No conozco al autor de esta crónica, pero me gustaría haber sido yo.
De Cádiz, para el mundo:
“Por fin he visto JOKER.
Peliculón. La interpretación del nota es tremenda. Eso si, yo más que el Oscar le
daba una olla de menudo, que no vea el canijaso que tiene el joaquinito, picha.
Está claro que cuando hizo del emperador Cómodo en Gladiator, estuvo más
cómodo. Porque el casting de Gladiator fue bueno, pero el catering… eso tuvo
que ser un bastinaso. Na má que hay que vé la diferencia entre el cuello que
tenía el joaki haciendo de Cómodo, que era una mezcla entre el de Fernando
Alonso con el de Ángel León y la papada del pequeño Nicolás, y el que tiene
hasiendo de Joker. ¿Y el nota que hacía de gladiator?… que lo veías al lao de
los demás gladiadores y pensabas: esos están yendo al gimnasio pero este no
sale del burguer king el ioputa..
Pero bueno, volvamos al Joker. La
película está del carajo porque te hace reflexionar sobre el origen del mal y
sobre cómo alguien anónimo, poseído por la mala suerte, marginado por el
individualismo y despreciado por el sistema, puede convertirse en un hijoputa.
Y porque no tiene movil ni coche, pensé, porque estafado por vodafone y sin
sitio pa aparcá, ya se habría cargao a alguien en el primer fotograma… La peli
está tan bien hecha que consigue que empatices con el joker y te metas en su
pellejo (esto último, con el canijaso que tiene, no es difícil. De hecho pa mí
que en su pellejo cabía to la sala 8 del cortinglé).
Aunque todo el mérito no es de la
peli, hay que reconocer que también ayuda mucho a identificarse con el
personaje el hecho de que después de llegar corriendo y a lo justo a la sesión
de las 18.30 tras dejar a los niños con los abuelos, pagar 7 pavos por cada
entrada y subir las escaleras de la sala hasta alcanzar la última fila de
butacas justo en el límite con la estratosfera, coja el cortinglé y te casque
20 minutos de anuncios. Pero no solo trailers de otras pelis como to la vida,
no: anuncios de coches, de ikea y de bancos. Si, de los putos bancos. Y sin
mando pa cambiá, te los tragas por cojones. Encima, como no te ponen lo de
“volvemos en 7 minutos”, ni siquiera sabes si te va a da tiempo de hacé popó o
sólo pipí. Así que a los diez minutos, viendo que aquello se hacía más largo
que un intermedio de la peli de la tarde de antena 3, bajé a oscuras las putas
escaleras y aproveché pa salí a comprá las palomita que, con las prisas por no
llegar tarde, no había comprao a la entrada. 14 pavos en dos puñaos de maiz
sosos y dos cocacola. Sus muertos. Cerveza no tenían porque no pueden vender
alcol. -¿Que no podéis vender alcol?… le dije a la dependienta, po ahí dentro
bien que lo anunciais, cabrones, que entre el anuncio del nissan juke y el del
bbva había uno de vino con su bodega y tó. -Mira tio mierda, me dijo marcándome
la yugulá con la pala de cogé las palomita, -si quieres vino, baja las
escaleras y te vas a dá por culo al hipercó… que aquí ya tengo yo bastante con
aguantá niñato maleducao que se gastan en dos horas lo que gano yo en dos días
como pa encima tené que aguantá también a puretas amargaos que pretenden pagá
cormigo su enfado con el sistema. ¡¡Enga a mamarla por ahí, carajote!!!… – ¿qué
ma dicho, cacho puta?… – ¡amargao de mierda!… Tras un desequilibrado
intercambio de pareceres, soltar 14 pavos por dos vasos de hielo con un
chorreón de cocacola y dos cartones de palomitas con la bandera yanqui y sin
tiempo pa meá, me volví corriendo pa la sala 8.
Evidentemente la peli ya había
empezao. De hecho estoy seguro de que el proyectista aprovechó la única
oportunidad que le brindaba su pequeña parcela de poder para canalizar sus
frustraciones y le dio al pley na más verme salí de la sala. Optó por sentirse
mejor haciendo sentirse peor a un semejante. Y la pagó cormigo el hijoputa. A
oscuras, con las manos heladas por el hielo de lo vasos, la peli empezá,
meándome, enfadao con la de las palomitas, con 30 pavos menos en el bolsillo y
con un odio creciente en mi interior, comencé a subir otra vez las escaleras.
Los primeros 10 escalones los aproveché para contar hasta 10 y tratar de
relajarme. Los subí pensando, -yo soy buena gente, ¿qué le pasa a todo el
mundo?… Pero al llegar al escalón número 11, con las manos entumecidas por el
hielo, el cuello dolorido por aguantar contra el pecho los dos cubos de
palomitas y mareado por la falta de oxígeno a esa altura, tuve que parar a
coger aire.
Hasta ese momento parecía que
nadie había reparado en mí. Quise pensar que a oscuras y con la atención puesta
en la película, nadie había sentido el impulso de ayudar a un semejante. Pero
un carajo pa mí. Había resultado invisible mientras no me había parado. En el
momento en que me detuve para recomponerme comenzaron los resoplidos y las quejas:
– ojú io… – no va da ná… – vamo a sentarno picha!… -échate a un laíto,
carajote!… – siéntate ya, con tus muertos, que parese Moret!!… Enseguida llegó
el primer empujón. Y luego otro, y otro… sin piedad. Entre insultos y empujones
subí como pude hasta la última fila y cuando levanté la vista pude ver al
proyectista en su cabina descojonao y aplaudiendo el linchamiento. Pero cuando
se llevan dos cubos de palomitas agarraos con la papada no se puede levantar la
vista. Los cubos se deslizaron por mi barriga haciendo reaccionar a mis brazos
que trataron de sujetarlo. A estas alturas de la película, y de la escalera,
tenía las manos como un playmobil: rígidas e incapaces de hacer la pinza.
Eso hizo que ambos vasos grandes
de cocacola resbalaran y cayeran contra el suelo haciendo subir dos enormes
chorros de cocacola helada que a modo de geiser alcanzaron mi cara y mi pelo.
Al ver que el proyectista se estaba partiedo el pecho entendí que había llegado
la hora. Me eché patrás el pelo ayudado por el azúcar de la cocacola, me meé
encima y me encendí un ducado. En cuanto saltó la alarma de incendios y la
gente empezó a gritar y a huir despavorida pisoteándose los unos a los otros
cogí el extintor que colgaba en la esquina cercana y reventé con él el cristal
de la cabina del proyectista. Se lo vacié entero al muy cabŕón y entonces,
acompañado por la impresionante banda sonora de la película, bajo la intensa
lluvia del sistema antiincendios y entre una espesa y espectacular humareda que
me pintó la cara de blanco, comencé a bajar las escaleras bailando como nunca
lo había hecho: libre, meao y sin un atisbo de culpa“.