En mis predios seguimos sin ir al cine gran cosa, así que vamos tirando de series, algunas más recientes y otras menos. Qué más da. Nuestro criterio de selección no es su fecha de estreno, sino su duración total: pocas temporadas, pocos episodios, preferencia por las que resuelven cada capítulo en menos de treinta minutos. Y no se nos está dando mal.
Un baño delicioso de nostalgia ochentera en la primera temporada y un estirado prescindible -aunque correcto- en la segunda, y ya veremos qué pasa con la tercera. Es lo malo de estas series con vocación de durar hasta que el público se canse o la plataforma note menos clics el primer fin de semana (¿estarán en los mismos vicios del actual cine de estreno, todo al primer fin de semana?). Las series así, por buenas que sean, suelen morir por inanición.
La idea de partida es estupenda: recuperar el karate en un suburbio californiano y la rivalidad de Larusso (el mítico Karate Kid), ya talludito, y el rubio Johnny, también con sus añazos. Es todo un hallazgo que a Larusso le haya ido bien en los negocios y el otro sea un desastre total. No estoy haciendo apenas spoiler, esto se sabe en los primeros cinco minutos de la serie.
Después, un inteligentísimo desarrollo en el cual lo que menos importa es el inevitable campeonato. Las canciones de época, las redes sociales, las mentiras de unos y otros, los fracasos visibles o encubiertos, las perrerías ya adultas, las enseñanzas de los senseis... todo funciona en capítulos de media hora que avanzan a un ritmo perfecto en la primera temporada. Lo malo es que ya no te puedes plantar, quieres ver lo que sucede en adelante, quieres verlos combatir como antaño. Así que seguiremos en el dojo.
Ricky Gervais es para mí el conductor más mordaz de ceremonias de premios, pero le he seguido poco en su faceta de ficciones televisivas. En esta serie lo hace todo, y todo bien: crea, escribe, dirige e interpreta. Una galería de personajes limitada y eficaz (algunos más instrumentales, otros decididamente brillantes), le permiten mover a su protagonista desolado y faltón, pero buena persona en el fondo, por una población soleada con cartero, residencia de la tercera edad, cementerio para las confidencias, playa y perro, tironeros en moto, yonki inofensivo, puta de buen corazón, niño con problemas y un periódico gratuito de noticias delirantes.
Apenas hay más para repasar cuantas cosas imagines de la cotidianeidad absurda en las vidas del primer mundo, antes de la pandemia, que después ya veremos. Sólo el capítulo final, centrado de forma demasiado obvia en atar cabos, puede ensombrecer la primera temporada de esta joyita. Pero sí, hay segundo temporada y no la he visto. Puede que no me decida a hacerlo.
EL MANDALORIANO
Disney está cagándola en la saga cinematográfica central, pero acierta en lo que no está pegado a la familia Skywalker. Rogue One, Han Solo y El mandaloriano son interesantes apéndices al universo galáctico que oscila siempre entre la República y el Imperio.
El mandaloriano es, de largo, lo mejor de Starwars desde los años ochenta. John Favreau estaba embarcado en el mundo marvelita, haciéndolo subir y subir, mientras J.J. Abrams se la pegaba estrepitosamente con Leia, Luke y sucesores. Espero que Favreau se quede mucho tiempo en esta serie, donde demuestra con sencillez aparente lo que hay que hacer en ese cosmos que Lucas abrió como un huevo de "Cuerno de barro", para que todos chapoteáramos felices mientras nos lo comíamos.
En cuanto al nivel técnico, la demostración de poder es tal que no merece la pena comentarla. Sólo la certeza de que rara vez aciertan con los guiones tanto como en este caso, mantiene a la competencia con vida.
LOS FAVORITOS DE MIDAS
He aquí a la competencia, echándole ambición con presupuesto Netflix. Es curioso lo que sucede con ciertas producciones españolas de la plataforma: el nivel de la apuesta económica corre paralelo a la falta de identidad del producto. Esta historia, si se le cambian actores e idioma, puede suceder en cualquier ciudad capitalina de Occidente, Londres, París, Berlín, New York,... Las oficinas, las viviendas, las azoteas, plazas y calles, los locales de ocio, los cochacos, los despachos de abogados, las algaradas callejeras, los antidisturbios y las reuniones gubernativas... Todo podría ser igual british, escandinavo, francés o bostoniano. Apenas una mención a las nécoras mientras se chupa una patita de marisco.
Mateo Gil, el director, es de la misma escuela del primer Amenábar (hasta co-guonista de sus más tempranos éxitos). A la vista está: se inclina por una historia intrigante desprovista de raíces. A mí al menos, eso me genera el efecto que llamaremos "Malasaña con muffins".
En lo formal la serie luce impecable, claro, en eso Netflix siempre es una garantía. Así que los que deberían importarnos son el argumento y su desarrollo. Aquí es mejor el primero que el segundo. Mientras la intriga sube la cuesta, tres episodios, la serie funciona. Luego tiene otros dos que se hacen largos, lentos y en algunos momentos inapropiados. El final, coherente y algo previsible, remata la temporada aunque no la redondea. Vale, pero como valen las cosas de Netflix demasiado a menudo: interesante primero, entretenida después (cada vez menos), y al final una sensación de ni fú ni fá.
GAMBITO DE DAMA
Culturalmente hablando, las sensaciones son opuestas a la de la serie anterior, aunque Netflix esté detrás de ambas. Aquí todo rezuma Estados Unidos en la década de los sesenta: costumbres, casas, coches, vestuarios, canciones, drogas, juegos de mesa o cama... y personajes.
Además, se acierta con el tono para poner a una mujer en primer plano sin darnos la chapa doctrinaria que tan fácilmente se le desparrama a Netflix en sus productos "me-too".
De paso, la historia es magnética, la protagonista también (Anya Taylor Joy fascina), los secundarios resultan ajutadísimos, y el desarrollo al que sirven contiene todo lo que antes se esperaba del gran cine estadounidense hoy casi extinto: el pulso entre genialidad y adicciones, la horfandad y sus parches, la soledad y los vínculos, los campeonatos, las ciudades que los acogen, los aviones en los que se fumaba, la coctelería a gogó, los radicalismos de mesa camilla (aunque allí se llamará mesita de living o similar), la deportividad, la ambición, la disciplina, la paranoia,... todo está ahí, combinado con la precisión de una estupenda partida de ajedrez.
Será difícil que Netflix acierte así otra vez en lo que queda de año y buena parte del que viene.
NASDROVIA
Acabo de empezarla y me parece una maravilla, dadme unos días para terminarme la botella de vodka que promete esta comedia atípica de Movistar.
Sobre que Rogue One, Han Solo y El mandaloriano son interesantes apéndices al universo galáctico estoy de acuerdo, son interesantes pero si tenemos que sacar nota media entre las tres, la de Solo es la que baja la media considerablemente.
ResponderEliminarEl Mandaloriano desde luego ha resultado ser una agradable genialidad, tendremos de este personaje y baby Joda hasta que éste último se haga adulto y ya tiene 60 años, a ver cómo lo aguanta "Mando".
Por cierto, ¿Los Cuernos de Barro ponen huevos?, porque si no los pone y son de los otros ¡te los vas a comer tú!