Vigalondo tiene talento, de eso no hay duda. Inventa
cosas, a veces en la historia, a veces en su envoltorio. Lo difícil, desde luego, es
equilibrar el qué y el cómo para conseguir un pleno en la mente
del espectador.
En Open
Windows se tiene la sensación durante muchos minutos de que al
director le será posible compaginar lo fascinante de su formato con la calidad
de la intriga. Pero el problema de las intrigas es precisamente que la potencia
de su desarrollo obliga a ser autoexigente en el desenlace. Vamos, que si vas a
jugar a las muñecas rusas, asegúrate de que cada una encaja bien dentro de la
anterior. Hay que
mantener la coherencia y resolver con acierto.
Creo que
Vigalondo no lo consigue. Si le hubiera salido bien, el boca a boca habría hecho
crecer la asistencia de espectadores para convertir Open Windows en el título del verano. Yo fui a verla en un grupo de tres, de
diferentes sexos y edades, y salimos francamente decepcionados con la deriva
que toma una película que pudo ser magnífica.
El
protagonista, por cierto, empieza ya a disuadirme de asistir a las películas en
las que interviene.
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