Sumido en la enésima ola, de calor, de insomnio o de melancolía, me empaqueté anoche un programa doble de cine setentero, la británica Un toque de distinción y la española Asignatura pendiente. Sólo cuatro años escasos separan a una de la otra, la inglesa es del 73 y la española del 77. En ambas, los que dirigen (Melvin Frank y José Luis Garci, respectivamente), coescriben los guiones de sus películas, que tratando el adulterio no pueden sino ser agridulces.
La inglesa es más desmelenada y chic: el pisito especializado en canas al aire está en el Soho, no en una torre nueva de pisos en descampado del desarrollismo castizo, como alquilan los amantes furtivos para la española. El trabajo de él y el de ella en Londres apenas importan, quizá algo más en el caso de ella para destacar que es una mujer independiente (divorciada). En cambio, para la España de Garci el trabajo de él y el no-trabajo de ella son claves.
Glenda Jackson y Fiorella Faltoyano están excelentes y bellísimas, aunque Fiorella apenas tiene texto que defender hasta la escena final, en la que se despacha con una madurez desarmante. George Segal y José Sacristán, siendo ambos graciosos y atractivos, cada cual a su manera, encaran las situaciones de muy diferente modo: el comportamiento desprejuiciado en el que sólo importa que no te pillen es la versión anglosajona del "adulterio 73". La culpabilidad creciente, mezcla de catolicismo en vena y conciencia de clase traicionada, es en cambio el principal problema en el "adulterio 77" de Sacristán, que aún estando durante mucha película en modo vendaval me parece bastante menos sobreactuado que Segal.
Y ya que estamos, qué trazo para Málaga y su personal turístico en la escapada de los distinguidos. Ese toque de superioridad tan british (aún puede consultarse en el Portugal de Love Actually), nos pone como ahora hacemos ya nosotros mismos, a los pies de los caballos: El cady de golf marbellí podría hacer de niño-bomba en la revolución mexicana vista por un gringo y el maletero del hotel podría hacer de su padre. En cuanto a la señora que vende camisetas en el mercadillo, para que contaros. Ni los muebles y teteras del Madrid de Garci rezuman tanta carpetovetonia y eso que han envejecido lo suyo.
La película inglesa tuvo éxito y reconocimientos por tierras angloparlantes al estrenarse, pero la española en España fue un fenómeno sociológico de primer orden. Y no porque a Fiorella se le viesen los pechos quince segundos. En Londres podían divorciarse, en Madrid no.
El adulterio es siempre bonito de ver en el cine, aunque las últimas secuencias nos muestren el inevitable y amargo sabor de la separación, el de unas vidas ya encarriladas en otra vía que no es común y que tiene en su previsibilidad su fortaleza: Los hijos, que jamás te entenderán tanto si te vas como si te quedas; los cónyuges, difíciles de sustituir por una pareja nueva que acabará ejerciendo el mismo papel, pero sabiendo de primera mano lo que se juega; la edad, esa edad en la que el último tren loco pasa y del que es preferible bajarse en la siguiente estación; lo que pudo haber sido, lo que es, lo que no será nunca....
El carácter más o menos traumático de la doble vida marca diferencias, en estética y en hondura. La inglesa luce sólo vintage y la española se ha convertido en un documento histórico. Los documentos suelen prevalecer, viven mucho más tiempo y mejor, aunque de vez en cuando les pongamos cuernos con películas menos ingratas y aparentemente más "distinguidas".
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