La estrenan el uno de enero, para
que nos vayamos enterando de cómo están las cosas por ahí, en los arrabales del
Hemisferio Norte. Por ejemplo, en los parajes menos poblados de la inmensa Rusia, a los que la modernidad solo ha traído sus peores tics y unos cuantos teléfonos
móviles. En esencia: trabajos de mierda, ocio pedestre, ruina moral, mucha
burocracia insensible y poderes conchabados para hacer lo que les venga en gana
con lo que el ciudadano consigue a base de esfuerzo y vodka.
Leviatán es un mazazo
contra la esperanza del ser humano común y corriente, sin recurrir a escenarios
post-apocalípticos ni infecciones planetarias ni megavillanos de opereta pop. Leviatán
habla, a pie de embarcadero destartalado o alrededor de la mesa de una
cocina familiar, de un mundo implacable en el que los recursos oficialmente establecidos
para la defensa de lo propio son una mera formalidad que prolonga la agonía del
demandante, sin evitar su desgracia ni el triunfo del prepotente demandado.
Expuesto al estilo ruso, con
mucho trago, poca alegría, violencia soterrada pero constante, mínima banda sonora
y desolación existencial de alta graduación. Sin espectacularidad ni finales
felices. Para bien y para mal, del modo contrario al del cine de consumo más
popular en estos tiempos que corren hacia quién sabe dónde.
Seguramente necesitamos que siga
existiendo cine de esta clase, del que hace Andrei Zvyagintsev, aunque verlo resulte más bien deprimente. En lo
estrictamente narrativo, la película se encalla en varios tramos de su metraje (como
el esqueleto de la ballena que la preside) por reiteración, lentitud o
alargamiento de escenas cuyo efecto se obtiene en unos pocos planos y no
necesitan subrayado (las borracheras embrutecedoras, la demolición en tiempo
real, el sermón del párroco).
Pero en fin, esto es Rusia,
amigos, y lo es hasta la médula. No hay suficiente vodka en la tienda
pueblerina que atenúe el dolor de un hombre condenado a perderlo todo por la
codicia y el capricho de los que manejan el cotarro. Aunque el cotarro sea tan
poca cosa. Lo que importa es ser boca de Leviatán, porque todos los demás solo le servirán
de alimento.
Ya os digo, una juerga.