Jean Jaques Annuad tiene ya 73 años, así que no es probable que le
queden muchas películas por hacer. Para la historia deja En busca del fuego, El oso, El nombre de la rosa o Enemigo a las puertas, y para el olvido
todo lo que vino luego.
Annaud fue grande y eso se
nota a la hora de rodar en la estepa de
Mongolia, el mejor personaje de su nueva película. Pero El último lobo parte de un guión indigno del esfuerzo que a buen
seguro supuso filmar allí.
La historia de los dos
estudiantes urbanitas de la China de Mao que en plena revolución cultural
fueron enviados a una región remota para impartir conocimientos que sus
habitantes no necesitan, naufraga en cada frente, salvo el de la belleza del
paisaje y su fauna indomable.
Un arranque preciso que ilustra
la llegada de esos jóvenes de raza “han” al confín de China promete un proceso
de inmersión personal en la vida esteparia que de inmediato se despacha con un “seis
meses después” tan desaconsejable como contraproducente. A partir de ese
momento, todos los temas que la película apunta (la relación de los mogoles con
la naturaleza, la extinción anunciada del nomadismo frente a la organización
sedentaria de la tierra, la política cuadriculada de un gobierno lejano que
desconoce la idiosincrasia de sus pueblos, las relaciones entre personajes, la
distinción entre el cariño malentendido y el verdadero respeto hacia el animal
salvaje, la importancia humanísima de soñar con los muertos…), cada asunto con
potencial se malgasta en una narración deslavazada que fía su eficacia a
escenas de gran belleza pero significado confuso o dudoso.
Los mogoles, más allá de los
rasgos faciales, algunos detalles dialogados por su anciano líder y un par de
cabalgadas impagables, podrían ser manchegos, rusos o de Nebraska. Los estudiantes "extranjeros" carecen de complicidad real, su misión instructora es inexistente,
su aprendizaje nulo. Algunas situaciones relacionadas con los lobos son
clamorosamente absurdas y, en no pocos
momentos, se tiene la sensación de que han caído escenas relevantes en el
montaje final sin los debidos ajustes de lo que queda para la pantalla. Todo
ello, aderezado con una banda sonora monótona y subrayante.
Una verdadera lástima, porque el
primer encuentro del protagonista con la manada de lobos, los procedimientos de
ésta en su caza de gacelas, la noche tempestuosa en la que acosan a la yeguada, el lobezno
amamantado por la perra o el plano final en el que se cruzan las miradas del
hombre y la fiera, recrean esa película que El
último lobo debió ser.
Un aullido a la luna por el
talento de Annaud.
Yo diría que "El amante" podría estar en la enumeración de buenas películas de este director. Pero hace décadas que no la veo.
ResponderEliminarPeter Weir y el bueno de Annuad siempre me han parecido únicos en su especie.