martes, 9 de diciembre de 2014

Perdida




La más certera película de género procedente de Hollywood de las muchas que nos ha estrenado desde el fin de verano es Perdida, adaptación de un best-seller de Gillian Flynn editado en España por Roja y Negra.

La escritora se ha ocupado personalmente de llevar su novela a guión y apenas ha sacrificado detalles recogidos en el texto original sobre ese matrimonio newyorkino y feliz cuyo deterioro amoroso se acelera gracias al desempleo, una mudanza en desventaja, los distintos estilos familiares y algunos errores propiciados por la convivencia y la integración más o menos afortunada en la nueva comunidad.

La desaparición de ella, un poco de televisión sensacionalista, el morbo del vecindario y las pesquisas policiales son los ingredientes básicos con los que David Fincher nos muestra en pantalla cómo la complicidad afectiva puede transformarse en un pozo de agravios y llevar la relación al límite, porque no hay que seguir demasiado las noticias para saber que la convivencia sentimental y sus contradicciones son capaces de incubar la violencia del mundo y tienen a veces tanto peligro como un campo de minas anti-persona.

El matrimonio es un pulso constante entre inteligencias, deseos y renuncias que al mismo tiempo sostienen y derrumban nuestro bienestar emocional y nuestra autoestima, lo que la película aprovecha para cruzar las líneas rojas del costumbrismo y sumergirse en el agradecido territorio de la intriga criminal. Lo hace con inteligencia y habilidad para la sorpresa, sin que los cambios de ritmo y tono pesen apenas sobre el conjunto. Porque con estos mimbres podía haber salido un telefilme de sobremesa. Pero a Fincher, como casi siempre, le ha salido un peliculón.

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