socorro habrían resultado un spoiler por definición.

La última apuesta de este director, El amor en su lugar, fue casi un secreto hasta que se proyectó en las primeras salas. En España lo hizo en el Festival de Sevilla, con enorme éxito. ¡Qué bien se nos da contar historias con enjundia dramática que no nos hablen de España ni de los españoles! Parece que al cineasta le quitaran de encima una pesadísima carga, que por fin pueda centrase en narrar con talento, sin miedo a los prejuicios banderizos a los que con tanta malsana fruición hemos vuelto.

Y eso que la película es inequívocamente española. Dirige de nuevo Rodrigo Cortés, mezcla de salmantino y gallego. El guión es del alemán David Safier junto al propio Rodrigo, quien también es el montador y ha compuesto algunas de las canciones de la banda sonora. El director de fotografía es Rafa García y la música de Víctor Reyes y Jerzy Juradot. La directora de arte es Laia Colet y del diseño de vestuario se ocupa Alberto Valcárcel. En fin, todo lo que importa antes de llegar a su reparto y el idioma en que interpreten una historia acontecida en cualquier otro lugar del mundo.

Así saltamos fuera de las arenas movedizas nacionales. La pelicula transcurre en el gueto de Varsovia, tiene un reparto internacional que habla y canta en inglés, se ocupa de las durísimas condiciones de los judíos polacos y la vesania de sus carceleros. Podemos ser espectadores del drama sin miedo a que se enciendan luces bien o malpensantes de alarma. Hay consenso universal en las premisas.

La película es estupenda, vamos a dejar los rodeos. Técnicamente, Cortés vuelve a tener un material de primera para lucirse: impresionantes travellings (especialmente el primero, aunque hay muchos más); contrastes de luz encadenados del camerino, el teatro entre bastidores, el escenario con bambalinas, el patio de butacas y la salida a la calle; un montaje preciso como un mecanismo de reloj (el film sucede en tiempo continuo, sin elipsis), un ritmo fascinante pespunteado de canciones en escena grabadas en directo durante el rodaje.

Todo va como un tiro siguiendo un esquema de tres actos clásico: presentación de lugar, personajes y disyuntiva en el primero, desarrollo del problema y dudas de unos y de otros para resolverlo en el segundo, gran final con enemigos armados en el tercero.

Cortés, cineasta de los que ama el riesgo, escoge una dificultad técnica imponente para dotar a su historia de punto de vista con impacto, pero luego asume el reto de meter narración clasica dentro de ese difícil corsé. No inventa en lo narrativo, sino en las estructuras. Cuando le sale este combinado dificilísimo, logra películas como Buried o como El amor en su lugar, de las que atrapan de principio a fin, que interesan, remueven y conmueven.

En cuanto a los españoles y el cine que los retrata, basta el título de esta película: El amor en su lugar. Últimamete, por desgracia, España no parece el lugar.

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