Buscaba el tridente de Poseidón...
Y ya lo tiene.
Pero qué necesidad tenía el cine (y su carrera) de ninguna de estas cosas.
CINE ESPAÑOL VERSUS CINE DE HOLLYWOOD
Buscaba el tridente de Poseidón...
Y ya lo tiene.
Pero qué necesidad tenía el cine (y su carrera) de ninguna de estas cosas.
Apenas hizo un par de papeles llamativos en los que no se representara a sí misma, pero su voz ha recorrido tanto cine que sería imposible enumerar la películas sazonadas con algún tema de Tina, la leona.
"La Tina", que decía mi padre al coger una vez más aquella cassette de Private Dancer, su favorita en los trayectos de carretera en solitario.
Vamos a poner aquí el papel y el temazo obvios. Hoy no tengo ánimo para más.
Baz Luhrmann tardó un tiempo en encontrar una historia que se adecuara a su estilo barroco con lentejuelas, que se lució en Moulin Rouge y El Gran Gatsby, retratos de época donde el "brilli brilli" rebosaba de los escenarios hasta caer sobre las copas de champán y confundirse con sus burbujas. Aquí, en Elvis, más que burbujas de champán hay cuero y seda, sudor y pastillas, pero también con "brilli brilli".
Si Luhrmann contó con la Kidman para la chistera de cabaret decimonónico y con Di Caprio para el frac y la pajarita en los locos años 20, en ésta tuvo que recurrir a un actor sin consagrar que clavara al Rey del Rock, un joven, guapo y talentoso Austin Butler en el papel de su carrera. Su mirada y poses, que generan por igual lujuria y lástima, son verdaderamente demoledoras. El parecido con Elvis va más allá del perfil o la patilla, Austin se mimetiza con el Rey.
Para su desgracia, el papel más agradecido no es el suyo, sino el del actor que encarna al coronel Parker, el inmenso Tom Hanks, que ha tenido que caracterizarse como nunca en su vida para convencernos en un papel tan avieso, desagradable y chupa-sangre. Eso fue aquel representante ladino y ventajista que llevó a Elvis a la cima y lo exprimió sobre ella como si la punta de la montaña fuera un exprime-limones.
La película es tan atinada, desmesurada y verosímil que resulta más y más irritante y desagradable a medida que avanza. Y se hace casi insoportable su visionado cuando la carrera de Elvis va tomando la deriva que le llevó a morir con solo 42 años y algunos de los más grandes triunfos en el mundo de la música telegénica. Muchos de ellos pioneros o aún sin superar en la era de los smartphones y las redes sociales. En ellas, por cierto, la gente sigue colgando enlaces a actuaciones del verdadero Rey.
Película de Fe para espectadores que preferiblemente la tengan. Si no, puede resultar algo reiterativa, a pesar de una fotografía primorosa y un montaje tan medido como en los documentales más solventes.
Aquí no se enseña demasiado de qué sucede en los monasterios y conventos de clausura. Los entrevistados hablan fundamentalmente de su vocación, cómo llega, cómo la viven a título personal. Es decir, el asunto se centra en el perfil de los que los habitan.
Cuando los protagonistas explican sin cortarse su relación espiritual con Jesús, el Señor o El Padre, incomodarán a casi todos los espectadores críticos. Esos que por lo general disfrutan sin rubor de las manifestaciones exóticas de otras confesiones del mundo (¡donde esté un buen monje tibetano, un monasterio budista o un templo de Kioto...!) Quizá lo que sucede es que somos menos tolerantes con lo más cercano, porque es precisamente esa tolerancia de proximidad la que cuesta trabajo. Es infinitamente más fácil preocuparse por la deforestación de la lejana Amazonía que regar las plantas de la propia casa. O añorar la serenidad de los bosques primigenios que la de un huerto conventual de Burgos.
Si evitamos ese extrañamiento sobre lo que se identifica con un país tan católico como el nuestro, le pese a quien le pese, la película se deja ver con agrado, algunos bajones de aburrimiento y añoranza de más momentos simpáticos o cotidianos. Pero eso desde la perspectiva de un espectador de películas y no de devociones.
