Pues nada, que tanto festival, tanta gala, tanta estadística de taquilla, tanta biografía escándalosa o autorizada y parece que se nos olvida el cine en estado puro, sin rollos analíticos, como relámpago de emoción. He aquí la prueba de su poder. Una escena que nunca deja de llenarme. A lo mejor es porque he pasado cuatro días italianos con mi amada de los que no se olvidan, pero con momentos cinematográficos semejantes también se puede viajar.
miércoles, 24 de febrero de 2010
domingo, 21 de febrero de 2010
Este año los Goya no riman con polla
Si la alfombra llega a ser roja, hubiera parecido que estábamos en otra parte. Desfilaban hasta el auditorio Penélope Cruz y Javier Bardem, que con Jordi Mollá y Maribel Verdú aguantarían la gala completa en primera fila, como se aprende a hacer en Hollywood. Además, el realizador priorizaba lo que el espectador prefiere ver: estrellas. Las de primera fila, pero también los otros actores nominados (carismáticos –Tosar, Dueñas-, prometedores –Antonio de la Torre y Raúl Arévalo- y populares –Resines-); los directores de renombre (Trueba, Amenábar); las bellezas de portada (Paz Vega); etc. Pocas veces apuntó en falso hacia personajes que no se reconocían o que se hablaban al oído de otra cosa mientras en el escenario alguien comunicaba algo solemne.
Lástima que algunos presentadores de los premios con gancho indudable (Daniel Brühl, José Coronado, Belén Rueda, Natalia Verbeke, Emma Suárez, Gonzalo de Castro, Goya Toledo, Eduardo Blanco…) no estuvieran entre los enfocados en el transcurso de la gala. Se diría que se la pasaron entre bastidores porque les tocaba presentar, pero también lo hicieron Bardem y Penélope y el resto del tiempo calentaron butaca. Ya digo, cosas que se aprenden en Hollywood. Otro cantar fue la entrada sorpresa de Almodóvar con prólogo de Sardá, punto para De la Iglesia.
Y volviendo a la parte técnica, las nominaciones a las distintas categorías se ilustraban con momentos de cada película donde se ponía de manifiesto el mérito de los nominados. Esto, que parece de cajón, no siempre ha sido norma en los Goya y se agradece la mejora. Ojalá se hubieran proyectado más audiovisuales que animaran a ver las películas. Eso sí, se agradece también que no pusieran en los resúmenes todas las escenas de sexo del cine español, otro avance… Pero eché en falta imágenes realmente grandes de los grandes que nos han dejado (estoy pensando en López Vázquez, en Tedy Villaba, en Paul Naschy, en Zulueta), haber trascendido el mostrado de fotos con programa estándar del Mac. Que existan profesionales fallecidos del sector que también merecen un recuerdo, aunque no sean actores en acción ante la cámara, puede resolverse con fórmulas más imaginativas.
En todo caso, la ración principal de sentimentalismo debía recaer en los cineastas premiados y, habiendo bastantes discursos de gratitud breves, logrados y sentidos, sigo pensando que las nuevas generaciones deberían tomar nota de cómo agradecen los veteranos, para entender cómo se transmite la emoción. En cuanto a los premios, estaba bastante cantado que “Celda 211” se llevaría los más narrativos y “Ágora” los más industriales. Sería interesante reflexionar sobre si el calibre del resultado en pantalla no debería medirse en relación a los recursos, como la comida se mide por el binomio calidad-precio. No obstante, gastarse cincuenta millones correctamente en algo producido en España demuestra un talento inusual y por tanto premiable. Enhorabuena al ya-no-tan-niño prodigio.
Buenafuente fue una gran elección para la gala, y con él se ganó en agilidad, salvo contados momentos en que algunos que entregaban premios se empeñaron en ser graciosos y coleguitas antes de abrir el sobre. Decía el César de Astérix “muchacho, las frases históricas las hago yo”. Andreu podría haber hecho lo propio: “actores, yo me ocupo de los chistes”. Como le señaló Alex “divertido pero serio”, es decir, con la originalidad justa y anteponiendo la ironía al sarcasmo. Porque sin quitarle ningún mérito profesional a esa gran actriz llamada Loles León, ya resultaba un poco cansino invitarla cada año a recordarnos a todos que Goya rima con polla.
