La más certera película de género procedente de Hollywood de las muchas que nos ha estrenado desde el fin de verano es Perdida, adaptación de un best-seller de Gillian Flynn editado en España por Roja y Negra.
La escritora se ha ocupado personalmente de llevar su novela a guión y apenas ha sacrificado detalles recogidos en el texto original sobre ese matrimonio newyorkino y feliz cuyo deterioro amoroso se acelera gracias al desempleo, una mudanza en desventaja, los distintos estilos familiares y algunos errores propiciados por la convivencia y la integración más o menos afortunada en la nueva comunidad.
La desaparición de ella, un poco de televisión sensacionalista, el morbo del vecindario y las pesquisas policiales son los ingredientes básicos con los que David Fincher nos muestra en pantalla cómo la complicidad afectiva puede transformarse en un pozo de agravios y llevar la relación al límite, porque no hay que seguir demasiado las noticias para saber que la convivencia sentimental y sus contradicciones son capaces de incubar la violencia del mundo y tienen a veces tanto peligro como un campo de minas anti-persona.
El matrimonio es un pulso constante entre inteligencias, deseos y renuncias que al mismo tiempo sostienen y derrumban nuestro bienestar emocional y nuestra autoestima, lo que la película aprovecha para cruzar las líneas rojas del costumbrismo y sumergirse en el agradecido territorio de la intriga criminal. Lo hace con inteligencia y habilidad para la sorpresa, sin que los cambios de ritmo y tono pesen apenas sobre el conjunto. Porque con estos mimbres podía haber salido un telefilme de sobremesa. Pero a Fincher, como casi siempre, le
ha salido un peliculón.
Fincher solo hace peliculones. . el mejor menor de 50!!
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