P.D: Resulta enternecedor comprobar cómo incluso en una película testimonio como ésta, que busca voces bastante originales, el único hispanoamericano de entre los monjes se ajusta milimétricamente al cliché del converso del otro lado del charco.
Juan Galiñanes encara con éste su primer largometraje de ficción como director y co-guionista. Antes ha sido guionista en solitario o en grupo, dirigido la segunda unidad de series muy movidas con intrigas densas y, punto a su favor, ha montado gran parte de los trabajos en los que participa. Así que sabe lo que se hace y eso se nota.
Para empezar, se mira cero el ombligo. Tiene a dos tipos desesperados por motivos distintos pero complementarios y con eso va a armar un duelo trepidante de calamidades, nervios, miras telescópicas y esperanza. Saber si la esperanza será vana o no te agarra a la butaca en la sucesión de malas decisiones y consecuencias dramáticas que afectarán a uno y a otro. Todo ello, en solo 90 minutos que avanzan a todo ritmo, sin que las casualidades y licencias se noten ni importen lo más mínimo. Un buen thriller. No sé lo que aguantará en cartelera, en streaming va arrasar.
Arropando a Alex García y a Luis Tosar, muy bien los dos, sobresalen Elena Anaya, María Luisa Mayol y Pepa Gracia, cada cual perfecta en el rol que les toca, ninguno fácil.
Al final, en un plato de la balanza se pone un corazón que late, y en el otro un puñado de balas. Las cosas del fatum.
Ben Affleck tiene fama de actor limitado. Le costará sacudirse ese sambenito de encima. Es un actor que necesita ser bien dirigido (veanse Persiguiendo a Amy, El indomable Will Hunting o Hollywoodland), seleccionado para un papel que le encaje como un guante (Perdida, The Tender Bar) o haciendo el papel que él mismo selecciona en películas que dirige (como The Town, Argo o Air).
Su reputación es otra cuando ejerce de productor, director o guionista. Para participar en presupuestos y beneficios de potenciales taquillazos tiene bastante olfato (ha sido productor de un par de rarezas, de todas las suyas y de las sucesivas entregas de La Liga de la Justicia). Escribe con pulso y oficio, incluso brillantemente si acierta con el tema, y dirige muy bien. Le faltan unos años y algunas películas más para convertirse en un maestro, pero si los superhéroes y apocalipsis no lo atraen al abismo y lo devoran en esa faceta, puede lograrlo.
Ya es un profesional del cine muy completo, conoce bien las cuatro profesiones sobre las que se apoya la autoría de una obra cinematográfica: productor, director, actor y guionista. Quizá por eso cuenta concisamente, apunta a los detalles sin subrayarlos de más, se ajusta a los plazos y al presupuesto, selecciona excelentes repartos, coloca la cámara donde debe estar.
Ésta de Air es así y le ha salido estupenda. Es una película sobre los negocios americanos que se impulsan desde el nombre de una persona con talento que va a convertirse en marca explotable. Con el encanto añadido de que esa persona sea nada más y nada menos que Michael Jordan y el acierto de no sacarle a través de un actor interpretándolo, sino de un mozetón apenas visible e imágenes de archivo con el verdadero Michael en diferentes momentos de su meteórica carrera.
El caramelo queda para Viola Davis, que ejerce de madre de Jordan con convicción y las mejores frases del libreto. Dammon, Affleck, Jason Bateman, Chris Messina o Chris Tucker solo tienen que hacer su parte con convicción y no parece costarles demasiado esfuerzo.
Empiezan a verse disfrutones en pantalla a cuantos actores hagan su trabajo sin estar rodeados de chromas y pinchados con lectores de movimiento facial. Lo que viene siendo el Cine de toda la vida, que en el Hollywood actual parece apagarse irremisiblemente. Salvo por los Afflecks que quedan por allí.
Esto de escoger de lo que tengan en el catálogo de un avión clase turista en ruta transoceánica siempre hace saltar el listón por los aires, nunca mejor dicho.
