La ganadora del Goya a la mejor
película latinoamericana de este año tiene una bondad principal: es argentina.
Eso hace que un guión
convencional, para una historia desarrollada de forma bastante blandita y con
soluciones poco imaginativas, amén de alguna licencia de grueso calibre, no
sólo se toleren sino que no importen.
Ver a los argentinos soltándose frescas
a la cara, largando discurso socio-cómico, enfadándose o queriéndose, es el
centro del disfrute. Los Darín no son lo más interesante aquí: Ricardo puede
hacer este papel con el piloto automático y Chino se limita a hacer un galán joven,
sencillo y grato, que tampoco reviste dificultad para él.
La idea daba para mucho más, pero
no parece que fuera esa la idea. Los argentinos comprenden el asunto a la primera
y se sienten suficientemente reivindicados. Los españoles nos apuntamos a la
odisea desde una distancia que cada vez es más relativa, pero comulgamos con
los giles, porque eso somos también mayoritariamente.
Rodada con solvencia, interpretada con cariño y convicción.
Eso es todo, pásenla bien, que
dicen allá.