Lástima que algunos presentadores de los premios con gancho indudable (Daniel Brühl, José Coronado, Belén Rueda, Natalia Verbeke, Emma Suárez, Gonzalo de Castro, Goya Toledo, Eduardo Blanco…) no estuvieran entre los enfocados en el transcurso de la gala. Se diría que se la pasaron entre bastidores porque les tocaba presentar, pero también lo hicieron Bardem y Penélope y el resto del tiempo calentaron butaca. Ya digo, cosas que se aprenden en Hollywood. Otro cantar fue la entrada sorpresa de Almodóvar con prólogo de Sardá, punto para De la Iglesia.
Y volviendo a la parte técnica, las nominaciones a las distintas categorías se ilustraban con momentos de cada película donde se ponía de manifiesto el mérito de los nominados. Esto, que parece de cajón, no siempre ha sido norma en los Goya y se agradece la mejora. Ojalá se hubieran proyectado más audiovisuales que animaran a ver las películas. Eso sí, se agradece también que no pusieran en los resúmenes todas las escenas de sexo del cine español, otro avance… Pero eché en falta imágenes realmente grandes de los grandes que nos han dejado (estoy pensando en López Vázquez, en Tedy Villaba, en Paul Naschy, en Zulueta), haber trascendido el mostrado de fotos con programa estándar del Mac. Que existan profesionales fallecidos del sector que también merecen un recuerdo, aunque no sean actores en acción ante la cámara, puede resolverse con fórmulas más imaginativas.
En todo caso, la ración principal de sentimentalismo debía recaer en los cineastas premiados y, habiendo bastantes discursos de gratitud breves, logrados y sentidos, sigo pensando que las nuevas generaciones deberían tomar nota de cómo agradecen los veteranos, para entender cómo se transmite la emoción. En cuanto a los premios, estaba bastante cantado que “Celda 211” se llevaría los más narrativos y “Ágora” los más industriales. Sería interesante reflexionar sobre si el calibre del resultado en pantalla no debería medirse en relación a los recursos, como la comida se mide por el binomio calidad-precio. No obstante, gastarse cincuenta millones correctamente en algo producido en España demuestra un talento inusual y por tanto premiable. Enhorabuena al ya-no-tan-niño prodigio.
Buenafuente fue una gran elección para la gala, y con él se ganó en agilidad, salvo contados momentos en que algunos que entregaban premios se empeñaron en ser graciosos y coleguitas antes de abrir el sobre. Decía el César de Astérix “muchacho, las frases históricas las hago yo”. Andreu podría haber hecho lo propio: “actores, yo me ocupo de los chistes”. Como le señaló Alex “divertido pero serio”, es decir, con la originalidad justa y anteponiendo la ironía al sarcasmo. Porque sin quitarle ningún mérito profesional a esa gran actriz llamada Loles León, ya resultaba un poco cansino invitarla cada año a recordarnos a todos que Goya rima con polla.
Hasta que la nominen, lo que -dicho sea de paso- no me parece mal.
miércoles, 17 de febrero de 2010
viernes, 5 de febrero de 2010
Un músico en la sombra
Sergio de la Puente se dedica a la música a tiempo completo y, en lo que a este blog le compete, a componer bandas sonoras, ese elemento imprescindible para el cine aunque el gran John Ford dijera aquello de: “No me gusta la música de las películas, detesto ver a un hombre en el desierto muriéndose de sed con la orquesta de Filadelfia detrás de él”.
El caso es que el año pasado Sergio le puso música a una película española de animación muy resultona llamada El lince perdido (Goya en su categoría) y ha llegado con ella hasta el último corte de bandas sonoras seleccionadas para los Oscar que se otorgan este marzo. Lamentablemente, no lo ha pasado, pero para que os hagáis una idea, se trata de una carrera que empiezan 3.000 aspirantes, así que caer entre los ochenta últimos no carece de mérito, más aún si tenemos en cuenta cómo le meten a la promoción por aquellos lares.