Uno es capaz de ver Aves de presa, la de la novia del Joker, y encontrarle cierta gracia el tiempo suficiente para tragársela completa, aunque se limita a decirnos que las chicas pueden repartir hostias y matar malvados figurantes con la misma profusión, desenfado y rápido sadismo que los tíos. Un mensaje feminista de los finos, de los que gustan en la era tic-toc.
Puedes verte Kimi, de Steven Soderbergh, con la resultona estrella emergente Zöe Kravitz (de paso, nueva Catwoman en el enésimo Batman) y asumir la elegante dirección del solvente Soderbergh para una trama que sin él y la estrella no pasaría de telefilme norteamericano de sábado por la tarde.
Bien fotografiada, con chica redimiéndose (y hasta sanando de un problema psíquico), al actuar al fin con el arma en la mano, aunque pongamos cierto barniz de justicia y defensa propia. Pero barniz de una capa, que ya con eso vamos de sutiles y el pasajero de avión ha consumido otra hora y media de su vuelo.
Puedes caer en una comedia romántica espacial como Moonshot, con dos estrellas televisivas juveniles a las que yo no les he puesto hasta ahora ni nombre (se los pongo ya mismo y en negrita, Lana Condor y Cole Sprouse, a ver si el blog sube en buscadores). Una cosita aseada y simpática de la que los críticos y HBO esperaban más de lo que ofrece. Creo que la cadena no se ha enterado de lo descafeinada que está de un tiempo a esta parte (o quizá sí, quitó esta película de su catálogo a toda prisa), y para críticos me alineo con el que dice que es "una comedia romántica que simplemente resulta que sucede en el espacio".
Bienhumorada y eficaz en vuelo, confortable, a pesar o gracias a que hablamos de un romanticismo visto mil veces, de una previsibilidad cósmica. Naturalmente, también paga su cuota de "nosotras somos la monda y ellos unos patanes", aunque lo hace con bastante más encanto que las que la precedieron en el menú de a bordo.
Pero ya se sabe cómo es por regla general el cine de avión: como la comida de avión. El tamaño de la bandeja es similar al de la pantalla y la calidad de lo de dentro, no digamos. Me pregunto por qué no ven los protagonistas de Moonshot una sola película en ese viaje a Marte. ¿Es que los billetes de primera les ahorran estas mediocridades?
Tampoco importa gran cosa en el actual cine anglosajón, el único que sobrevuela el globo terráqueo entre países hispanohablantes.
El director y guionista Paul Urkijo, artífice de la estupenda Errementari, sigue transitando los pasados del norte con aliño fantástico, para que le salgan más películas notables, como esta última: Irati.
Con un ritmo bien ajustado entre las necesidades de la narración y las del presupuesto, este título de medievalismo arcaico y creencias telúricas aplicadas al género de aventura fanta-histórica, tiene todos los ingredientes al uso: orfandad del héroe, conjurados contra su derecho a reinar, sacerdote perdido, bruja lista como el hambre, monstruos de subsuelo y ultratumba, antorchas y espadas, tesoros y juramentos, el poder de la tormenta y una mujer con secretos.
A mí me sobran varios minutos y alguna decisión que va en contra de la comercialidad de la cinta. Pero yo no soy chicarrón del norte.
John Baker, el hombre que buscó en Trebujena el sol para Spielberg y acabó encontrando el suyo.
En mayo de 2017, cuando conocí más de cerca a John Baker en Trebujena, echaba mucho de menos acompañar el descafeinado con un cigarrillo. Hacía poco más de un mes había dejado el tabaco y el alcohol. "Estuvo ingresado, un susto, y el médico se lo ha quitado". Tampoco sus piernas eran lo que fueron, pero, a su lado, Isabel Galán, su mujer, iluminaba su día, como iluminaba todos sus días desde el 14 de febrero de 1987, el primer día que John Baker llegó al pueblo gaditano para buscar un sol para Steven Spielberg y donde el técnico de efectos especiales, que ha fallecido este 1 de mayo, acabó encontrando el suyo.
