Si la alfombra llega a ser roja, hubiera parecido que estábamos en otra parte. Desfilaban hasta el auditorio Penélope Cruz y Javier Bardem, que con Jordi Mollá y Maribel Verdú aguantarían la gala completa en primera fila, como se aprende a hacer en Hollywood. Además, el realizador priorizaba lo que el espectador prefiere ver: estrellas. Las de primera fila, pero también los otros actores nominados (carismáticos –Tosar, Dueñas-, prometedores –Antonio de la Torre y Raúl Arévalo- y populares –Resines-); los directores de renombre (Trueba, Amenábar); las bellezas de portada (Paz Vega); etc. Pocas veces apuntó en falso hacia personajes que no se reconocían o que se hablaban al oído de otra cosa mientras en el escenario alguien comunicaba algo solemne.
Lástima que algunos presentadores de los premios con gancho indudable (Daniel Brühl, José Coronado, Belén Rueda, Natalia Verbeke, Emma Suárez, Gonzalo de Castro, Goya Toledo, Eduardo Blanco…) no estuvieran entre los enfocados en el transcurso de la gala. Se diría que se la pasaron entre bastidores porque les tocaba presentar, pero también lo hicieron Bardem y Penélope y el resto del tiempo calentaron butaca. Ya digo, cosas que se aprenden en Hollywood. Otro cantar fue la entrada sorpresa de Almodóvar con prólogo de Sardá, punto para De la Iglesia.
Y volviendo a la parte técnica, las nominaciones a las distintas categorías se ilustraban con momentos de cada película donde se ponía de manifiesto el mérito de los nominados. Esto, que parece de cajón, no siempre ha sido norma en los Goya y se agradece la mejora. Ojalá se hubieran proyectado más audiovisuales que animaran a ver las películas. Eso sí, se agradece también que no pusieran en los resúmenes todas las escenas de sexo del cine español, otro avance… Pero eché en falta imágenes realmente grandes de los grandes que nos han dejado (estoy pensando en López Vázquez, en Tedy Villaba, en Paul Naschy, en Zulueta), haber trascendido el mostrado de fotos con programa estándar del Mac. Que existan profesionales fallecidos del sector que también merecen un recuerdo, aunque no sean actores en acción ante la cámara, puede resolverse con fórmulas más imaginativas.
En todo caso, la ración principal de sentimentalismo debía recaer en los cineastas premiados y, habiendo bastantes discursos de gratitud breves, logrados y sentidos, sigo pensando que las nuevas generaciones deberían tomar nota de cómo agradecen los veteranos, para entender cómo se transmite la emoción. En cuanto a los premios, estaba bastante cantado que “Celda 211” se llevaría los más narrativos y “Ágora” los más industriales. Sería interesante reflexionar sobre si el calibre del resultado en pantalla no debería medirse en relación a los recursos, como la comida se mide por el binomio calidad-precio. No obstante, gastarse cincuenta millones correctamente en algo producido en España demuestra un talento inusual y por tanto premiable. Enhorabuena al ya-no-tan-niño prodigio.
Buenafuente fue una gran elección para la gala, y con él se ganó en agilidad, salvo contados momentos en que algunos que entregaban premios se empeñaron en ser graciosos y coleguitas antes de abrir el sobre. Decía el César de Astérix “muchacho, las frases históricas las hago yo”. Andreu podría haber hecho lo propio: “actores, yo me ocupo de los chistes”. Como le señaló Alex “divertido pero serio”, es decir, con la originalidad justa y anteponiendo la ironía al sarcasmo. Porque sin quitarle ningún mérito profesional a esa gran actriz llamada Loles León, ya resultaba un poco cansino invitarla cada año a recordarnos a todos que Goya rima con polla.
Lástima que algunos presentadores de los premios con gancho indudable (Daniel Brühl, José Coronado, Belén Rueda, Natalia Verbeke, Emma Suárez, Gonzalo de Castro, Goya Toledo, Eduardo Blanco…) no estuvieran entre los enfocados en el transcurso de la gala. Se diría que se la pasaron entre bastidores porque les tocaba presentar, pero también lo hicieron Bardem y Penélope y el resto del tiempo calentaron butaca. Ya digo, cosas que se aprenden en Hollywood. Otro cantar fue la entrada sorpresa de Almodóvar con prólogo de Sardá, punto para De la Iglesia.
Y volviendo a la parte técnica, las nominaciones a las distintas categorías se ilustraban con momentos de cada película donde se ponía de manifiesto el mérito de los nominados. Esto, que parece de cajón, no siempre ha sido norma en los Goya y se agradece la mejora. Ojalá se hubieran proyectado más audiovisuales que animaran a ver las películas. Eso sí, se agradece también que no pusieran en los resúmenes todas las escenas de sexo del cine español, otro avance… Pero eché en falta imágenes realmente grandes de los grandes que nos han dejado (estoy pensando en López Vázquez, en Tedy Villaba, en Paul Naschy, en Zulueta), haber trascendido el mostrado de fotos con programa estándar del Mac. Que existan profesionales fallecidos del sector que también merecen un recuerdo, aunque no sean actores en acción ante la cámara, puede resolverse con fórmulas más imaginativas.
En todo caso, la ración principal de sentimentalismo debía recaer en los cineastas premiados y, habiendo bastantes discursos de gratitud breves, logrados y sentidos, sigo pensando que las nuevas generaciones deberían tomar nota de cómo agradecen los veteranos, para entender cómo se transmite la emoción. En cuanto a los premios, estaba bastante cantado que “Celda 211” se llevaría los más narrativos y “Ágora” los más industriales. Sería interesante reflexionar sobre si el calibre del resultado en pantalla no debería medirse en relación a los recursos, como la comida se mide por el binomio calidad-precio. No obstante, gastarse cincuenta millones correctamente en algo producido en España demuestra un talento inusual y por tanto premiable. Enhorabuena al ya-no-tan-niño prodigio.
Buenafuente fue una gran elección para la gala, y con él se ganó en agilidad, salvo contados momentos en que algunos que entregaban premios se empeñaron en ser graciosos y coleguitas antes de abrir el sobre. Decía el César de Astérix “muchacho, las frases históricas las hago yo”. Andreu podría haber hecho lo propio: “actores, yo me ocupo de los chistes”. Como le señaló Alex “divertido pero serio”, es decir, con la originalidad justa y anteponiendo la ironía al sarcasmo. Porque sin quitarle ningún mérito profesional a esa gran actriz llamada Loles León, ya resultaba un poco cansino invitarla cada año a recordarnos a todos que Goya rima con polla.
Hasta que la nominen, lo que -dicho sea de paso- no me parece mal.
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