Quizá la falta de opiniones ajenas, pistas o peros; quizá la forma en que surgió la recomendación, partiendo de una charla sobre los resortes de la sociedad, la autodefensa de los poderes establecidos y por ahí; quizá la hora y el día, después de una jornada tele-extenuante... El caso es que lo pasé estupendo con esta película sencilla, bien expuesta y que sólo araña la superficie de lo que supone ir por libre en nuestro reglado mundo, equilibradamente desequilibrado.
Esta historia, contada a principios de los 70 con, digamos un Mastroianni y una Loren, Vittorio De Sica de político italiano entre lo cómico y lo temible (o de cardenal vaticano, que también encaja), y Comencini o Risi al mando, se habría convertido en un clásico, quizá menor, pero digno de revisarse de vez en cuando.
Con los mimbres de ahora (en la dirección, en los gags, diálogos e intérpretes), la cosa queda más blanda, pero muy disfrutable y no carente de miga. Varias escenas, en el consejo de ministros de la isla de las Rosas, en los jardines del Vaticano y entre padre e hijo, son memorables aún sin el carisma del tiempo y el talento de otros profesionales más capaces.
Da igual, porque voy a ser generoso, enga: no parece de Netflix.
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