El inglés, como lo llamaban en esas primeras semanas del equipo del todopoderoso director en la localidad, se convirtió en un trebujenero más; de hecho, en 2008 fue nombrado Hijo Adoptivo del pueblo, desde que aquel 14 de febrero, a las 14.00 horas, en el número 14 de la calle Larga su mirada se cruzara con la de Isabel Galán. Y, como un vecino más, muchos años después, se le podía encontrar las tardes que hacía bueno en la plaza de España, junto a la puerta del bar de su cuñado, la cafetería Kripton. Allí conversamos hace seis años cuando DIARIO DE CÁDIZ también buscaba algo, lo que quedaba en Trebujena de El imperio del sol 30 años después de su rodaje en el municipio, y donde encontramos una historia de amor.
Una historia de amor y una verja en los terrenos del Cortijo de Alventu, en la callada marisma del Bajo Guadalquivir. Eso es lo que quedaba de aquellas seis semanas de rodaje y otras cuantas de montaje y desmontaje del campo de concentración y aeropuerto de la Shangai ocupada por el ejército japonés que Trebujena abrazó para el filme aportando puestas de sol inolvidables y parada y fonda al equipo del director de E.T., Tiburón e Indiana Jones.
De hecho, Baker fue el técnico de efectos visuales en el que Spielberg confió unos años antes (y le dio un Oscar) para realizar la gran bola de piedra (fibra de vidrio, en realidad) que perseguía a Harrison Ford en la primera aventura del intrépido arqueólogo (Indiana Jones en busca del arca perdida) y a quien George Lucas daría el visto bueno para explotar la Estrella de la Muerte en El retorno del Jedi de la saga Star Wars. Ese era John Baker, un hacedor de imposibles en los tiempos en los que la magia la convocaban no los efectos especiales, sino los efectos mecánicos.
Y Baker disfrutaba tanto con aquello... Tanto como con el cigarrillo que aquel día echaba tanto de menos... En la conversación, que comenzó en la céntrica plaza de la localidad y culminó en las marismas donde habían rodado el filme protagonizado por un jovencísimo Christian Bale, Baker dejó patente su amor por todo aquel trabajo completamente artesanal, por su afición por "explotar cosas" -que su hijo ha heredado y explota en la realidad (es ingeniero de minas)- y su amor, sobre todo, por su mujer y por su pueblo, aquel al que llegó hace 36 años para trabajar en una película con Spielberg y del que ya no se quiso ir, excepto para viajar, ya con Isabel, por todo el mundo para seguir trabajando en maravillosos filmes (como Corazones de hierro, de Brian de Palma, por ejemplo).
"John fue el gran triunfador de la película", le dijo Spielberg al matrimonio Baker Galán años después de ser testigo de su romance (John e Isabel se hicieron novios antes de terminar el rodaje) que desembocó en boda un año después del paso de El imperio del sol por Trebujena.
John Baker, un trebujenero más al que hemos podido disfrutar en estos años en conferencias y charlas por la provincia (Chiclana 2011, Cádiz, en el Festival Shorty Week en 2017) y en su conversación reposada, interesante, en la plaza de España de Trebujena. Un trebujenero más que dejó este mundo este 1 de mayo de 2023 según informaba el alcalde de su pueblo, Ramón Galán, que lamentaba su pérdida en redes sociales. Se apagó el primero de mayo John Baker, pero no su sol, su legado de cine, que deja vivo e imborrable en el pueblo del que eligió ser.
(Anécdota que gustaba de contar el propio Baker, extraída del Obituario de LA VOZ DE CÁDIZ, del 2 de mayo de 2023:)
«Cuando hicimos el inventario de El Imperio del Sol, al llegar a Trebujena, nos dimos cuenta de que no traíamos las bolsitas de la sangre, ésas que revientan cuando se simula un disparo. Así que mandé a Manolo, un jornalero de 70 años, a comprar condones».
«¿Cuántos quieres?, le preguntó el boticario, estupefacto. 150 cajas, le respondió Manolo. El de la farmacia se excusó: Sólo tengo 30. Y el abuelo, muy serio, le dijo: Vale, con estos tenemos para el fin de semana, pero el lunes traiga más».