Y Málaga, claro. Y un tipo viajado y listo que ha
encontrado un filón redescubriendo para la televisión de España el buen gusto, la media voz, la
no-estridencia.
La Gala en directo solo la vi empezar. Luego pesqué un
par de retazos mientras cenaba. Pero he recorrido ya muchos más fragmentos, de escenario
y de alegría por webcam. Más que suficiente para calibrar que a Antonio Banderas,
diciendo lo mismo y con el mismo tono, se le podían haber reducido los
parlamentos a la mitad de extensión. Al menos los que yo le vi soltar.
Atinados, pero interminables. El espectador ya no está para chapas de cinco
minutos a pelo, por muy Banderas que te la dé.
Dicho esto, sabéis que el tipo me cae muy bien. Me
alegro de que le haya quitado la vertiente chabacana a esa Gala que, como diría
mi añorado amigo Pepe Berdoy, ya daba alipori.
Autocomplacencias varias aparte (pocas y, en cualquier
caso, educadas), la verdad es que los homenajes a Berlanga, a Ángela Molina y a los
fallecidos del último año resultaron fantásticos, poderosos y emotivos.
El escenario, en esos momentos y en todos los demás,
estuvo muy bien utilizado, mucho más rico de lo que suele. La realización muy
profesional, ajustada a lo que debía mostrar en cada instante, aunque en esta ocasión no ha
tenido que bregar con público, subidas, bajadas, ni grupos de profanos
premiados en escena. Pero sí con multitud de conexiones novedosas y poco
estéticas.
Y digo que Banderas contaba con el imbatible argumento
del drama nacional y la idea firme de no orillarlo. Este planteamiento fulminó
de salida muchas de las ridiculeces de otras ediciones. Sin desmerecer el
trabajo sobre el terreno, que debió ser complejísimo, esa renuncia deliberada a
la ración de ordinariez tantas veces confundida con la naturalidad, por
comparación ya se percibió como el colmo del encanto. A efectos de show, eso es lo
más tremendo: que haya resultado elegante, por el sencillo modo de no ser
estridente, de vestirse de seriedad y poner a cada uno a hacer lo que sabe hacer bien. Valgan de ejemplo
el cante y el baile, minimalistas y exquisitos.
De paso, tirando de agenda de los que se codean con
la industria internacional (Banderas a la cabeza, pero imagino que Penélope
Cruz, J. Bayona, Rodrigo Cortés, Amenábar o Almodóvar también descolgaron
teléfono…). Obteniendo testimonios de apoyo hollywoodense, iberoamericano y
europeo de primera fila. Otra idea a la que siempre fue fácil llegar, pero que por lo visto necesita a un propulsor como el de Málaga.
Nunca sabremos del todo si la obligatoriedad de no
hacerla presencial fue lo que le quitó esas mierdas en las que incurren año
tras año. O sí lo sabremos, porque tarde o temprano volverán al directo y sin
Antonio.
El columnista Alberto Olmos ha tirado por la calle de en medio titulando
la Gala “El funeral más largo de la historia”. Otro tipo astuto, Olmos, porque
el año en que nadie querría hacer escarnio de la gala era el ideal para que lo
hiciese él. Pero teniendo ya entre 70 y 90.000 muertos, bien se puede alargar el duelo. Y coincido con otro amigo cinéfilo en que no estaba de más
transmitir en la gala que “esto” (la pandemia) sigue, así que vamos a dar por oportuno el “funeral”.
Es más: cuando acabe la maldita pandemia y se vuelvan a entregar premios por el método corriente, espero que a los que cocinen entonces las cositas de la Academia del Cine les hagan un pase de esta Gala de los Goya.