Pero tampoco es tan grave, porque como su talento es su suerte, se ha metido en la competi con el primer cortometraje de animación español nominado al Oscar en toda la historia de los premios (batiendo incluso al presentado por Pixar). El corto es La dama y la muerte de Javier Recio García, y también lleva música de Sergio. Vamos, que el tío es un fiera. Calculo que en estos momentos lo estará celebrando en Granada con todo el equipo.
Desde aquí mi enhorabuena, mientras escucho un discazo suyo, titulado Bajo la ciudad.
martes, 2 de febrero de 2010
En tierra hostil
Planteamiento: Bagdad como caldera vip del infierno y unos artificieros haciendo su trabajo ante la mirada de los irakíes, que no se sabe bien si esperan verles saltar por los aires, si quieren apretar el botón del teléfono móvil o si les desean suerte en secreto, aunque sólo sea por salvar algún cristal de casa un día más.
La cosa pinta bien, en términos cinematográficos, claro. La película tiene una realización potente, el nervio de la Bigelow, la tensión circulando por los cables de las bombas, unos intérpretes muy sólidos y un espacio bélico reinventado y creíble.
Pero el corazón dramático del relato, ese mal de guerra estrenado por el capitán Willard (cuando estaba aquí quería estar en casa, cuando estaba en casa quería estar aquí) no es un recurso nuevo ni suficiente para sostener la historia de un yonki de los explosivos y sus sufridos acompañantes. Los tiempos muertos, que deberían ser tiempos vivos, carecen de profundidad real, aunque la prolongación de esas escenas no-bélicas mediante planos sostenidos, miradas locas, frases de marine desconcertado y horrores callejeros intente lo imposible: un discurso sin patriotismo ni autocrítica.
Creo que la distancia entre una película notable y una película sobresaliente, en el Hollywood de hoy, se mide en el porcentaje de subrayados narrativos. Y aquí, como sucede con Up in the air (el otro título que juega la baza de “poco convencional” en los próximos Oscars), los subrayados son los que van restándole nota al trabajo inicialmente deslumbrante.
Para muestra, la ilustrativa escena del soldado en el súper, que bastaría para contar su desajuste irreversible. Pero a su desarraigo frente a los cereales, se añade el discurso al hijo, para subrayar. Y el efecto es el mismo que cuando te explican un chiste.
A lo mejor, simplemente, es que tengo que dejar el oficio de crítico de cine, porque cada vez me noto más adicto y menos impresionable. Como el artificiero, pero desactivando celuloide.
La cosa pinta bien, en términos cinematográficos, claro. La película tiene una realización potente, el nervio de la Bigelow, la tensión circulando por los cables de las bombas, unos intérpretes muy sólidos y un espacio bélico reinventado y creíble.
Pero el corazón dramático del relato, ese mal de guerra estrenado por el capitán Willard (cuando estaba aquí quería estar en casa, cuando estaba en casa quería estar aquí) no es un recurso nuevo ni suficiente para sostener la historia de un yonki de los explosivos y sus sufridos acompañantes. Los tiempos muertos, que deberían ser tiempos vivos, carecen de profundidad real, aunque la prolongación de esas escenas no-bélicas mediante planos sostenidos, miradas locas, frases de marine desconcertado y horrores callejeros intente lo imposible: un discurso sin patriotismo ni autocrítica.
Creo que la distancia entre una película notable y una película sobresaliente, en el Hollywood de hoy, se mide en el porcentaje de subrayados narrativos. Y aquí, como sucede con Up in the air (el otro título que juega la baza de “poco convencional” en los próximos Oscars), los subrayados son los que van restándole nota al trabajo inicialmente deslumbrante.
Para muestra, la ilustrativa escena del soldado en el súper, que bastaría para contar su desajuste irreversible. Pero a su desarraigo frente a los cereales, se añade el discurso al hijo, para subrayar. Y el efecto es el mismo que cuando te explican un chiste.
A lo mejor, simplemente, es que tengo que dejar el oficio de crítico de cine, porque cada vez me noto más adicto y menos impresionable. Como el artificiero, pero desactivando celuloide.
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