Nanni Moretti se ha inventado otra película interesante y divertida, que tiene en el primer adjetivo su fortaleza y en el segundo su debilidad. La premisa de Habemus Papam es fantástica: el Papa elegido por el cónclave sufre un ataque de pánico y se siente incapaz de asumir su responsabilidad, paralizado por el miedo escénico y la trascendencia de su misión.
A partir de ahí, la historia deriva hacia la tristeza sútil del pontífice y el humor un poco grueso de su terapeuta. Y el fascinante problema de casuística se diluye desafortunadamente para ofrecer al espectador un recorrido ameno pero de poca hondura. Moretti se limita a realizar la película que complacerá a sus admiradores, atrapado por su personaje, cuando tenía entre manos un personaje cinematográficamente mucho más valioso.
¿Qué hubiera hecho Wilder con esa misma idea? Nunca lo sabremos, pero al terminar la película me dio la sensación de que Moretti hizo como su Papá: recular ante la trascendencia de salir al balcón para hablarnos con sinceridad a los fieles y a los descreídos.
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